Capítulo 2

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—Si la matas se nos acaba la minita de oro —dijo una voz desconocida y el corazón de la chica comenzó a golpetear con tal fuerza su pecho que incluso dolía.

—No. Ella está comprometida con el joven amo, se firmaron los papeles de contrato matrimonial hace unos días. Si ella muere ahora todo será de la familia Taoran —informó otro hombre y la cabeza de Eri se volvió un doloroso caos.

El joven amo de la familia Taoran había prometido hacerla feliz, darle la enorme familia que deseaba y ella, desesperada por ser parte de algo, le había dado carta abierta a sus consultores para negociar con ellos.

—¿Estamos en problemas? —preguntó Ryuu, cuando despertó un rato después, viendo la preocupación en la cara de la chica.

—Estamos somos muchos —dijo la chica—. Yo estoy en problemas. Al parecer ahora valgo más muerta que viva, y ese es un problema considerando mi actual posición.

—¿De qué estás hablando? —preguntó el chico y la chica debió respirar profundo para poder encontrar las palabras correctas que no alteraran a sus acompañantes forzados.

—Tonterías —dijo la chica y sonrió—. Peligrosas tonterías. Necesitamos salir de aquí pronto. No creo que te hayan secuestrado por dinero, y a mí me trajeron para desaparecerme. Así que al final tienes razón, estamos en problemas. Demasiados y peligrosos.

Kashima Ryuuichi se estremeció mientras abrazaba con fuerza al que dormía entre sus brazos. La actitud relajada de la chica no estaba ahora, y parecía que no regresaría por un tiempo. Estaba nervioso, por eso dio tremendo salto cuando se escuchó un portazo fuerte.

»Vamos —dijo Eri—. Es ahora o nunca.

A pesar de no entender nada, ver levantarse a la chica hizo que Kashima se pusiera en pie.

Eri sacó un pasador de su cabeza y, después de abrirlo, lo metió en el picaporte, logrando que se abriera la puerta oxidada y mohosa que les privaba de libertad.

»Tsk —hizo la castaña reconociendo el lugar donde los habían metido. Esa bodega era inconfundible.

—No hay por donde salir —señaló Kashima mirando a todos lados, tal como Eri lo hacía.

—Y gritar no es opción. No hay nadie allá afuera. Estamos justo en medio de la nada.

—Demonios —farfulló el adolescente bajando a Kotaro, que caminó hasta un gato que estaba dentro de la bodega.

El gato, al ver el niño, se asustó y corrió hasta detrás de unas cajas, por donde abandonó el lugar.

Ryuu y Eri se miraron y se apresuraron a mover las cajas que dejaban ver un pequeño ducto de ventilación.

—Es demasiado pequeño —mencionó Kashima y Eri puso sus manos en su cadera, luego llevó estas a la espalda del chico, asintiendo después de eso.

—Si yo paso, tú pasas —aseguró Eri complacida de sus cálculos. 

Kashima le miró asombrado, pero solo un poco. Habían pasado ya tres días juntos, se había acostumbrado un poco a su positivismo y su bonachona actitud.

Eri se puso de rodillas, y de apoco se arrastró hasta tener medio cuerpo fuera de la enorme bodega.

»Necesito que me empujes —dijo la chica atorada en el hueco de la pared—. Estoy un poco atascada.

—¿Empujarte? —preguntó el chico nervioso—... ¿de dónde?

—Pues ni modo que de la cabeza —señaló la chica nerviosa—. Pon tus manos en mis nalgas y empuja mi trasero con fuerza.

Kashima se puso colorado de cabeza a pies e hizo lo que la chica le pidió. Logrando que la otra se quejara, pero también saliera de ese lugar.

Luego le pasó la mochila con chucherías y a su pequeño hermano, entonces salió sin ningún problema ni contratiempo.

Ya afuera, Eri y Ryuu se miraron complacidos, sonrieron y se sonrojaron, desviando la mirada, inspeccionando el espacio a su alrededor.

—Justo en medio de la nada —confirmó Kashima después de suspirar.

—A caminar —dijo la chica y eso hicieron, caminar primero por ese llano de bodegas, luego por un tipo de bosquesillo y, a lo lejos, pudieron ver la carretera cerca al océano.

—¿Dónde estamos? —preguntó el castaño—. ¿Seguimos en Japón?

—Sip. Aunque no parece, esto sigue siendo Japón. ¿Cuánto crees que nos tome llegar hasta la carretera? Yo le calculo un día entero de andar sin parar.

Kashima asintió con cansancio. Calculaba que la chica tenía razón.

Caminaron a ratos con cansancio, turnándose para llevar al niño que a ratos dormía. Luego caminaban lento, como si nadie les siguiera, cantando y jugando mientras Kotaro disfrutaba un paisaje que a los otros dos les hacía doler el estómago. Pero que fingían que no mientras sonreían.

Caminaron por horas, solo se detuvieron a comer un poco de lo que aún quedaba en la mochila de la chica. Luego, después de coincidir en que no era buena idea dormir a la intemperie, envolvieron a Kotaro en las chaqueta del chico y siguieron andando con rumbo a la lejana carretera que, en la oscuridad de la noche, ya no alcanzaban a divisar.

Estaban agotados. Caminaban seguros de no ser seguidos. Las noches anteriores escucharon ese portazo y a nadie más hasta la mañana siguiente. Así que seguro nadie se daría cuenta de que no estaban, al menos no por esa noche.

La noche comenzaba a ser tragada por el día, el frío era mucho más intenso que antes, así que incluso la chaqueta de ella fue para el pequeño niño.

Ryuuichi se vio obligado a aceptar antes de poder negarse. Lo primordial para él era el bienestar de su hermano y, por alguna razón, parecía que para la chica era igual. O eso le decían sus acciones y las sonrisas que destellaban en su rostro cuando se trataba del niño.

—¿Crees que pase alguien pronto? —preguntó Eri frotando sus brazos con sus manos. Y la respuesta de Kashima se atoró en su garganta al ver un auto negro aparecer y detenerse justo a su lado.

—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó el sujeto que salía del auto.

Las piernas de Eri fallaron, y sus rodillas se fueron al piso al ver una conocida mirada clavarse en ella. Kashima se estremeció, sin saber si era por el frío o por el horror en los ojos de la castaña. 


Continúa...

UNA FAMILIA PARA KOTARODonde viven las historias. Descúbrelo ahora