Gorras y churros

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"¡Abrí la puerta! ¡Dale, amigo!¡La puerta!" Gritaba desaforadamente el señor al colectivero. No sé confundan, no era un hombre intentando entrar a un bondi totalmente lleno, si bien todos estábamos bastante apretados, este ya se encontraba en el vehículo desde antes de que yo subiera.
"Uy...los dedos" escuché susurrar a la chica a mi lado, lo que me provoco la suficiente curiosidad para estirar el cuello y ver que sucedía. Resulta que entre unos "Delen, todos un paso para atrás que al fondo hay lugar" del chofer y otros "Vos te haces la boluda porque querés apoyar el orto en el respaldo del asiento, anda para atrás" de los pasajeros, el conductor se había distraído y había cerrado la puerta, con la mala suerte de dejar la mano de un hombre en el medio. Se veía como este trataba de forcejear contra la puerta, pero el miedo de perder los dedos, que se podían apreciar del otro lado, lo detenía.
Toda esta escenita duro aproximadamente unos tres minutos hasta que el chófer se dió cuenta lo que pasaba y abrió la puerta. Luego todo volvió a la normalidad y mi mente salió del mundo del drama para ver mi nefasta situación.

Debido a mi cansancio me costaba mantener el equilibrio en el colectivo lleno de gente y el aroma a sudor del señor que tenía enfrente tampoco era de lo más agradable. Además, sé que no soy nadie para juzgar, pero ya está grande para jugar a sus jueguitos de la NBA, señor, así que corra el brazo y déjeme agarrarme del asiento, la puta madre.

Había estado de pie en la parada durante una hora y media, ya que al bondi le pintó no pasar, y ahora tenía otra hora y media de eterna tortura. Me sorprende que el puente de la planta de mi pie siguiese existiendo luego de eso.
En el transcurso de ese tiempo me di cuenta de que en este país se aburre el que quiere. Desde contar los autos rojos que pasaban, a escuchar la conversación de la chica que iba detrás mío, la cual se había peleado con sus padres y había ido a lo de su abuela, la cual también la había echado, todo me parecía de lo más interesante. Oh, dato aparte, mientras esperaba ví pasar a una abuelita en una moto de policía con su perrito en brazos, tierno y bizarro.

Si tan solo hubiese podido contar autos en la joda a la que fui anoche, quizás no me habría aburrido tanto.
Yo ya iba mentalizada con que la idea de que sería una mala fiesta, sin embargo no pensé que a tales extremos.
Partamos diciendo que llegue con una hora de retraso debido a que me perdí yendo y terminé girando en una rotonda tantas veces que ya parecía un Beyblade.
Al llegar, me recibió la dueña de la casa, con la que, cabe destacar, solo me había hablado unas tres veces, al grito de "¡Viniste!" Como si de su mejor amiga se tratase. Esto seguido de un gran abrazo en el que pude notar, debido a que casi cae al piso, que el alcohol ya estaba bailando en sus vasos sanguíneos. No me sorprendió la poca cantidad de gente, ni que la mayoría sean tinchos. O sea, prácticamente habían invitado a un club de rugby entero, que podía esperar.
Rápidamente, sin saludar a nadie, me acerqué a la mesa de las bebidas pudiendo ver que solo quedaban dos vodkas medios vacíos y un ron. Era obvio que el alcohol no iba a ser suficiente, en ningún momento pusieron la regla de llevar escabio por cabeza, y aún los tinchos pueden ser ratas cuando quieren.
Hice unos cuantos shots hasta terminar los vodkas, aún sabiendo que no me iba a producir nada. Tener tolerancia al alcohol es, básicamente, una mierda. Aunque, al menos, nunca tendré resaca.
Ni bien terminé de armarme una mezcla de ron con Coca, fui interceptada por un tincho. "La chica de allá no tiene pero me dijo que vos tenés puchos" comentó mientras señalaba a mi amiga, la cuál había acompañado a comprar puchos esa misma tarde. La miré con un aire entre sarcástico y hostil antes de volverme a ver al chico. "No, no tengo, decile que no te mienta" respondí mientras tomaba un cigarrillo de mi bolsillo y lo prendía para luego irme a saludar a mis amigas.

En el camino sentí como alguien se colgaba de mi brazo izquierdo, era una conocida del colegio, también bastante ebria y que me pedía una pitada de mi pucho. Asumí que era la primera vez que fumaba, además de por la tos, que no pudo evitar soltar, por como intentaba quitar la ceniza con los dedos. Comprobé esta teoría al escuchar sus alaridos de " ¡Ay!, ¿¡Cómo se apaga ésto!? ¡Ayúdame, boluda, tengo miedo, me voy a quemar!".

Crónicas de unas vacaciones nefastas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora