<<Soñemos que existen amigos de verdad>><<Soñemos que vivimos en un mundo diferente>>
<<Antes que la realidad nos despierte>>
El frío aumentó considerablemente, todo el resto del día permaneció una leve llovizna y el sol oculto detrás de una espesa masa de nubes grises que adornaban ahora el firmamento que tanto anhelaba ver. Dejó a Adrián en su cama; debido al cansancio y el clima frío se había quedado dormido durante el camino.
Se sentó en la orilla de la cama y observó como dormía. Apenas era un niño, un niño que ahora no tenía a su padre. Era algo doloroso ver cómo ese ser tan importante le era arrebatado de un momento a otro. Acarició su cabellera rubia y luego su piel casi pálida, se veía tan sereno, tranquilo e inocente; su manera de sonreír, su generosidad, inteligencia, bondad... Todo eso, ¿ahora todo le sería arrebatado? Esa pregunta le taladraba la cabeza provocando un eco repetitivo. Beso su frente y luego salió de la habitación.
<<Ojalá todo fuera mentira>>
Ir a la casa de su hermano era una lucha diaria, siempre prefería evitar entrar dentro de esas cuatro poderes para no toparse con ella. Siempre estuvo en desacuerdo que se casara con la menor de los hermanos Fantin. Lucía era una mujer de tez blanca, cabello largo y rubio, grandes ojos del color cielo, facciones finas, medidas perfectas y curvas pronunciadas; era casi una muñeca Barbie, el tipo de mujer perfecta que todo hombre desearía tener a su lado. En cuanto a su personalidad, solo ser algo cambiante dependiendo la ocasión, lugar y personas. Linda y amable; por días, distante y sería; por veces, encaprichada y enojada; la mayoría del tiempo.
Tener que soportarla a ella era un calvario y ese sufrimiento aumentaba cuando su odioso hermano aparecía con su sonrisa arrogante. Era como ver la versión masculina de Lucía, mismos mates, misma sonrisa, mismos ojos, mismos cabello, eran como gemelos solo que uno tenias unos pocos años más. Siempre tuvo la incógnita de cómo Christopher los soportaba a los dos y le daba lastima que fuera la madre de Adrián.
Para empezar, Lucía ni siquiera estaba con él en estos momentos.
Deambuló por los pasillos de la solitaria casa, el color de había vuelto gris, la alegría se había convertido en tristeza, la luz en oscuridad y las sonrisas en lágrimas. Podía imaginarse el sonido del piano sonando por toda la casa o las desafinadas notas de Adrián, su melodiosa voz cruzó por su cabeza, recordó cuando calmaba sus miedos, cuando leía historias a los niños de la fundación, cuando recitaba un poema. Podía recordarlo a la perfección.
Se detuvo frente a una de las puertas del corredor, sostuvo la perilla con fuerza, indecisa si abrir o no abrir. De un impulso la abrió, un escalofrío recorrió su cuerpo, la habitación de encontraba oscura ya que las cortinas obstruían el paso de la luz. Avanzó a paso tembloroso hasta prender una pequeña lámpara que iluminaba un poco el lugar. Un gran vacío inundó su corazón, todo estaba como lo recordaba, tantos recuerdos llegaron a su memoria que solo provocaron que un nudo se instalará en su garganta y las lágrimas comenzarán a caer por sus mejillas.
La soledad fue un miedo que experimentó por primera vez tras la muerte de su padre, fue ahí cuando la única familia que le quedaba era su primo quien se convirtió en su compañero, amigo y hermano. Todos los días combatía contra ese temor, contra todas las pesadillas que ahora se están volviendo realidad. Su muro de piedras, resistente a cualquier tempestad ahora se estaba derrumbando llevándose todo a su paso.