Me hartan los pasillos de instituto, con sus molestas y baratas luces fluorescentes que no hacen más que irritarme la vista, aunque claro esto no es lo único molesto de este insoportable lugar, no importa cuántas veces esté obligada a pasar por ese sitio, nunca pasa algo verdaderamente interesante, me he graduado más veces de las que cualquier mortal se pudiera imaginar, no puedo evitar reírme de lo mucho que ellos se lamentan y se trauman por solo pasar aquí unos cuantos años, tengo que admitir que me resulta un tanto divertido ver todas esas almas torturadas rondar por allí en los pasillos, escondiéndose de todo lo que los rodea.
Si tan solo yo pudiera hacer eso. Al parecer mi apariencia les llama la atención a los humanos, es como si fuese una corona de oro entre la plebe, no importa a donde vaya siempre consigo la idolatría y el deseo de parte de los hombres, y por supuesto la envidia y admiración de las mujeres, no las culpo, El Gran Amo se encargo de dejarme una de las apariencias más atrayentes de nuestra raza, soy en pocas palabras, perfecta.
Los largos y grisáceos pasillos están repletos de estudiantes, y ni hablar de el área de los casilleros, ¡ugh!, detesto ese asqueroso color naranja chillón que los caracteriza, eso pienso siempre que paso por mis libros, gracias al diablo que casi nunca tengo que llegar hasta allá, ya que normalmente algún mortal me lleva mis libros, tal y como lo haría un fiel esclavo. Sin embargo hoy no he tenido mucha suerte, y me veo en la situación de ir yo misma por ellos, mientras camino por el pasillo, noto que todas las miradas se fijan en mí y que algunas alumnas al parecer porristas, con sus uniformes blancos y azules, sus pompones, sus coletas y todo lo que viene en el estirado paquete, comienzan a chismorrear obviamente sobre mí, adoro esta sensación, así que sigo mi camino luciendo lo más segura y sexy que pueda, si quieren hablar de mí, les daré algo bueno de que hacerlo, me dije a mi misma.
Podía oler sus inseguridades desde donde me encontraba, pobres humanos tan frágiles, a veces siento compasión de ellos, pero eso se marcha rápido.
Cuando llegue a mi casillero un muchacho con aspecto relajado, de cabello liso y castaño se encontraba justo en frente de él, lucia unos pantalones ajustados y una cazadora negra, nada fuera de lo normal, bastó con una gentil sonrisa para que entendiera el hecho de que debía largarse de allí, al hacerse a un lado sus ojos quedaron clavados en mi, sus acelerados latidos del corazón llegaban a mis oídos con facilidad. Yo por mi parte no hice más que ignorarlo, vi mi reflejo en el espejo en la parte interior de la puerta de mi casillero, contemplándome como siempre, empecé a peinar mi rubia, ondulada y larga cabellera, pero mientras lo estaba haciendo noté, detrás de mí a través del espejo, un gran perro negro, con ojos tan grises como la plata, dedicándome un atroz gruñido, todos sus afilados dientes estaban al descubierto, parecía estar listo para atacar. Su aullido causo un gran temor en mi y sin darme cuenta el gran perro se dirigía hacia mí, voltee lo más rápido que pude, esperando encontrarme con unos dientes o grandes garras, pero no había nada más que las normales personas que estaba acostumbrada a ver.
Confundida volví a ver al espejo, pero para mi sorpresa, los únicos ojos allí eran los míos, mis negros ojos, ningunos plateados, solo los míos.
No puedo creer lo que acaba de suceder, es imposible que yo haya sido la única que vio a ese gran lobo, tal vez fue solo un poco de mi imaginación liberada, intento convencerme de eso, aunque no consigo tener mucho éxito. La imagen del monstruo estaba grabada en mi cabeza, había algo en él, una cosa sobre el resultaba familiar, en mi interior, como si ya hubiese visto antes a ese perro.
-¡señorita Pelletier! , ¿No se dignara a acompañarnos en clase?- esa gruesa voz me saco de mi trance, el timbre ya había sonado y todos se encontraban en sus aulas. La voz era del señor Adams, mi profesor de literatura, detrás de sus gruesos lentes se encontraban sus castaños ojos que me miraban impacientes.- señorita Pelletier, le estamos esperando.
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A Shared Secret
RomansaComo la marea a la arena, como el viento a la flor, como los años a la alegría y como la tristeza a la paz. La real belleza de nuestras almas siempre es arrasada por una fuerza mayor. El bien al mal, la verdad a los secretos, la luz a la oscuridad...