El Viejo Cazador

18 1 1
                                    

Un hombre se crea a partir de sus acciones, lo que hará de joven repercutirá cuando sea adulto.
eso es lo que decía mi padre, un simple granjero que nadie nunca tuvo la molestia de conocer, pero que daba de comer a los demás.

Yo seguí mi camino ser un doctor para ayudar a los demás, pero, ¿quién hubiera pensado que debería de hacerme cargo, con mis lúgubres y misteriosos compañeros, de esta masacre imparable de gente muriendo por doquier?

Yo rompí mi contrato, marcandome con un estigma imperceptible.
le sirvo a toda la gente que puedo, pero no solo con la peste si no con todas las enfermedades que pudiera resolver.

Por un momento de descuido de mi escolta, en cual el cayó dormido, me marche para que no me pusiera restricciones y pudiera hacer lo que podía a los demás sin importarme su estado social, ni absolutamente nada.

yo solo intentaba desesperadamente ayudar. interactuaba con los pacientes (algo que está prohibido, al igual que usar otros métodos para ver que les sucedería con el paso del tiempo).

Despierto con un latente dolor de cabeza y con una luz que cega mis ojos, haciéndome soltar una especie de gruñido de descontento.
No tengo mi traje, solo la ropa que estaba debajo de ella.

Me siento mas ligero pero algo desprotegido, y mi nerviosismo con el dolor de mi cuerpo aumenta cuando caigo en cuenta de que estoy sobre una cama totalmente desconocida.

Me siento sobre la cama con dificultad, y lo primero que hago instintivamente es tocar la parte posterior de mi cabeza, notando como un pequeño rastro de sangre en mis dedos.

Me intento levantar, pero mis piernas tambalean muy torpemente.
Me siento mareado, mi garganta quema por agua y con el hambre carcome mi estómago.

camino hacia la puerta y en el umbral me cortaba el paso un hombre alto, robusto, que parecía fuerte, con un rostro de alguien que los años ya le caían encima y con ropa de caza.

firme como un militar, me ve con una mirada gélida, que denotaba más indiferencia, pero solamente aparta su mirada de mí y camina parsimoniosamente por aquel estrecho y oscuro pasillo.

Casi tropiezo un par de veces al seguirlo. Después de unos minutos, entró a una habitación iluminada por la tenue luz de las antorchas.
veo una mesa con 3 sillas hechas de madera bastante decorada, parecía madera de roble finamente conservada y cuidada.

Una mujer aparece por una de las puertas.

tiene una apariencia cansada, con unas notorias ojeras decorando su cara con arrugas. Su expresión siempre se mantiene en calma, y eso hace que una mala sensación se instale en la boca de mi estómago.

Tan pronto como me ve, hace una reverencia saludándome, y yo para ser educado le devuelvo el gesto.

Con un ademán de su cabeza, me indica que ocupe una de las sillas.

Ella, sentándose frente a mi, me pregunta:

– ¿Cuál es tu nombre? – con su voz igual de cansada que su rostro.

– Amando de Carcasota – respondo algo dudativo.

Ella me dedica una sonrisa maternal, que inmediatamente hace que me sienta más relajado.

– Es un placer conocerlo, Amando de Carcasota. Mi nombre es Yvonne de Grasse, y mi marido lo trajo aquí, inconsciente.

– eh, señora, la verdad es que no se donde estoy... – estaba por continuar de hablar pero el señor con aspecto de cazador apoyado desde una pared parcialmente oscura, me interrumpió, asustandome.

La Gran PlagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora