El mundo de las puertas

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-Cada puerta tiene su historia -sonrió mientras miraba la pared que tenía frente a él.

-¿A sí? -susurró.

-Si.

-¿Por ejemplo?

-¿Ves esa de ahí? -apuntó con el dedo.

Mínimamente la joven estiró su cuello para alcanzar a ver la entrada de una de las habitaciones de la guardia.

-Si... la veo.

-Bien... un día Ezarel cargaba un alto de papeles y cajas entre sus brazos, iba pasando por fuera de esa habitación cuando de repente se tropezó y cayó al suelo -comenzó a reír despacio.

-Pobrecito -se encogió la muchacha.

-Lo sé -seguía riéndose- pero fue muy chistoso.

-Me imagino -sonrió la chica-... ya es tarde- dijo triste- es hora de ir a dormir.

-Si -contestó cansado- mañana es un día muy largo. -comenzó a levantarse para luego girar y darle la mano a la oji violeta que estaba tras él, la ayudó a pararse del suelo y la acompañó hasta fuera de su habitación.

-Bien Erika... aquí termina el paseo -le soltó la mano.

-Gracias por todo.

-Siempre me das las gracias y sin embargo no hago nada que amerite tus agradecimientos. -sonrió- Aunque si tanto quieres agradecerme -se acercó peligroso- podrías sentarte conmigo mañana por la noche.

-Con gusto, como todas las noches -lo miró a los ojos mientras sonreía.

Ambos se miraron profundamente hasta que por fin decidieron despedirse. El esperó hasta que la chica cerrara la puerta para así encaminarse hasta su propio cuarto.

Una vez dentro, el azabache se acostó hasta que poco a poco cerró sus ojos para dormir.

Para él, todos los días eran ajetreados, desde que salía el sol hasta que este se perdía, todo era rutinario, todo formaba parte del cotidiano, sin embargo, había una parte de su día en el que esta rutina se rompía para dar paso a la fragilidad de un momento, a la simpleza de una conversación, a la añoranza de la noche.

Cada vez que la guardia entera se disponía a dormir, el joven se sentaba fuera de su habitación, justo al lado de la puerta y esperaba, esperaba a que los segundos pasaran y a que los minutos aparecieran, hasta que desde las sombras se asomaba una grácil silueta que, como todas las noches, se sentaba también al lado de la puerta del vampiro para luego apoyarse en la espalda del crepuscular. Ambos apoyados en la espalda del otro, ambos en aquellas noches etéreas, en medio del pasillo y entre susurros. Eran esos momentos en el que la cotidianidad de su vida se hacía trizas, solo para dar paso a efímeros momentos.

-Hoy mi día fue un desastre -comenzó la castaña.

-¿Por qué? -preguntó el vampiro mientras sentía como la chica se acomodaba en la espalda de él.

-Pues... no lo sé -rio despacio. -siento que los días son eternos.

-A mí me pasa lo mismo, pero sé que en la noche podré escuchar las dulces voces de mi conciencia hablarme.

-¿Las voces de tu conciencia?

-Si... a veces la voz es dulce, a veces es una voz triste y melancólica, mientras que, otras veces, es una voz cansada, como la que estoy escuchando ahora- apegó su cabeza a la de ella.

La faelienne rio por lo bajo, desde hace poco se había dado cuenta de lo metafórico que se volvía el crepuscular en las noches.

-¿Y qué te dicen esas voces? -preguntó expectante.

El mundo de las puertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora