3. La historia

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Hilal contuvo el aliento por la sorpresa.

—Bueno... empecé los trámites del divorcio —se corrigió el profesor suavizando la voz.

No podía creerlo y no sabía exactamente qué decir por la culpa removiéndose en su sistema.

—Lo siento —susurró agachando la mirada.

El señor Priego colocó un dedo en su mentón y lo obligó a levantar la mirada de nuevo hacia él.

— ¿Por qué lo sientes, Hilal? —Preguntó el profesor con una sonrisa torcida, había algo de diversión en su mirada y esto lo confundía más.

—Yo... me siento algo así como culpable —comentó frotando sus manos con nerviosismo—, jamás pretendí arruinar su matrimonio, señor Priego, lo siento.

La mirada de ese hombre se oscureció de nuevo y sus labios se torcieron en un gesto de molestia.

—Tú no destruiste nada —masculló el maestro—, mi decisión va más allá de lo que siento por ti.

El profesor se acercó un poco más y lo abrazó por debajo de los hombros a la vez que enterraba el rostro en su cuello.

Hilal se aferró a la cintura de su profesor con anhelo. La barba raspaba su piel provocándole piel de gallina y suspiró porque había extrañado tanto su cálido contacto. Sin embargo, había algo diferente en este abrazo, un sentimiento de protección lo hizo ponerse alerta pues se sentía como si su maestro estuviera sufriendo y que en cualquier momento se desmoronaría en sus brazos.

— ¿Qué pasa, Renato? —Susurró acariciando la firme espalda con cariño.

El profesor se estremeció y lo apretó más.

—Desperdicié diez años de mi vida a su lado. Solo me hizo perder el tiempo —la voz del maestro sonaba como un sollozo—. Estos días que estuve fuera, fui directo a Londres para encararla y averiguar lo que sentía por ella —el maestro rio sin humor—, un esfuerzo en vano porque cuando llegué la descubrí con un niño en brazos.

Hilal lo empujó un poco y cuando pudo ver ese atractivo rostro lo acarició con una mano mientras con la otra se aferraba a la cintura de su profesor por el temor de que en cualquier momento las rodillas le fallarán por la profunda tristeza que mostraba.

—Era un niño de cinco años, Hilal —el profesor suspiró molesto cerrando los ojos— estando en esa posición no le quedó otra opción más que confesarme que ella había formado su propia familia desde hace cinco años. Me había estado engañando durante todo este tiempo.

El profesor volvió a enterrar el rostro en su cuello aspirando fuerte sobre su piel. Se percibía que no estaba triste, estaba furioso y tembloroso; el profesor se aferró a él con tanta fuerza que le costaba trabajo respirar. Aun así, él también se apretaba al gran cuerpo queriendo sacarle todos los sentimientos negativos y hacer todo lo posible para que no siguiera sufriendo.

— ¿Y por qué nunca te lo dijo? —Preguntó jadeando por la falta de aire.

El profesor dejó de apretarlo, tal vez siendo consciente de que lo estaba asfixiando.

—Su pareja es un golpeador, me quería como una salida fácil por si algún día necesitaba salir huyendo de Londres —susurró sobre su cuello.

Hilal jadeó incrédulo pues no podía creer el descaro de esa tipa.

— ¿Se negó cuando le pediste el divorcio? —Habló acariciando la suave cabellera rubia que descansaba sobre su hombro.

—Sí, todavía tuvo el descaro de decir que no estaba lista para dejarme ir —se rio sin humor de nuevo— me di la media vuelta y la dejé en el umbral de su casa gritando mi nombre. Después regresé al hotel y me encerré allí durante mucho tiempo, las mucamas entraban y salían para hacer el aseo de la habitación. Yo solo miraba por la ventana apreciando el movimiento de los coches hasta que decidí prender mi celular y vi que había pasado un par de días.

