Capitulo 7

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El lago Mead se extendía ante ellos, kilómetros y
kilómetros de un hermoso y profundo azul que
destellaba baño la brillante luz del sol. Barcos y kayaks
desperdigados por el lago mientras bañistas poblaban
la rocosa orilla. A lo lejos, el enorme muro de la Presa
Hoover contenía litros y litros de agua y unas
escarpadas formaciones rocosas en suaves tonos
terracota, amarillo y morado rodeaban el lago, como
si la Madre Naturaleza hubiera pintado su propia
barrera natural para protegerse del mundo.

Dulce: Es precioso -dijo Dulce conteniendo el agrandez
.
Absolutamente increíble. Cuando elegí este lugar del
folleto no tenía ni idea de que sería tan maravilloso
verlo en persona.

Ucker: Hacia siglos que no venía aqui. Mis padres solían
traernos cuando éramos pequeños, casi todos los fines de
semana en verano. Había olvidado toda esta hermosura.

Pero no estaba refiriéndose al lago, sino a Dulce...
Aunque ella no lo sabía.

El brillo del sol iluminaba su cabello proyectando
reflejos dorados sobre sus mechones rojos, como
si los rayos del sol estuvieran besándola. Dulce
esbozaba una suave sonrisa, como si la felicidad la
hubiera invadido y hubiera decidido quedarse dentro
de ella.

Llevaba una falda con estampado floral y una sencilla
camiseta, un conjunto muy veraniego que le quitaba
años y que hacia que el, con su traje de chaqueta, se
sintiera viejo a su lado. Dulce rezumaba alegría y
felicidad.

Todo lo contrario a el.

Y eso lo intrigaba, lo desconcertaba.

Dulce: Vamos -dijo Dulce extendiendo la mano -. Vamos
al agua.

Ucker la miró.

Ucker: No estoy vestido para esto.

Ella le sonrió.

Dulce: Pues entonces, arréglalo -se quitó sus zapatos y sus
pies descalzos se hundieron en la arena entre las grandes
piedras que salpicaban la orilla haciendo que sólo sus
uñas pintadas de rojo destacarán. Esperó a que él
hiciera lo mismo y se rió cuando Ucker vaciló -. Si Ucker,
quitate los zapatos, remángate ese traje caro y vamos a
pasear junto al agua. Te prometo que te derretirás. Puede
que te mojes, pero sobrevivirás.

Ucker pensó en discutir, en decirle que podía
perfectamente hablarle del campeonato y de sus ideas
para el programa informático sin tener que descalzarse,
pero entonces algo despertó dentro de él, la misma
sensación que lo había invadido en el bar del hotel aquella
noche y que le hizo abrirse ante u a completa desconocida
y contagiarse de la alegre actitud de Dulce.

Ella seguía allí, esperando y  sonriéndole. Y así fue
como Christopher Uckerman, el millonario presidente de
una de las mayores compañías de software del país, se
agachó, se desató los cordones de sus zapatos de
Ferragamo, se los quitó, se remango el traje sastre y
fue hacia al agua con Dulce.

Bajo sus pies, la suave y húmeda arena estaba fría.
Una ligera brisa le rozó la cara y bailó sobre sus
piernas desnudos mientras el sol calentaba su rostro y
su espalda. Había olvidado lo agradable que era estar
al aire libre.
Agarró la mano de Dulce y el contacto resultó tan
natural como si ella siempre hubiera estado a su lado.
Quería  más, quería abrazarla contra su pecho, quería
besarla, pero por el momento se limitó a darle la
mano y a disfrutar del lugar. Y de Dulce.

Dulce: Dime que haría que un niño quisiera aprender
cosas sobre un lugar como este. Un niño parecido a ti
cuando eras pequeño -le dijo Dulce.

Él se rió.

Ucker: ¿Quieres decir que que les haría dejar todo lado
sus libros de lectura, o en caso, sus hojas de cálculo y
sus reuniones, y tomarse algo de tiempo para
juguetear y ensuciarse, por decirle de alguna manera?

Embarazo en las vegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora