Cuento Segundo: Cartas en el estómago

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A mis trece años viví mi propia desgracia.

Mi mejor amigo Daniel y yo solíamos compartir mucho. Nos contábamos los más íntimos secretos, jugábamos juntos, salíamos juntos, almorzábamos juntos, cualquier cosa que hacía la hacía con él. Daniel era lo único que me quedaba en la vida. Los dos practicamos en el equipo de fútbol de la escuela, éramos los defensas. Si les soy sincero prefiero más el ballet que el deporte. Me llama más la atención que estar corriendo detrás de una pelota. Pero iba porque a él le gustaba.

Pero todo se fue a la mierda cuando mi mamá me llevó al psicólogo. Siempre me llevaba donde Julio, esta vez cambió de decisión y fui a uno llamado Luis. Para entonces no sabía por qué.

El señor Luis me hizo varias preguntas, algunas me resultaban sencillas de contestar, para otras tenía que reflexionar mi respuesta o no contestaba. Una de esas difíciles preguntas era:

—¿Te gusta alguien que sea de tu mismo sexo? ¿Ves pornografía homosexual? ¿Te gustaría tener un novio?

Esa vez la sonrisa falsa, mi posición segura, o mis manos relajadas no fueron suficientes para engañar al nuevo psicólogo. Volvió a preguntar. Me sentí acorralado, desnudo, humillado. Volví a responder no.

—Mauricio, de verdad quiero que seas sincero conmigo.

Supe que sabía la verdad, ya él sabía que era gay. No era de los que se arreglan, de hecho si quisiera mi ropa no lo dejaba, trataba de vestirme sin levantar sospechas, hablar y tener comportamiento masculino; aunque mi personalidad no era nada femenina. Él ya lo sabía, pero ¿cómo?

—Sí... Sí me gusta alguien. Es mi mejor amigo. —Le temía a esta respuesta, no por el doctor, no porque estuviese inseguro. Sé quién soy y me acepto totalmente como soy. Me inquieta es mi madre, esa mujer que me crió desde los cinco años sola, que no se detuvo por la muerte de mi padre...

Recuerdo una vez estaba en mi salón un chico, era nuevo y lindo. Fue hace dos años. Lo veía todos los días, a veces hasta lo perseguía. Después de cinco meses una amiga me lo presentó, estábamos en la cantina, y él sentado en una de las mesas con sus amigos. Se llamaba Bruno, uno de sus amigos creo que se llamaba Marcos, dijo enfrente de todos: «¿no eres quien se la pasa viendo y persiguiendo a Bruno? ¿No es él, Bruno?» Desde entonces fui el «maricón» de su grupo. Bruno nunca me molestó, pero sus amigos sí; y era lo que más me molestaba.

Me imaginé cómo sería la reacción de mi mamá, si sería igual o peor... Realmente no quería enfrentarme a eso.

—¿Cómo te ves en un futuro? Con hijos, con una esposa o esposo, ¿con quién te gustaría compartir el resto de tu vida?

Esta pregunta me causó una punzada en el estómago. Quería mentir.

—Con dos hijos y un esposo.

El doctor veía su libreta, como si pensara algo mientras fingía leer lo que estaba escrito.

Luego de unos minutos formuló otras pocas preguntas, todas que no vinieran del tema, las cuatro eran innecesarias saber. Me hizo llamar a mi mamá, quería hablar con ella a solas.

Media hora, mi madre salió. Su cara expresaba decepción, asco, tristeza, rabia. Me dijo que pasara, el doctor quería hablar con los dos. Entré al consultorio. Mi madre no disimulaba la repugnancia con la que me veía, no hacía ni el menor esfuerzo.

El psicólogo me hizo hablarle de lo que le había dicho yo. Y sin titubeos, le conté todo: las presiones, mis disgustos, mis preferencias, e incluso mis pensamientos, también cometí el error de hablarle de él. Se mantuvo en su silla viéndome con repulsión, vi la expresión, sé que quería levantarse y darme una cachetada y gritarme. Pero no lo hizo. Su rostro se tornó triste y frustrado.

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⏰ Última actualización: Jun 13, 2018 ⏰

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