—Amanda. Despierta. —Siento cómo me mueven. Escucho que me llaman, pero no sé muy bien quién. —Amanda, por favor. Dios, lamento hacerte esto, pero es necesario. Amor. —Me mueven más. —Amanda. —Ya sé quién es. —Amanda. —Abro los ojos.
— ¿Que paso? —Digo somnolienta. Veo a mi madre, una versión muy desgastada de ella. Está con el cabello revoltoso, ojeras marcadas.
—Hoy entregan los resultados de las pruebas de tu sangre. Sé que estás cansada y no…—La interrumpo.
— No, má, está bien.
—Perdón… ¿Quieres que te ayude a cambiarte?
— No, está bien, lo puedo hacer yo—Sé que mi madre está preocupada y quiere ayudarme en todo lo que pueda pero estas cosas son las que me hacen sentir normal y si no puedo hacer estas cosas sola ¿Qué haré? Sigo siendo la misma chica de antes, sólo que con un mal futuro y, no hacer este tipo de cosas sola, me hace sentir… como si fuera otra persona, y, no me gusta.
— ¿Si? —Posa su mano encima de la mía y me acaricia con su pulgar. La miro y asiento—Está bien, te espero abajo. Si necesitas ayuda solo di mi nombre y estaré aquí.
La veo salir de mi habitación.
—Mamá, ya estoy lista. —Elegí un buzo suelto, un polo holgado y las zapatillas deportivas que me compraron para usar en las quimio.
—Muy bien, aquí estoy. ¿Qué tal me veo? —Lleva lentes negros, supongo que por el maquillaje que no trae, y por las lágrimas que tal vez después derrame y no quiere que vea. El pelo alborotado, el polo que traía ayer, su pantalón de dormir y zapatillas. A penas y se cambió.
—Bien. —Sonreí. No se veía bien en lo absoluto. Se veía agotada, cómo si necesitara dormir tres días seguidos y aun así, no fuera suficiente. Desde que nos dieron la noticia, no ha dejado de moverse.
—Mientes fatal, amor. —Toca mi pelo y lo alborota.
—Basta ya mamá. —Digo riendo. — Llegaremos tarde. — Tal vez la haga sentir mejor ver que me río. No es que sea un momento para reírse, pero es algo que hago instantáneamente después de que ella me alborota el pelo. Es como… nuestro código. El código de madre e hija. Lo hacíamos desde que yo estaba pequeña.
—Venga, vamos.
Aquí estamos. En el consultorio del Doctor Kavinsky. Un tipo de 57 años, divorciado, sin hijos. A punto de decirme que será de mí.
Todo esto comenzó cuándo un día me encontraba en mi habitación y caí de pronto. Pensé que solo había sido un desmayo y mamá también lo creyó así. Pero no era cierto. Ya me había sentido mal antes pero por alguna razón ese día fue diferente. Y los días siguientes lo fueron más.
Empecé a toser sangre, cuándo llegaba la hora de dormir al cerrar los ojos… todo desaparecía para mí. Cada día parecía más cansada que el anterior. Si es que en algún momento alguien me preguntará cómo es que paso esto yo diría, “No lo sé.” Y es así. No sé cómo sucedió. No sé cómo pase de ser una niña sana a ser la chica adolescente con problemas en su sangre.
Mi vida siempre fue lo suficiente mierda, si es que me pongo a analizarlo. No tuve un papá y al parecer eso era algo que no podía pasar desapercibido. “Mi infancia”, si es que se podría llamar así, jamás fue feliz. Todo estaba bien y un día de repente, todo cambio. La gente empezó a hablar, y todos se enteraron que no tenía un padre. Los niños fueron crueles conmigo. Me hacían sentir inferior por no tener uno. Jamás desee tener un padre hasta que ellos empezaron a fastidiar. “Estás sola y nadie te quiere. Nadie te querrá jamás. Eres fea, y por eso no te quieren. Por eso tu padre te dejo.” Siempre fue así, pero jamás me queje. Y por eso, mamá nunca se enteró.
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One.
Teen FictionEn su última visita al médico, a Amanda le han dicho que le queda 1 año o tal vez menos, de vida. Totalmente devastada por la idea de dejar sóla a su madre, decíde ir a caminar para poder liberar los sentimientos encontrados que contuvo desde que le...