Prólogo I

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En el centro de todo, había una Puerta
La puerta nunca había sido abierta. Se habia construido y luego se había cerrado. Algunos decían que el ruido que hizo al cerrarse fue el comienzo del universo. Nadie sabía qué había al otro lado. Ni tampoco qué pasaría si la Puerta se abriese. Ni siquiera nadie sabía con certeza lo que hacía la Puerta, aunque todos coincidían en que era muy importante, tal vez lo más importante del universo. Sin embargo, el porqué de su importancia era un tema de debate tan antiguo como la propia Puerta.
La mayoría creía que la Puerta no estaba hecha para ser abierta; que mantenerla verdadera lo que daba sentido a todo. Creían que abrirla causaría el fin del universo, trastornaría todos los mundos y los haría colisionar unos con otros.
Quienes creían esto solían ser los mismos que consideraban el universo aceptable tal y como era. Y lo tenían facil: como la Puerta parecía estar cerrada para siempre, eran pocos los que se preocupaban.
Pero otros se preguntaban: ¿Por qué construir una puerta?¿Por qué no, simplemente, un muro?¿No se suponía que una puerta debía abrirse? Así, creían que abrir la Puerta era lo que daba sentido a todo; que si se habría, el universo comenzaría de verdad por fin y todos los injustos sufrimientos se acabarían. Quienes creían esto solían ser los mismos que sufrían, ya fuese a causa de líderes implacables, de sociedades retrógradas o del destino.
Sin embargo, habían estado muy ocupados. Habían intentado abrir la Puerta muchas veces y habían fracasado, pero llevar a cabo lo que parecía imposible requería una buena cantidad de aprendizaje, perseverancia y precaución. Así que estudiaban los signos y los oráculos, y esperaban.
Hasta que por fin llegaba el momento de intentarlo de nuevo.
Por primera vez en un período de tiempo más largo de lo que nadie podía calcular con exactitud, alguien se aproximó a la Puerta. Avanzó por el único camino que existía. El primer sonido que se produjo cuando alcanzó la Puerta fue el de ruedas de madera pisando trozos de cristales volcánicos. Las ruedas se detuvieron. Una diligencia negra había llegado. De ella descendió un hombre alto ataviado con un impecable traje de raya diplomática. Llevaba una pajarita y un sombrero de fieltro de ala curva, y tenía el aspecto de quien acaba de salir de una respetable institución bancaria. Sus ojos verdes, viejos y marchitos, estaban rodeados sin embargo por el rostro de un hombre joven con unos rasgos tan impecables y limpios como su sombrero y su traje. Desde luego, no presentaba el aspecto deteriorado que cabría esperar después del largo viaje hasta Nexia, el planeta centro del universo, donde estaba la Puerta.

OLIVER NOCTURNE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora