Capítulo 1: La Maldición de las Contables

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"... Mi estrategia es

que un día cualquiera

no sé cómo ni sé

con qué pretexto

por fin me necesites."

Táctica y estrategia - Mario Benedetti.


"Debo estar loca para estar haciendo esto...", se dijo, y no por primera vez. Vio a su derecha, a su amiga Sango, que levantó la mirada en cuanto sintió que la veía. Y Rin vio brillar en sus ojos el mismo pensamiento. Y, es que, ¡realmente debían estar locas, muy locas, para estar haciendo esto! ¡Dios, no lo podía creer! ¡Sus padres iban a matarla! Y sus hermanos la trozarían en pedacitos.

- Sólo iremos allí y lo cancelamos, ¿sí? -le dijo Rin, con una sonrisa trémula y poco convencida.

- ¡¿Cancelar?! ¡¿Casi diez mil dólares?! -chilló Sango, llamando la atención de las personas que entraban con ellas a aquel lujosísimo edificio, que ninguna de las dos podría costearse de buenas a primeras. No sin aunar esfuerzos. Como habían hecho.

- ¡Chssss! -apremió, caminando impaciente hacia el moderno y lustroso mostrador de la recepción, obligando a Sango a acelerar el paso.

Rin se caló la capucha del abrigo casi hasta los ojos para que nadie pudiese reconocerla. Sango captó que debía hacer lo mismo, y la imitó. Debían ser sigilosas. Nadie, nadie nunca jamás debía saber que ellas habían hecho algo así. Así que debían actuar con reserva, como espías o ninjas.

- ¡Son diez mil dólares! ¡Dólares! -le siseó Sango contrariada, con los dientes tan prietos que le costó entenderle-. Ni sé cuánto es eso en yenes.

Rin le dedicó una mirada rebosante de escepticismo. Sí lo sabía. Ambas lo sabían muy bien. Eran contables en una farmacéutica que exportaba medicamentos costosísimos a varios países, y sabían la tasa de cambio exacta de por lo menos diez de las divisas más importantes del mundo a esa precisa hora. No por nada las habían enviado juntas a apagar un incendio corporativo en Kioto.

- Y, entonces, ¿vas a subir? -le retó Rin, altanera-. ¿De verdad?

- ¡Nooooo! -exclamó, mitad incredulidad mitad reproche. Más reproche que incredulidad, rectificó-. ¡Estamos juntas en esto, Rin Higurashi! ¡Juntas!, ¿me escuchas? ¡Vamos!

- Ayame también, y... ¡Ya ves!, nos dejó plantadas.

- Ah, pero tú no eres Ayame -tildó, viendo con recelo la recepción.

Rin también le echó un vistazo, contiendo el impulso de salir corriendo despavorida. Se habían detenido a medio camino del mostrador, en mitad del atestado vestíbulo con suelos de mármol y arañas de cristal sobre sus cabezas, y ninguna de las dos era capaz de dar un paso más. Rin tenía las manos heladas y podía jurar que las de Sango estaban peor, agarrotadas.

- Y nos conocemos desde hace años -añadió Sango, queriendo darle más peso a su argumento, apelando a la lealtad innata de Rin. Rin era la colega más leal que alguien podía tener. La mejor.

"Dos años y un mes para ser precisos", pensó Rin con un suspiro. No sólo eran colegas, eran mejores amigas. Se conocieron cuando Sango había entrado a trabajar en la farmacéutica y Rin ya llevaba un par de años allí. Rin había hecho su pasantía en esa empresa y ascendido desde entonces; ahora era parte importante de la compañía. Y la compañía era parte importante de su vida.

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