Ella y Nuestros Bebés

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Miranda

Todos tenemos un día perfecto, pero yo lo tengo todos los días al ver las pequeñas y dulces sonrisas de mis preciosos bebés. Dylan e Isis, tienen cuatro meses de nacidos y, a pesar de que han sido cuatro meses muy, muy, muy difíciles al ser madre soltera de sólo veinticuatro años, me hacen feliz. Como nunca antes lo fui.

Dicen que soy exageradamente positiva, pero no le veo razón a amargarme por cosas que no puedo cambiar. ¿De qué me sirve quejarme porque mis hijos lloran, o se hacen del pañal, o porque debo pagar el arriendo de nuestro pequeño apartamento? Son mis obligaciones y, amargada o no, debo solucionarlo. Así que yo decido si quejarme o llevar mi vida lo más tranquila posible disfrutando de mis hijos.

Siempre había estado sola. Mi madre era... trabajaba en algo no muy lindo de mencionar, así que pasaba las noches sola, mientras que en el día, también estaba sola. Ella no era muy activa a esas horas. Hasta que servicios sociales me «rescató» cuando tenía diez años. Mi madre me amaba, de eso no tengo dudas, pero no todos tenemos vidas privilegiadas y eso fue lo único en lo que pudo trabajar una mujer extranjera, sin estudios y con una bebé sin padre. Ella murió dos años después de nuestra separación, por una sobredosis de heroína. Sé que puede sonar egoísta, pero me alegra que haya dejado de sufrir.

Recuerdo que solía decirme: No importa qué, siempre sonríe.

Nunca he dejado de hacerlo. Ni en el día más nublado de mi vida, que resulto regalarme lo más preciado que hoy tengo.

Ahora yo estoy repitiendo sus acciones, con la diferencia de que yo no tenía quince años cuando me embaracé, en que no tengo uno, sino, dos bebés; y también en que, yo no me prostituyo. Prefiero tener dos trabajos, dormir poco y vivir en un pequeño apartamento de un destartalado edificio, pero feliz con mis pequeños.

Termino de cambiarlos, a Dylan con un overol de jean que lo hace ver como a chuky, que bueno que no es pelirrojo, eso me mataría; y a mi pequeña princesa un bonito vestido azul que resalta mucho sus ojitos sin color definido. Los pongo en su coche para ir a dejarlos con la señora Hills y beso sus frentes antes de corre a cambiarme. Ella es mi vecina y los adora. Me acompañó durante todo el embarazo y fue quien estuvo a mi lado en el momento del nacimiento de mis hijos. La conocí en un supermercado por casualidad, es uno de esos días en que todo es un desastre, llueve, mojas tus zapatos, tu paraguas se abre y un auto te moja de pies a cabezas. Creí que ese tipo de días era perfecto para los libros, justo cuando nada puede ser peor, pero me sucedió. Guao.

Me sacó del supermercado, que más que calentarme, estaba enfriando mis huesos, me compró un chocolate y me llevó a su apartamento, al día siguiente me ayudó a conseguir este lugar para vivir. No sabe cómo se lo agradezco.

—Mis bebés preciosos —chilla ella recibiendo a Dylan.

Buenos días para usted también...

—Si, si, niña. Adiós.

Me corre de su apartamento luego de tomar a Isis y me quedo en la puerta con una gran sonrisa. Niego y suspiro antes de alejarme de su puerta, le doy un toque a la grieta a la pared de la señora Virginia. Este lugar se cae a pedazos, justo como la vida día a día. Siempre he querido pintarlo, espero poder hacerlo algún día.

Llego a la cafetería luego del largo paseo de una hora en autobus, y saludo a mi compañera y a mi jefa. Kelly enarca una ceja al verme y me encojo de hombros restándole importancia a mi imagen. Ya sabe a qué se debe. Todo el tiempo estoy con ojeras y cansada, pero no me quejo. Creo que hacerlo, sólo arruinaría mi vida. Además, mis bebés lo valen.

—¿Cómo están? —pregunta Aria, mi jefa, con ojos brillantes y emocionados.

Sé que no se refiere a mí. Cada día que veo esos ojos verdes tan extraños y perversos, recuerdo cuando me pidió que le diera a mi Dylan en adopción cuando naciera, y casi muero. Creo que aún me siento ofendida por su comentario de que tengo dos hijos y puedo darle uno.

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