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«Well I don't care if loneliness kills me
I don't wanna love somebody else»

I don't wanna love somebody else
A Great Big World

Cuando el tren se alejó, perdiéndose en el horizonte en el que el naranja se convierte poco a poco en rojo, lo supo.

Supo que nada volvería a ser como antes. Porque la distancia dolía, porque sentía que la soledad empezaba ya a llenar el espacio que dejaba él.

Ni siquiera tuvo el valor para ir a esa estación a despedirle.

Y para cuando lo tuvo, ya era demasiado tarde. El tren ya se había ido.

Aunque sus piernas corrieron todo y más, no fue capaz de competir con un motor. Por mucho que estiró el brazo, no fue capaz de atrapar lo que se llevaba a su mejor amigo.

Su amigo, su confidente, con quien hacía las mayores locuras y a la vez tenía las conversaciones más serias. Esa persona que le traía un dulce si se encontraba mal, que creía que las estrellas tenían la respuesta a todo y que los alienígenas existían.

Ese que era más vanidoso que un pavo real, y que siempre andaba rodeado por un séquito de muchachas perdidamente enamoradas de algo que ni siquiera era real. De una faceta que era una mera fachada ante el mundo, pero que nunca funcionó contra él.

Porque él le conocía. Le conocía mejor que nadie.

Mejor que él mismo.

Y Oikawa le conocía a él mejor que él mismo.

Lo que nunca podría saber de él sería ese cambio. Aquel que Iwaizumi experimentó en el tiempo de transición de la niñez a la adolescencia.

Aunque el cambio no fue repentino. No fue como ver que una pared blanca se ha pintado de verde, ni tampoco despertó de repente sabiéndolo.

Fue lento, a un ritmo pausado pero seguro, asegurándose de clavarse perfectamente en su interior, agarrarse a su corazón con tenacidad.

Fueron pequeñas cosas, detalles como miradas que no deberían producirse, pensamientos que no deberían estar ahí, ganas de hacer cosas que no eran propias ni normales en una amistad.

Tardó dos años en darse cuenta de que su visión de él había cambiado de manera drástica respecto a cuando eran niños.

Ya no se atrevía a cogerle de la mano para echar a correr, porque el mínimo toque suyo lograba estremecerle. Sus burlas, más que enfadarle, empezaron a avergonzarle. Porque sabía que lo decía a broma, pero sus «te quiero» o «no necesito a nadie más que a Iwa-chan» le hacían sentir de otra manera diferente a la que deberían.

Pero no siempre podría retenerlo. No siempre podría tomarle del brazo para que no se fuese de su lado. Era inevitable que sus caminos se separasen.

Y él solo quería verle brillar, y verle alcanzar la cima que tantas veces había rozado pero siempre se le había escapado entre los dedos.

No podía retenerle.

Pero de haberlo visto en ese tren, a un paso de irse de su vida para siempre, estaba absolutamente seguro de que lo hubiera hecho.

De que hubiera mandado todo a la mierda y le hubiera besado, y le hubiera suplicado que no se fuera porque no sabía exactamente cómo iba a sobrevivir al paisaje de todos los días sin él a su lado.

Y no sabía cómo habría reaccionado, pero podía imaginarlo.

Imaginarse su cara de sorpresa y sus mejillas rojas como dos tomates. Podía incluso imaginarlo tartamudeando su nombre.

Quizá por eso no lo hizo.

Porque si hubiese llegado, hubiese sido mucho, mucho peor.

Podría haberse cargado su amistad desde la más absoluta infancia en un solo beso.

Podría haberlo perdido para siempre.

Y siempre era demasiado tiempo.

Asi que no pudo hacer otra cosa que limpiarse las lágrimas y seguir adelante. Aunque incluso el olor de las calles le recordasen, a él, y creyese escuchar su voz en personas que ni conocía, no podía hacer otra cosa que aprovechar la distancia para tratar de olvidar ese absurdo enamoramiento que jamás debió haber nacido.

A pesar de no soportar la idea de tener que borrar ese sentimiento, de preferir que la soledad le matase.

A pesar de todo eso, lo olvidaría.

Aunque no quisiera amar a nadie más.





A million dreamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora