Marzo 20, 2011. Il Gabbiano. Miami, Estados Unidos.
Sentado en una una mesa especialmente reservada en un rincón alejado del restaurante con luces cálidas bañando el lugar, Fernando esperaba a que ella cruzara la puerta y lo llenara con su presencia, con la mirada que había perseguido en tantas madrugadas de bar y con la voz a la que habría buscado hasta el fin del mundo para que le susurrara cualquier tontería. Tuvo que pedirse así mismo dejar de temblar y controlar el ritmo en el que sus piernas se movían con una rapidez disparada.
Escuchó cuando Alessandro la guiaba a través de las mesas. Podría haberla visto la noche anterior o incluso durante toda esa semana, pero jamás estaría preparado para el momento de encontrar sus ojos. ¿Cuándo se había convertido en una labor tan tediosa el pensamiento de tenerla cerca y verla materializada ante su vista? La había besado en innumerables ocasiones, por el amor de Dios.
"Por la manera en la que me el señor me trajo hasta acá, te apuesto a que pensó que soy alguna conquista tuya." Entre los brazos que rodearon sus hombros para abrazarlo y los labios que sintió quemar la piel de su mejilla, Fernando pudo a penas entender y procesar las palabras que Lucero le había dicho en ese momento.
El rodar la silla para que ella se sentara permitió que consiguiera tierra firme para sostenerse y fuera capaz de responderle: "Alessandro es un amigo mío. Desde que vengo aquí nadie más me atiende sino él."
"¿Entonces vienes mucho aquí?"
Una vez sentado al frente de ella, escogió sus palabras con atención. "Este es un lugar especial, supongo." Su mirada viajó a la ventana por las que empezaba a ver las luces de los automóviles a lo lejos titilando y desapareciendo rápidamente. "Aquí vengo cuando quiero pensar o simplemente tomar una copa. En realidad nunca traigo compañía a este sitio."
"Es maravilloso," Lucero puso su mano sobre la de él tan rápidamente que sólo el cálido peso de peso de sus dedos tocando su muñeca le informó del contacto, enviando un rayo que le hervía la sangre a su paso desde la frente a las rodillas. "Podría verme yo también viniendo a un sitio como este una o dos veces en la semana para escapar de la locura de allá afuera."
"Dime, ¿Cómo estás?"
El contacto se rompió repentinamente, seguido por una corriente de aire que Lucero dejó escapar de su nariz y el levantamiento de un costado de su boca. "Ya puedes imaginártelo, todos me preguntan si estoy bien. Me lo preguntan tan repetidamente que ya ha empezado a enfermarme. Aprecio el apoyo de aquellos que quieren ayudarme pero–"
Esta vez, Fernando cubrió la mano pequeña de ella con la suya. Podía rodearla completamente sin si quiera hacer un esfuerzo. Pencas como solía llamarle ella. Protección en forma de tamaño y grosor completamente eclipsando fragilidad y delicadeza.
"¿Pero qué?"
"Pensé que todo esto sería más fácil para todos, pero al momento en el que escucho esa pregunta, todo parece cobrar vida otra vez y me sobrepasa."
"Sé que lo que sientes en el momento es más fuerte de cualquier cosa que pueda decirte ahora." Con pupilas dilatadas Fernando buscó los ojos de ella, tratando de encontrar los motivos que la entristecían como si pudiera arrancarlos directamente y por siempre de ahí. "Sólo quiero que sepas que desde que te conocí, sólo he visto una mujer valiente y lista para enfrentarse a cualquier obstáculo que tenga al frente," siguió apretando sus manos, enredadas en el centro de la mesa como si estuviera sellando un pacto que se hacía a si mismo, a ella y a los dos. "E incluso en este momento sólo veo a la misma mujer experimentando situaciones que nunca imaginó viviría, haciéndose más fuerte con cada paso de los días."
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una lección de historia
RomanceEn aquél momento, Fernando se dio cuenta que sólo estaba seguro de dos cosas: Había aprendido de que la mujer con piernas de pollo y aquel sentido del humor que lo volvía loco, se llama Lucero Hogaza León y tenía 42 años. Lo demás no importaba y est...