ANNABETH

92 7 0
                                    

Era la última hora de clase del viernes, clase de historia. Estábamos  exponiendo nuestros trabajos sobre los presidentes de Estados Unidos a los chicos de cuarto curso de un colegio cercano, unos diez años supongo. En ese momento una chica de ojos verdes, con pequeñas pecas en su rostro, cabello rizado y pelirrojo explicaba no se que. Sinceramente, me había dormido hacía una media hora. Su nombre era Rachel Elisabeth Dare, hija del matrimonio Dare, uno de los más ricos del país y su hija había preferido visitar mi instituto durante un trimestre para poder compararlo con el suyo.

Rachel terminó su presentación y los niños la aplaudieron con caras de aburrimiento total mientras se miraban unos a otros con cara de querer morirse, y los comprendía, habían pasado todo el día escuchando gente con papeles hablar de algo que no entendían. No es algo que los niños gusten de hacer.

El profesor de historia del colegio era muy raro, lo digo por experiencia. No se parecía en nada a mi profesor de historia actual, el señor Brunner. Un hombre paralítico con una barba, traje y que siempre olía a café y bosque, el mejor profesor del mundo entero. Qué pena que solo estuviera de sustitución. Volvemos a lo anterior, el profesor había decidido empezar las exposiciones por el final de la clase, haciendo que me tocara a mi después de Rachel. Ya sabéis la C va antes que la D.

- Señorita Chase, su turno. - dijo cuando los niños dejaron de aplaudir y todos mis compañeros me dirigieron una mirada expectante

-Sabe, no me apetece arruinarle a nadie su fin de semana.- dije intentando ganar tiempo

Pesadamente me levanté de mi silla y arrastré mis pies hasta la pizarra donde estaban todos los nombres de los presidentes que se debían de presentar y los que se habían presentado ya estaban tachados con una cruz. Miré a mi profesor y luego al de los alumnos de cuarto grado esperando con todas mis fuerzas que la campana sonara y me salvara de este desastre.

- Annabeth, ¿dónde esta tu trabajo? - preguntó mi profesor impacientándose por mi tardanza 

- Aquí dentro - dije señalando mi cabeza y dando mi mejor sonrisa falsa de niña buena

Los niños me miraron y suprimieron una risa a lo que yo les dediqué una de mis mejores miradas de cómplice acompañada de un guiño travieso.

- Mi presidente es Franklin Delano Roosevelt. Fue elegido en el año 1932 y casi todo el mundo era pobre. Así que más o menos como ahora pero sin el internet.- dije y pude escuchar unas leves risas por parte de los estudiantes de cuarto grado dándome a entender que tenía su atención- Todos menos la primera fila seréis los pobres, estáis hambrientos y enfadados así que gruñid y patead el suelo.- continué diciendo mientras los alumnos imitaban mis movimientos y un ritmo empezaba a crearse- Los de la primera fila, buenas noticias. Sois los ricos así que tenéis que reír y aplaudir con suficiencia.- dije y me imitaron mientras los demás seguían creando lo que podía ser la base rítmica perfecta para una canción- El presidente se dio cuenta de que todos eran pobres así que les dio trabajo a todos. Lo llamó el nuevo trato donde trabajabas duro y te hacías rico. - caminé entre los pupitres nombrando trabajos- Y así todo el país estaba contento. Pero no os preocupéis personas ricas, porqué sois incluso más ricos.- terminé diciendo e hice un redoble de tambor con mis manos golpeando mis muslos

-Buen trabajo Annabeth- dijo el profesor

En ese mismo instante la campana que anunciaba el final de las clases del día sonó y tuve la oportunidad de salir de ahí lo antes posible. Corrí intentando no empujar a la gente en mi camino y mientras bajaba las escaleras me encontré con mis compañeras del orfanato, a las que me gusta considerar mis hermanas.

-¿Crees que llegarás a tiempo?- me preguntó Hazel mientras bajaba las escaleras del colegio

Hazel era la menor de todas con catorce años casi quince, y la más inocente. Era una chica bajita y tímida pero capaz de darte un golpe para quedarte inconsciente y no sentir remordimientos. Tenía la piel típica de una afroamericana, y su pelo era una mata de rizos que daban ganas de estrujar y usar como almohada porqué además su pelo era increíblemente suave. Pero lo que más destacaba de ella eran sus ojos, dorados como el metal en sí mismo.

Annie [Una historia de Percabeth]Where stories live. Discover now