Marzo 3, 2012. Miami, Estados Unidos.
Cuarenta y seis años. Habría querido estar solo, en silencio, inconsciente, o tal vez dormido. No podía permitirse a sí mismo derrumbarse ante el hecho de haberla visto deslizarse entre sus dedos. Cuarenta y seis años. No podía comportarse de una manera tan egoísta como para rechazar a todos los que habían querido estar a su lado en ese día por pensar en lo que podría haber hecho diferente o el tiempo adecuado que debía haber esperado para tomar un paso. Cuarenta y seis años. Habría preferido no permitirse a sí mismo besarla como él mismo, Fernando Colunga, porque de esa manera no hubiera tenido que descubrir lo incompleto que se sentía vagando por el mundo sin la presencia de ella a su lado. Cuarenta y seis años, pensó. Cuarenta y seis años y un día en el que se sentía perdido y regresando al muelle del día de ayer, hasta que pudo verla parada en su puerta. Ella.
"Pensé que ya te habías ido a México."
"Decidí posponerlo hasta mañana."
Aún tratando de procesar el que Lucero estuviera en frente suyo, se movió de la puerta y con su mano hizo ademán para invitarla a pasar. "Pasa, por favor."
Tomando su invitación, los ojos de Lucero viajaron por la casa que había visto un par de ocasiones años atrás cuando Fernando y ella parecían más cercanos, cuando creían ser mejores amigos, compañeros y nada más. Pudo darse cuenta que la decoración rústica que había conocido en su última visita ahora había sido reemplazada por modernidad en vidrio y metal. Negro. Gris. Violeta oscuro. El ambiente parecía del que se vive a diario y pudo descubrir que no había rastro de visitas, celebraciones, o algo que se le pareciera en las últimas horas, llevándola a preguntarse si en un día como este él había estado tan aprensivo y perdido en sus pensamientos como ella había estado desde la última vez que se vieron.
"Espera."
Cuando Fernando volteó su cuerpo para escuchar lo que tenía que decir, Lucero se acercó y se levantó en los dedos de los pies para entrelazar sus brazos alrededor del cuello de él, tomándolo por sorpresa y sintiendo como repentinamente sus músculos se tornaban inmóviles, como si quisieran guardar su distancia con ella. Feliz cumpleaños, le susurró al oído, logrando que perdiera la rigidez de sus brazos y llevara las manos hacia la espalda de ella, todavía arrastrando esos rastros de esa timidez por acercarse.
Mostrándole el sofá de la sala principal, Fernando la guió para que tomara asiento aunque él parecía querer continuar de pie. A la expectativa, Lucero lo persiguió con la mirada, tratando de deducir en un intento fallido lo que podría haber estado recorriendo su mente o lo que pasaría durante la conversación, ya que él parecía evadirla hasta que observó la forma tímida en la que se acercaba para luego arrodillarse frente a las piernas de ella; continuó tomando las manos de Lucero y plantó un beso casto en cada una de ellas cuando finalmente fue capaz de mirarla. Aquellas pupilas dilatadas y la expresión de la cara de Fernando la plagaron de ternura al igual que la dejaron congelada en su asiento; parecía aterrorizado y suplicante, como si estuviera preparadándose a sí mismo para perderla sabiendo que ni si quiera había llegado a tenerla.
"¿Cómo la pasaste hoy?"
"Diría que bien, mis papás estuvieron haciéndome compañía casi todo la tarde; y ya sabes, llamadas, mensajes, esto y lo otro."
Como si sintieran que se avecinaba lo inevitable, Fernando empezó a jugar con los dedos de Lucero, midiendo sus manos con las de ella y recorriendo las líneas de la palma con su pulgar, y sin darse cuenta la sonrisa pequeña que se había formado en el rostro de ella al escuchar sus palabras y verlo postrado ante ella evitando mirarla más de lo necesario.
La hora de enfrentar el elefante en la habitación, sin embargo, había llegado.
"Quería hablarte sobre lo que pasó ayer," Lucero hizo una pausa y evadió la mirada de Fernando tanto como él estaba haciendo. "No quiero que sientas ninguna culpa porque después de todo fui igual de responsable; y por esa razón, me gustaría que me disculparas."

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una lección de historia
RomanceEn aquél momento, Fernando se dio cuenta que sólo estaba seguro de dos cosas: Había aprendido de que la mujer con piernas de pollo y aquel sentido del humor que lo volvía loco, se llama Lucero Hogaza León y tenía 42 años. Lo demás no importaba y est...