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Durante sus 20 años de vida, Raoul siempre se había sentido seguro y querido bajo el amparo de su maravillosa familia. Además de ellos, siempre hubo otra presencia constante a su lado, que le entendía como nadie, le cobijaba entre sus brazos y jamás le juzgaba.

Mireya.

Se conocieron en primaria, cuando la andaluza se mudó y se matriculó en su misma clase. Raoul recuerda que ya entonces, con tan solo seis años, la rubia ya denotaba una seguridad apabullante y, ante todo, amabilidad. Y fue precisamente esto lo que más conquistó al rubio pues, un día en el que su madre se había olvidado de meterle el almuerzo en su mochila del Espanyol, fue Mireya la que le ofreció el suyo. Así, sin casi ni conocerle.

Desde entonces, ambos se habían hecho inseparables y, junto a su madre, Mireya era la mujer más importante en la vida de Raoul. Era su mejor amiga, su consejera y su ángel guardián. No tenían secretos entre ellos -que la rubia tuviese la capacidad de leer la mente hacía que tener secretos fuera imposible- y, tras muchos años hablándolo, se mudaron juntos cuando empezaron la Universidad.

Ella se matriculó en Magisterio, pues desde siempre había tenido una mano especial para tratar con los más pequeños. Estos, se abrían desde el principio ante ella. En realidad, todos lo hacían, porque el magnetismo de Mireya era impresionante y, daba igual desde cuándo la conocieses, que te sería ridículamente fácil confiar en ella para todo. En su tiempo libre, participaba como modelo en sesiones fotográficas.

Raoul estaba cursando el doble grado de Periodismo y Comunicación Audiovisual, aunque su sueño siempre había sido ser cantante y poder vivir de ello. Ya desde pequeño, antes incluso de que su poder de viajar en el tiempo hiciese acto de presencia, la música ocupaba una gran parte de su vida. La primera vez que sus dedos acariciaron las teclas de un piano -su padre lo tocaba y le animó a probar-, sintió una explosión de sensaciones en su interior. Sabía que la magia existía, aunque la magia que se escondía detrás de la música le parecía mucho más interesante y cautivadora.

Sin embargo, España había cambiado, y los cantantes y músicos habían dejado de ejercer su profesión -aquella que tanto amaban- por miedo a ser repudiados. No era raro escuchar viejas historias de gente que había sido condenada al exilio por no querer renunciar a la música, aquella que tantas alegrías les habían provocado.

A Raoul todo aquello le daba igual, pues sabía que tarde o temprano se convertiría en un aclamado cantante, y no le importaba sacrificar todo con tal de cumplir su sueño. Sabía que en España no podría ser, así que tenía planes de cruzar la frontera y marcharse a Inglaterra, la conocida tierra de los sueños y la música.


Cuando le llegó la noticia de que estaba entre los elegidos para ir al primer Internado para gente con poderes, su mundo se desmoronó. Aquel día lloró de rabia y tristeza. Rabia porque iban a intentar convertirle en un monstruo, en un asesino. Tristeza porque su sueño estaba cada vez más lejos, y tenía miedo de haber estado equivocado y que su destino fuese acatar las órdenes del maldito y sanguinario gobierno que estaba a cargo del país.

Su familia sufrió con él la noticia, pues sabían que Raoul jamás sería capaz de matar.

Y él también lo sabía.

MIreya se sorprendió cuando se enteró de que su amigo, al igual que ella, había sido seleccionado. Ni siquiera le hizo falta leerle la mente para descubrirlo, él mismo le comunicó la noticia, saltándose las reglas -algo nada fuera de lo común-. Habría preferido estar sola en esto y que el catalán siguiese viviendo su vida y luchando por escapar pero, en realidad, sabía que se hubiera martirizado porque fuera ella una de las elegidas y no él. Así que, quizás era mejor de esta manera.

falling in reverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora