"Los Zapatos Desconocidos" por J.V Rico

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Estaba cansado, había dormido fatal. Estaba acostumbrado al vaivén de los vehículos en la calle, al entrar y salir de la gente, de los gritos... pero a pesar de todo, esa noche fue especialmente mala. No quería despertar, pero el sol ya me daba en la cara y la hora de irme de allí estaba cerca, no quería molestar. Salí de la cama y lo vi, unos zapatos negros, muy elegantes y brillantes. Miré alrededor pero no parecía haber nadie, ¿serían para mí? ¿Quién los había dejado ahí? Los cogí y me los probé, definitivamente me venían bien, quien fuera la persona que los había dejado ahí, usaba la misma talla de zapatos. 

Contento como unas pascuas, recogí mi habitación tan rápido como pude y me marché de allí, la persona misteriosa que los había dejado al lado de mi cama no debía andar muy lejos y quería encontrarla más que nada en este mundo, era como una necesidad que palpitaba en lo más profundo de mi ser. Fui al parque de la Bienaventuranza, era un buen lugar para empezar, pensé que si andaba por la ciudad exhibiéndolos sería más fácil de encontrarla. 

Me crucé con un par de personas, pero al intentar pararles para preguntar me hicieron caso omiso y siguieron su marcha, alegando que tenían prisa. Seguí andando y vi a un señor anciano alimentando a unas palomas que revoloteaban a su alrededor, el susodicho no parecía ocupado, así que me acerqué y le pregunté:

- Disculpe señor, por casualidad no conocerá usted alguna tienda donde vendan zapatos como estos, ¿verdad?

 - Pues la verdad es que sí, a un par de manzanas de aquí hay una tienda que muy probablemente venda zapatos de ese estilo, ¿te gustan?

 - ¡Mucho! Muchas gracias por su ayuda, tengo un poco de prisa, hasta luego. 

Corrí en la dirección facilitada por ese buen señor hasta encontrar lo que buscaba, una tienda bastante grande con un escaparate lleno de zapatos de todo tipo. Decidí entrar para preguntar a la dependienta, cabía la posibilidad de que esos zapatos fueran comprados allí, y esa señorita podría recordar quién los compró. Al entrar en la tienda la mujer me miró de reojo, con cara de extrañeza y poca confianza, al acercarme a preguntar me dijo que me marchara, que espantaba a los clientes. Ya estaba acostumbrado a ese trato, así que me marché y seguí buscando por toda la ciudad sin ninguna suerte. 

El sol estaba a punto de ponerse. Desesperanzado decidí regresar a mi barrio, ya casi era hora de volver a casa, pero en el camino de vuelta no pude evitar darme cuenta de algo que me llamó mucho la atención, el anciano al cual vi esta mañana seguía allí, en su banco, mirando a la nada, como si esperara algo. Decidí acercarme y cuando se dio cuenta de mi presencia, me miró, sonrió y preguntó: 

- ¿Has encontrado lo que buscabas?

 - No señor. 

- A lo mejor es que no has buscado en el sitio adecuado, ¿no crees?

Algo ocurría con ese hombre, no era como los demás, me transmitía calma. No sabía qué responderle, pero tampoco hizo falta, el señor siguió hablando. 

- A veces tenemos la respuesta a nuestras preguntas delante de nosotros, pero no tenemos la vista adecuada para poder darnos cuenta. Las prisas, por ejemplo,hacen que miremos a nuestro alrededor, pero no hace que lo observemos. 

- La verdad es que no se me dan muy bien los acertijos, no entiendo muy bien adónde quiere llegar. 

El hombre rio muy sonoramente, probablemente demasiado. 

- Eres demasiado joven todavía, pero creo que eres el más indicado para entender esto mucho mejor que otras personas, yo me he dado cuenta demasiado tarde de todo esto que te estoy contando. 

El hombre se levantó del banco y empezó a andar, entonces se dio cuenta de lo que quería decir. 

- Disculpe señor, ¿y sus zapatos? 

Se giró con una sonrisa y simplemente se limitó a decir... 

- Los tiene alguien que los necesita más que yo.

No dejé de observarlo hasta que desapareció, me quedé sin habla, paralizado de la emoción. Miré mis zapatos nuevos y parecían aún más bonitos que esta mañana,definitivamente, pensé, nunca podré devolverle el favor a ese señor. La noche cayó y volví al cajero de siempre, saqué el colchón de su escondite, lo puse en una esquina y me metí en la cama, ya estaba en casa, había vivido un día más, el día más feliz de toda mi vida. Cerré los ojos y, simplemente, me dormí.

Reto Creativo 1: Los Zapatos DesconocidosWhere stories live. Discover now