Hilal intentaba concentrarse en la plática aunque el cálido aliento sobre su cuello despertaba deseos de besarlo, deseos que debía frenar pues no era el momento ni el lugar. El profesor lo soltó y de inmediato rodeó su cintura para agacharse y frotar la cara contra su pecho, parecía un gatito hambriento de caricias. Hilal rodeó su cuello y besó la rubia cabellera que se frotaba contra él.

En el fondo de su mente se preocupaba de que en cualquier momento llegara su mamá o que algún vecino chismoso los estuviera viendo. Por fortuna su casa no estaba muy alumbrada por la farola de la calle, lo que les brindaba cierta privacidad.

Después de un largo rato de caricias, el profesor se enderezó soltándolo por completo aunque sin apartarse demasiado. Un estremecimiento le recorrió la piel por el cambio de temperatura ahora que el aire frío le acariciaba la piel.

Siendo consciente del peso en su bolsillo sacó las llaves que llevaba y se las extendió. El profesor las miró con seriedad.

—Quédatelas, podrías necesitarlas —dijo empujando su mano de regreso.

Hilal lo miró angustiado.

— ¿De nuevo me vas a dejar solo? —Preguntó sin esconder su expresión de enfado.

Con la poca luz que recibían vio al profesor sonreír y percibió que la mirada del profesor se iluminó observando su labio inferior sobresaliendo un poco por su estúpido gesto.

—Jamás te voy a dejar solo —respondió el maestro al inclinarse y depositar un suave beso sobre sus labios.

El sabor del cigarro y la menta era algo nuevo y excitante. Hilal jadeó deseando treparse en él y no dejarlo ir nunca más. Sin embargo, se detuvo y retrocedió para pegarse por completo a la pared, temeroso de que alguien los viera. El profesor sonrió con picardía acercándose y presionando su cuerpo contra el suyo.

—Alguien puede vernos —expresó un poco mareado por el deseo de volver a besarlo.

—Cierto —asintió el profesor alejándose un paso mientras volteaba a todos lados.

—Aunque... si quieres... puedo quedarme esta noche en tu casa —propuso cerrando la distancia entre ellos. Su estúpido cuerpo se negaba a estar lejos de él.

El profesor lo tomó de los hombros y lo apretó un poco.

—No, esta noche no, necesito estar solo y ordenar mis pensamientos —dijo el profesor con formalidad—, necesito superar esto.

Hilal asintió tratando de evadir la decepción que dejó la respuesta.

—Entonces, ¿nos vemos mañana en el colegio?

—Así es —respondió él al colocar una mano sobre su espalda y obligándolo a acercarse a la puerta de su casa.

Hilal sacó las llaves y abrió la cerradura con torpeza. Una mano grande lo empujó para que entrara.

—Hasta mañana —susurró el profesor metiendo la cabeza por la puerta.

Sin pensarlo dos veces tironeó de él para besarlo como quería, chupándolo, mordiéndolo y haciendo esos ruiditos desesperados. El profesor mantuvo su cuerpo por fuera de la casa y con una última mordida se retiró para cerrar la puerta trás de él.

Hilal se apoyó contra el metal con su respiración inestable y agudizando el oído. Suaves pasos se escucharon alejarse seguidos de una puerta y el rugir del automóvil que poco después se perdió en la distancia. Se dejó caer en el piso y abrazó sus piernas. Sabía que debería estar feliz porque, como haya sido, el profesor ahora se encontraba disponible y aun así se sentía temeroso.

En la nota que le había dejado antes de irse de su casa mencionaba que lo que sentía por él era algo que lo enloquecía.

« ¿Qué pasará cuando se acabe esa locura?, ¿Qué pasará si el señor Priego se da cuenta de que solo era un enamoramiento pasajero? »

Hilal se apretó con más fuerza sintiendo como pasaban los minutos... las horas.

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He de aclarar ☝️ que esta última reacción de Hilal se debe a su forma de ser tan insegura y nerviosa, muchas cosas que sospecha que son malas, solo viven en su imaginación por no preguntar lo que en realidad pasa.
El siguiente capítulo es en voz del profesor así que sabremos lo que en verdad piensa ese sensual hombre 😍😍😍

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Deseando a mi profesor de músicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora