Capítulo 3

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13 años después...

Un café recién hecho y un par de bollos calientes. No había mejor forma de empezar el día. Si al menos fuera para mí...

- ¡Folch! ¿Y mi desayuno?

La señorita Feliu aúlla con fuerza. Y sí, digo "aúlla", porque hasta una jauría de lobos hambrientos haría menos ruido que ella.

Me había costado siglos conseguir mudarme a la capital, y aún más lograr este puesto como becario de la compañía  ¿Y para qué? ¿Para acabar sirviendo a este intento de Bulldog?

Sé que parece cruel, pero si la viérais comprenderíais el por qué de su apodo. Creo que todo radicaba en sus ojos, sapeados y siempre acompañados de una expresión de mala leche. ¡Parecía que estuviéran a punto de salírsele de las órbitas! Y eso, junto a su mala actitud, había derivado en este sobrenombre (aunque hay quienes aún preferían el clásico "ojos de huevo", muy propio de La Joven de la Perla)

- Aquí está todo, señorita Feliu -respondo al colocarle apresuradamente la bandeja en la mesa. Ni me atrevía a mirarla a la cara.

- Señora -me corrije ella.

- ¿Otra vez? -se me escapa, y al instante me doy cuenta de que la he cagado.

- ¿Qué quieres decir?

Me mira enarcando una ceja, retándome con la mirada; y os juro que si el diablo tuviera rostro, sería la representación de la señorita Feliu. Perdón, "señora".

- Nada -me apresuro a decir- Es sólo que es el segundo de este año...

- ¿Y acaso encuentras un problema a que encuentre el amor?

Siento su mirada analítica por todo mi cuerpo, como un escáner que buscara cualquier secreto en mi contra con tan sólo echar un vistazo. Tal vez un puñado de clips en mi bolsillo que le indicara que robo material de la oficina, o puede que carmín en mi cuello para justificar mi despido por la "política anti-relaciones" de la empresa.

No parece encontrar nada digno de interés, por lo que se quita las gafas y sigue hablando:

- ¿Alguna vez has estado casado? ¿O al menos tenido una relación estable?

Su tono había cambiado. Ahora era curioso e incluso preocupado, y no sé qué me aterraba más. Creo que habría preferido que me gritara...

- No, señora.

Hace una pausa.

- ¿Alguna vez te has acostado con alguien?

Tenso la mandíbula.

- No, señora.

- Oliver, ¿eres gay?

Esta vez, soy yo quien hace la pausa. ¿A qué venía todo esto? No creo ni que fuera legal.

- No, señora.

Eso no era del todo cierto, pero tampoco del todo falso. En cualquier caso, prefería no especificar. Sabía que una respuesta sincera, fuera cual fuera, terminaría jugando en mi contra.

Observo su reacción durante los minutos siguientes. Eran cíclicos: Primero, se pasaba la mano por la frente, luego suspiraba y enterraba la cara entre sus manos, y finalmente tomaba un par de notas y volvía al primer paso.

Y mientras yo estaba allí. De pie. En silencio. Con un nerviosismo y expectación que parecían no querer dejarme respirar.

- Está bien. Puede irse -dice al fin, señalando la puerta de su despacho.

Siempre me sentía aliviado al salir de ahí, cual preso con la condicional (y nunca mejor dicho), pero aquella vez fue algo extremo. Prácticamente me dejo caer en mi silla al llegar, y enseguida Pablo se acerca a verme.

- ¿Te ha echado ya?

Yo me limito a negar. Él sonríe y coloca una pegatina roja en la pared que separaba ambos cubículos. Era un especie de juego: cada vez que lográbamos salir de su despacho sin una carta de despido, poníamos una pegatina.

Ya debíamos tener más de cuarenta cada uno. Antes jugábamos con una chica, Tania; pero ella "perdió el juego".

- ¿Qué ha sido esta vez? -pregunta- ¿Tus pantalones son demasiado "out" o el bollo no lo suficientemente "in"?

Suelto una carcajada antes de responder.

- Se ha vuelto a casar. Y le he recordado que era la segunda vez en lo que va de año.

Él abre la boca con dramatismo y cierto toque de divertida admiración.

- Pero mira el pueblerino, si parece que tiene garras.

- ¡Miau! -respondo riendo.

Me gustaba estar con Pablo. Era de los pocos que lograban hacerme sonreír. Y desde luego, de los pocos que seguía a mi lado tras todo lo que había pasado.

- Luego ocurrió algo raro -prosigo- Empezó a preguntarme por mi orientación sexual.

- ¿Y qué le dijiste?

- ¿Qué le voy a decir? Pues la verdad: que estamos juntos y que cada noche nos colamos en su despacho para que pueda chupártela.

- Ja, ja, ja -responde- No bromees con eso, anda.

- ¿Por qué? ¿Temes dudar de tu sexualidad? -continúo. 

- No. Temo que tú dudes de la tuya.

Mi tono burlón desaparece al instante.

- Y-yo no dudo de mi sexualidad...

- Puede que de eso no. Pero...

- Basta -le interrumpo.

Pablo y yo siempre hablábamos de todo; no existía ningún tema tabú para nosotros. Pero por ahí no iba a pasar. Ya había tenido bastante con lo que pasó en el instituto.

Creo que ya os hablé de Javier y Álvaro; de lo que me hicieron. Pero no mencioné que aquel no fue un caso aislado. Tuve que cambiarme de instituto. Tuve que huir. De la gente... Pero también de quién era. Y cuando mi familia lo descubrió... También tuve que huir de ellos.

Es cierto que Pablo había estado ahí en todo momento y que me había apoyado aun sin saber qué me pasaba. Sé que jamás me juzgaría, y que jamás se iría como hicieron los demás. Pero aún así... No estaba preparado para contarlo.

- Solo digo, que si alguna vez quieres hablar de ello...

Suspiro.

- Lo sé.

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