Capítulo 9: Despedida

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"El deseo con que sus ojos me miran

es un milagro perecedero...

...estamos

a un solo encuentro casual desperdiciado

uno más–

de darnos por perdidos".

Última Oportunidad.Tú y yo nunca fuimos nosotros – Selam Wearing.


La mañana siguiente, Rin se levantó más temprano de lo que habría deseado. Habría preferido dormir a pierna suelta hasta bien entrada la mañana, haciendo honor al infame apodo de Laura Koala, pero quería pasar algo de tiempo con su familia antes de regresar a Tokio, y la única opción parecía ser el desayuno, antes de que Kagome y Souta se marcharan a trabajar. Mientras se estiraba bajo las colchas, podía escucharlos revolotear de un lado a otro de la casa. Y no pudo evitar sentirse un poco, demasiado culpable por haber permitido que un desconocido desplazara a su familia. Incluso ahora, en este mismo instante, no podía dejar de pensar en Sesshomaru .

Alcanzó el teléfono de la mesa de noche y suspiró pesadamente. "¿Cuál es esa razón entonces, Rin?" fue lo último que halló en el chat. Absolutamente nada más. Ni un texto, mucho menos una llamada. Rin torció el gesto y fue a darse una ducha con agua tibia. Se puso unos vaqueros y un suéter de lana gruesa, y mientras peinaba su largo cabello húmedo frente al espejo, le lanzó otra mirada apremiante al odioso aparato. Tal vez Sesshomaru estaba molesto por no haber contestado su pregunta.

— Es lo más probable —gimió—. ¡Es taaan quisquilloso!—Se mordió los labios, desenredando un nudo con paciencia—. Ojalá no sea eso —rogó mirando hacia el cielo. Pero el mutismo del teléfono era como una bofetada.

"Seguramente él también sintió mi silencio como una bofetada", tildó una vocecita mordaz en su cabeza. Y volvió a soltar otro gemido lastimero, dejando el cepillo y apresurándose a bajar en busca de algo calentito para beber. Hacía demasiado frío para su gusto. Rin prefería la primavera, o incluso el otoño. El verano le parecía excesivamente caluroso, y el invierno le hacía pensar en largos periodos de hibernación en una cueva bajo toneladas de cobijas. La nevada de anoche, con sus dos únicos y raros rayos, había dejado una esponjosa capa blanca de casi dos pulgadas por toda la ciudad, y una densa bruma que envolvía los edificios.

En la cocina, su tía la esperaba con una taza de chocolate con crema batida recién hecho, que Rin agradeció con una gran sonrisa. Sentadas en la isla de la cocina con sus tazas, notaron como el día iba despejándose de apoco, mientras la señora Higurashi trataba en vano de disipar la densa niebla de misterio que envolvía a su sobrina. Sus ojillos negros alentaban a la confidencia, y Rin hizo lo único que podía hacer: escurrir magistralmente el bulto.

Pero sabía que su pequeño gran secreto tenía los días contados. Era cuestión de días, tal vez horas. No era tan ilusa como para seguir pensando que todos en la casa continuaban creyendo el cuento de que todos los santos días salía con Ayame, su única amiga y conocida en Kioto. Y muchísimo menos después de haberla visto salir anoche usando un vestido de coctel y zapatitos de princesa. Sin embargo, eludir a su tía era como chuparse el dedo comparado con La Inquisidora Kagome y su mirada atraviesa-almas. Rin, Shippo y Souta juraban que podía leer la mente. Y sus ojos azul-espectral debían ser los responsables de ese don. Rin se estremeció y no precisamente por el frío, pues otro de los poderes sobrenaturales de Kagome era tomar por sorpresa a sus pobres víctimas.

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