Sylvie llamó cautelosamente a la puerta antes de entrar en la habitación de la señora van Veen.
-¡Anne! Soy yo, Sylvie. ¿Se encuentra bien?
Aún no lograba acostumbrarse a los constantes cambios de humor de la anciana. Ni tampoco a que a veces la confundiese con alguien del pasado.
-Ha llegado una tarjeta de felicitación para usted. Probablemente, de alguien de su familia.
-Yo no tengo familia.
Sylvie se mordió la lengua. Recordó que su compañera le había contado que la señora van Veen había vivido en familias de acogida desde los 9 años.
-De todos modos, seguro que es una tarjeta muy bonita, Anne. Si no la abre, no sabrá quién se la envía.
La anciana cogió el sobre, lo miró y lo lanzó lejos.
-No es para mí. Es para Bep. Yo no soy Bep. ¡Yo soy Anne! -gritó
-¡Señora! Tranquilícese, por favor.
La anciana agarró los brazos de Sylvie con aquellos dedos nudosos que parecían garras.
-Ella vive en mí, ¿entiendes, querida? Se me ha metido dentro. Pero yo no soy ella. ¡Yo soy Anne!
Ahora la anciana miraba a Sylvie con ojos que reflejaban auténtico terror. Sylvie se asustó.
-Cálmese, Anne. No está usted sola. Yo estoy con usted, y estamos bien.
-No estamos solas. Ella está aquí, conmigo. Y tú no puedes hacer nada. Nadie puede librarme de Bep. Nadie. La veo en mis sueños. Está por todas partes. ¡Me ha robado el alma!
Sylvie pulsó el timbre de alarma. Inmediatamente, la enfermera jefe entró en la habitación.
-¿Qué son estos gritos?
-No lo sé. Se ha puesto muy nerviosa. Está como alucinando. Creo que necesita un calmante.
-Quédate con ella y tranquilízate. Le pondremos una dosis de ansiolítico.
La medicina hizo efecto con bastante rapidez. En unos diez minutos, la anciana se encontraba balanceándose en su mecedora, con la mirada perdida.
-¿Se encuentra mejor?
-Sí, pero ella no se va -Susurró la anciana con voz cansada -Nunca se irá. Bep no me dejará hasta que me muera.
-Pero, ¿por qué dice usted eso? ¿Quién es esa Bep? -preguntó Sylvie acariciándole el brazo con suavidad.
-Sylvie, no creo que sea buena idea sacarle el tema ahora -susurró la enfermera -Cariño, te has vuelto a olvidar: Bep eres tú misma. ¿No te acuerdas? Hala, ven, vamos a acostarnos -añadió dirigiéndose a la anciana, como si hablase con un bebé o con un niño pequeño.
-¡Oh! ¿Soy yo? ¿Yo soy Bep? -la señora se dejó conducir hasta la cama sin oponer resistencia -Se me había olvidado.
-¿Lo ves, Sylvie? A veces tienen momentos de lucidez. No deberías seguirle la corriente con ese rollo de que se llama Anne.
-Éramos amigas. Pero ella se murió. Y yo la traicioné -murmuró la anciana ya acostada en la cama.
-Historias del pasado -susurró la enfermera -Probablemente Anne era una niña que realmente existió en su infancia. Vamos a dejarla tranquila, que ya está a punto de dormirse.
Y, tomando a Sylvie firmemente por el brazo, la sacó de la habitación.
-Es extraño. Recuerda a la otra niña y sin embargo se ha olvidado de sí misma.
-Sí. Así es la mente humana. No podemos entender cómo funciona, y menos en circunstancias como las suyas. No solo por el Alzheimer, pero por todo lo que le ha tocado vivir. ¿Sabías que perdió a toda su familia durante un bombardeo, en la Segunda Guerra Mundial?
-¡Uf! No tenía ni idea. ¿Dónde fue eso?
-Aquí mismo, en Rotterdam. Creo que estaba jugando con otros niños delante de la casa y el edificio se desplomó. Murieron todos, tanto los adultos que estaban dentro como los niños que jugaban en la acera. Ella fue la única superviviente.
Sylvie sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal.
-¿Y qué pasó después?
-Vivió con familias de acogida hasta los diecisiéis años. Cuando pasó esto tenía como ocho o nueve, creo. Imagínate qué trauma.
Sylvie asintió sin poder pronunciar palabra. Tenía un nudo en la garganta. Y sabía que, de algún modo, tenía delante la clave que a los demás se les había pasado.
Aquella noche, en cuanto entró en casa, decidió llegar al fondo de la cuestión. Sirviéndose una taza de café bien cargado, se puso delante del ordenador y comenzó a realizar una búsqueda frenética. Consultó todos los archivos e informes de todos los bombardeos de Rotterdam durante la guerra.
Unas horas más tarde estaba exhausta, pero demasiado conmocionada para poder pensar con claridad. Inmóvil, miraba fijamente a la pantalla sin capacidad de reacción. Estaba segura de haber encontrado el eslabón perdido que conectaba todos los datos. Una clave que, por otro lado, todavía no lograba comprender.
Porque, en abril de 1944, toda la familia Gedeon había muerto en un bombardeo, incluyendo a su hija Anne y su hermana Rebecca. Así como sus vecinos, los van Veen, tanto los padres como dos de sus tres hijos: Robert y Wilma, pero no así la pequeña, Bep, de nueve años, que había sobrevivido milagrosamente.
Así pues, Anne Gedeon era una niña que existió realmente. Era la vecina de Bep van Veen. Pero ahora estaba muerta. Y Bep era, efectivamente, la única superviviente de aquel bombardeo, mientras que Anne había perdido la vida en él.
El hecho de que para la anciana la historia hubiese ocurrido al revés era algo que se escapaba a la comprensión de Sylvie. Y tampoco podría llegar más allá, puesto que la única que podría explicárselo era una enferma de Alzheimer de más de ochenta años. Quizás era el momento de ponerse una película de Netflix, pintarse las uñas con el esmalte nuevo, y tratar de desconectar un poco del trabajo...
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Identidades perdidas
General FictionUna anciana demente, un inmigrante africano y una mujer sin techo. Entre ellos no hay nada en común, excepto su pérdida de identidad y el trato condescendiente que reciben los seres marginales. Su pasado, sus recuerdos y sus orígenes no tienen derec...