Capítulo 8:

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Me despierto y miro a la ventana, aún es de noche, pero se ve un poco de claridad, por lo que el sol tiene que estar a punto de salir. Me levanto de la cama, me pongo unos pantalones cortos negros y una camiseta azul de manga corta, me encanta la combinación entre el azul y el negro. Voy al servicio y, sin hacer ruido, me peino un poco y me pongo las zapatillas de deporte. Bajo las escaleras y salgo por la puerta hacia el camino hasta la playa, llego a la arena y me siento admirando el amanecer. Esta es una de las cosas que siempre he soñado con hacer. Es tan hermoso, el mar brilla como la plata, moviéndose lentamente; las nubes parecen rosas y el cielo naranja...

De pronto, oigo gritos y entro más en la playa buscando la procedencia de ellos; sí, cualquier otra persona habría huido hasta su casa, pero yo no. Mis ojos se abren desmesuradamente cuando veo a una mujer corriendo con un niño en brazos, no hay nadie más en la playa salvo nosotros, lo que es lógico, puesto que es muy temprano, apenas son las seis de la mañana. Entonces, el hombre que persigue a la mujer le agarra del brazo y esta suelta al niño pequeño gritándole que corra. No me puedo mover, ni siquiera estoy respirando. Espera, ¡yo conozco esa voz! ¡Es Laura! Sin saber de dónde saco el valor y sin pensármelo dos veces corro hacia Laura y Daniel con el corazón desbocado. El niño empieza a correr hacia mí al reconocerme y a los pocos metros me alcanza y le cojo en brazos acariciándole la espalda deprisa, intentando tranquilizarlo porque está llorando. Miro a Laura desesperada y consigue soltarse del agarre gritándome que corra; pero no reacciono, ni siquiera sé lo que está pasando. Me quedo embobada mirando al hombre mientras saca una pistola y nos apunta.

Entonces oigo la voz de Laura más insistente, los llantos de Daniel más fuertes y mi vista deja de enfocar solo al hombre armado. Me doy cuenta de lo que está pasando y empiezo a correr como si me fuera la vida en ello, aunque tengo el presentimiento de que es así. Cada dos segundos miro hacia atrás para ver que Laura me está siguiendo y sigo mi carrera hacia el bosque dónde estuvimos Dereck y yo, será más fácil despistarle entre los árboles. Oigo disparos demasiado cerca y Daniel llora con más intensidad. Yo me cercioro de que Laura sigue corriendo detrás de mí y avanzo más rápido. Entramos al bosque, no sé cómo aún no me he chocado con nada, debe ser la adrenalina. Los disparos se escuchan más lejos y los árboles se hacen cada vez más grandes y todo es más frondoso, pero no paramos. Sabiendo que el peligro está más lejos y la adrenalina bajando empiezo a darme cuenta de que no puedo respirar y freno bruscamente soltando a Daniel en el suelo.

―¡Kara, vamos! ¡Tenemos que seguir! ¡No se va a rendir tan fácilmente!

―No... puedo... respirar ―digo haciendo un esfuerzo.

Laura parece darse cuenta de lo que pasa y saca un inhalador de su bolsillo y abro los ojos con sorpresa. ¿De dónde lo ha sacado? ¿Por qué lleva uno? Se agacha y me lo pone en la boca, ni siquiera me he dado cuenta de que me he tirado al suelo de rodillas. El inhalador hace efecto y me calmo un poco. El sonido del llanto de Daniel llega a mis oídos que hasta ahora habían estado taponados. Tiene mucho miedo, como yo. Si no fuera porque el peligro aún está inminente ya habría empezado a llorar y a gritar socorro.

―Venga, tenemos que escondernos ―dice Laura.

Coge a su hijo y mi mano, y empieza a andar con cuidado de no hacer ruido buscando un sitio donde ocultarnos. Escuchamos al hombre gritar su nombre una y otra vez; no parece estar cerca, eso es bueno, muy bueno. Vemos un gran matorral alto y frondoso, a mí casi me supera en altura. Las dos nos miramos a la vez pensando lo mismo, entramos en él y nos agachamos, yo creo que nadie nos puede ver. Intento no pincharme con las hojas y las ramas, Laura en cambio intenta consolar a Daniel para hacerle callar y evitar que nos descubra el hombre que les perseguía.

―Gracias ―me susurra.

Sin embargo, cuando voy a contestar escuchamos los pasos del hombre y me asusto más aún. Cada segundo parece ser una hora entera, el tiempo va cada vez más lento, él se va acercando cada vez más y el ambiente es más tenso. Es como en las películas de terror que odio, somos la presa que está cazando y no puedo moverme, ni respirar, o podría escucharme. Mi vista se nubla de puro miedo y solo miro al suelo. El hombre se acerca tanto que puedo ver sus pies, lleva unos zapatos negros. Echa una ojeada y suspira frustrado.

Sobreviviendo al veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora