Tocame

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Era realmente desafortunado que Carla había tenido que ser operada de emergencia a causa de una apendicitis hace dos días. Ellas habían comprado los boletos para este viaje de manera espontánea.

Ir a Costa Rica había sido idea de Carla, ella convenció a Amanda de que fueran juntas para pasar una semana de vacaciones de amigas en aquel paraíso tropical; y así descansar, tomar cócteles y ver a hombres guapos en la playa.

Carla argumentó que sería una buena manera de sacarse a Juan Carlos de la cabeza.

Cuando Amanda fue a visitar a su amiga, ésta le aseguró que no se preocupara por ella, estaba fuera de peligro, pero debía guardar reposo después de la cirugía, razón por la que tristemente no podía acompañarla. –Sólo porque yo no pueda ir no significa que tú no debas. Necesitas un descanso y cambio de escenario.

Además, ahora que yo no voy con más razón deberías buscarte un tipo bien guapo allá para olvidarte de Juan Carlos.

Un clavo saca a otro clavo ¿cierto? –dijo Carla. –No sé –titubeó Amanda –¿qué haré sola allá toda una semana? –Follarte al primer ejemplar que te brinde un trago, –replicó Carla guiñándole el ojo.
Amanda se rió del comentario tan directo de su amiga.

Ella no era de esas mujeres modernas que se acostaban con un hombre en la primera cita, pensó. –Está bien, iré, pero me debes una por mandarme sola para allá, –Amanda le apretó la mano a su amiga que estaba acostada, y con un beso en la mejilla se despidió –Mejórate pronto ¿sí? –Cuenta con eso. Y tú… ¡diviértete por las dosw!

                         ***

Amanda guardó su equipaje de mano en el portaequipajes sobre su asiento, se sentó en el puesto al lado de la ventana y abrochó su cinturón, ya recostada sobre el respaldar cerró los ojos y suspiró, estaba agotada, por lo que se quedó dormida en pocos momentos. –¿Te gusta? Chúpatelo todo, –ella solo gimió en forma de respuesta mientras le chupaba el miembro.

Detrás del escritorio él estaba sentado en su silla de oficina, tenía las manos enredadas en su cabellera rubia que subía y bajaba rítmicamente.

Había un espacio entre el escritorio y el suelo donde se podía ver claramente que ella estaba arrodillada sobre la alfombra frente a él.
–¡Me encanta como me lo mamas! Eres una perrita golosa.

Te voy a dar lo tuyo por chupármelo tan rico.

El impacto del avión aterrizando sobre la pista la despertó de golpe, interrumpiendo la pesadilla.

Abrió los ojos y miró a su alrededor, los dos asientos al lado de ella estaban desocupados; y por la ventanilla observó el mar en el horizonte.

Se llevó las manos a las sienes y aplicó presión buscando aliviar el dolor de cabeza.

El recuerdo del sueño que acababa de tener se sentía como una puñalada.

La escena que había soñado no era producto de su imaginación, había sucedido.

Cuando se bajó del avión el aire caliente y húmedo abrazó su cuerpo, sintió las gotas de sudor brotar en su piel.

Solo quería llegar al hotel, ponerse el bikini y beber una piña colada bien fría.

Después de pasar por inmigración y recoger su equipaje fue directamente a la salida y pidió un taxi.

El recorrido en auto hacia el hotel era idílico, el paisaje a través de la ventana era una abundancia de plantas de grandes hojas verdes y altas palmeras, el cielo estaba completamente despejado y el azul del mar la tenía hipnotizada.

Cuando llegaron al hotel, le pagó al taxista y subió por las escaleras al área de recepción. Allí dio su información y tarjeta de crédito. Amanda le informó a la recepcionista que su amiga había tenido que cancelar a último momento por una emergencia, por lo que únicamente se alojaría ella. La mujer le sonrió amablemente y ofreció cambiarle su cabaña por una de cama matrimonial, en lugar de la habitación de dos camas individuales que había reservado, como no era temporada alta el hotel estaba prácticamente vacío.

Cuando todo estuvo listo Amanda le sonrió y dio las gracias mientras que un muchacho joven de estatura mediana y sonrisa amable llevó su equipaje y la guió hacia la cabaña donde pasaría la semana. Ella lo siguió por un sendero curvo que tenía varios tramos. Los senderos se desviaban de la vía principal para dirigirse hacia las cabañas playeras con techo de palma. Su cabaña era la número 7, el muchacho abrió la puerta con la llave, dejó su equipaje apenas pasando el umbral y le dijo que para cualquier cosas que necesitara sólo tenía que llamar a la operadora del hotel.

Amanda sacó un billete de su cartera y le dio una propina. Al entrar por la puerta no pudo evitar suspirar de asombro, la cabaña estaba decorada de forma rústica, blanco y crema contrastando con los tonos oscuros de la madera.

En el centro del espacio que servía de habitación había una cama king de cuatro postes de caoba, la estructura de la cama estaba recubierta de una cortina blanca semitransparente que era la red anti-mosquitos. Frente a la hermosa cama había una ventana panorámica: de piso a techo, con vista al mar. Al acercarse al ventanal comprobó que era una puerta corredora de vidrio que se abría hacia un pequeño balcón que tenía una mesita redonda y dos sillas. Corrió la puerta hacia un lado y sintió la brisa marina y el olor a salitre.

El mal rato que había vivido en las últim semanas asomó su cabeza como una serpiente envenenando el ambiente paradisíaco, sintió las mejillas húmedas y se dio cuenta de que estaba llorando. ¿Cuántas veces le había pedido a Juan Carlos que se escaparan a un sitio así? Él siempre decía que más adelante, tenía importantes proyectos de trabajo que necesitaban su atención.

Antes de conocerlo ella viajaba cada vez que podía, le encantaba la aventura de lo desconocido y la magia de lugares nuevos. Al principio de su relación hacían pequeños viajes en auto durante algún fin de semana, pero después Juan Carlos no tenía tiempo ni para esos.

Amanda se sentía cansada y derrotada, la relación que creyó que iba a ser su final feliz resultó una tragedia, un infierno donde ella había perdido tres años de su vida con un patán que no hacía nada por ella.

Pero eso iba a cambiar. Carla tenía razón, ella necesitaba estas vacaciones para despejar su mente y cambiar de escenario. El sonido de las olas apaciguaba su alma adolorida y el paisaje la revitalizaba. Menos mal que había seguido su intuición y empacó su cámara, podría tomar unas fotos increíbles en este lugar.

Aún era temprano, así que Amanda se cambió, se puso unas sandalias, un vestido de suave algodón blanco, debajo del cual tenía un bikini morado. Cogió un bolso en el que guardó una toalla, la billetera, el teléfono móvil, la llave de su cabaña y su cámara réflex digital.

Caminó por el sendero curvo, pero en vez de regresar al área central del hotel se fue por un camino con un letrero que decía “Playa”. Cuando sus pies llegaron a la arena se quitó las sandalias y las llevó en la mano. Sus pisadas se hundían en la suave arena blanca, siguió caminando hasta llegar a la orilla del mar, la arena aquí era más firme, y a pesar del calor tropical el agua que le llegaba a los tobillos estaba fresca.

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