No sabes lo que tienes, hasta que lo pierdes.

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Entré enfadada en mi habitación, gracias a lo que he visto, me ha quedado más claro de que mi ahora ex novio, se dedicaba a echar polvos a diestro y siniestro.

¡Espera, Sam! Esas fueron las últimas palabras que salieron de la boca rastrera de Luke antes de que le cerrara la puerta en las narices.

-- Sam, ¡abre! -- insistía sin dejar de aporrear la puerta -- Por favor, déjame explicártelo -- seguía insistiendo el pesado.

-- ¡Lárgate! -- le grité entrando en el baño. Me miré al espejo y vi que el rímel había dejado rastro en mi cara. Inmediatamente me lo quité, no volvería a llorar más por ese gilipollas. Nunca.

-- Sam joder, ¡te juro que no es lo que piensas! -- dio un último golpe y terminó por irse.

-- Hasta luego, Lucas -- dije irónicamente con una amplia sonrisa victoriosa.

Salí del baño tarareando una canción cualquiera, la primera que me vino a la cabeza concretamente. Me senté en la cama de la gran habitación y comencé a pensar.

Yo, Sam Michigan, morena de ojos verdes y mediana estatura. Una de las populares en el instituto, llorando por un gilipollas pichacorta. ¡Ni en mis peores pesadillas! Aunque en esos momentos fuera cierto, ya no volvería a hacerlo, lo juro.

No sabes lo que tienes, hasta que lo pierdes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora