Capítulo 1

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   Todo comenzó un día de febrero de 2012. Era un día nublado, como mi ánimo. Pero eso no me deprimía más de lo que estaba, al contrario, sentía que el clima me comprendía. Del cielo colgaban nubes grises, pero no eran lo suficientemente grandes y no estaban lo suficientemente bajas como para hacer llover sobre la ciudad.

   Me dirigía a toda prisa a la estación de metro acompañada de una corriente de viento que hacía bailar a mi cabello de ondas castañas. Llevaba puestos unos jeans ajustados, mis Converse favoritas, una polera de manga larga, un suéter y un pañuelo en el cuello. Aún así me arrepentí de no haber cogido una chaqueta antes de salir.

   Entré a la estación de metro y una vez que me encontré dentro del vagón, me ubiqué en la puerta contraria. Me gustaba ese sitio a pesar de que siempre imaginaba que las puertas se abrirían por equivocación y caería en los rieles.

   En uno de los asientos que estaban cerca de la puerta por la que subí, había un chico de cabello castaño oscuro, piel clara, ojos color miel y hermosas pestañas largas. Iba leyendo un libro. Eso despertó mi curiosidad y traté de descifrar por un instante de cuál se trataba, pero no pude ver bien las letras en la portada. En ese momento levantó el libro en cuestión y pude leer el título: "El Principito". «Un clásico de la lectura», pensé. Un segundo después me sonrojé al comprender por qué lo hizo: me había descubierto mirándole. Digo, no a él, sino al libro que leía. Alcé la vista para mirarlo a la cara y la bajé al instante, muerta de vergüenza, al ver que se estaba riendo. De mí, por supuesto. Un momento más tarde volví a mirar en su dirección, haciendo caso omiso a mis mejillas coloradas. Hizo un gesto restándole importancia a lo recién ocurrido como queriendo decir "no te preocupes" y luego sonrió.

   No volví a mirarlo en todo el trayecto. Solo me fije en su reflejo  en la ventana, lo que es... bastante diferente. Observé cómo disfrutaba la lectura y rápidamente devoraba el libro. Después de unos veinte minutos de viaje llegue a mi estación de destino. Para esas alturas el Chico-pestañas-largas prácticamente había acabado de leerlo.

   Las puertas del vagón de metro se abrieron y salí en dirección a las escaleras. De pronto sentí la extraña sensación de que había alguien detrás de mí con intenciones de seguirme. Vi por el rabillo del ojo al "Chico Principito" un poco más atrás. Pero él no estaba siguiéndome en realidad. Solo caminaba con aire despreocupado por el andén, siguiendo su camino. En ese momento me di cuenta de la estupidez en la que había pensado. «El mundo jamás ha girado a tu alrededor, ¿recuerdas? dijo la voz en mi mente–. Obviamente hay alguien detrás de ti. De hecho hay decenas de personas». Otra cosa más para añadirle a las vergüenzas de mi día.

   Apresuré mi paso para llegar hasta las escaleras lo antes posible e inconscientemente volteé la vista para ver si aquel chico se dirigía al mismo lugar. Sí, ahí estaba. Venía a unos cuantos metros con el libro en su mano.

   Usualmente no observaba así a las personas que no conocía, es solo que despertó mi curiosidad. Me gustaba ver que la gente aprovechara su tiempo leyendo cuando iban en el transporte público, eso me decía mucho sobre ellos.

   Salí de la estación del metro y me dirigí a una cafetería cercana. Compré un capuchino y me ubiqué en una de las mesas para beberlo tranquilamente, tal como solía hacerlo todos los días. Había salido un poco más tarde que de costumbre pero confiaba en mi reloj interno y supe que aún tenía tiempo para disfrutar de mi desayuno. Luego de eso iría a cuidar de mi sobrino como lo había hecho durante los cuatro meses anteriores a ese día. No lo veía como un trabajo, porque era algo que estaba dispuesta a hacer gratis. Me encantaba estar con él y mi hermana necesitaba la ayuda pues no le confiaría su hijo a cualquiera así que me ofrecí para cuidarlo todos los días hasta la hora a la que ella volviera de su trabajo de medio tiempo. Marianne decía que "no podía disponer libremente de mi tiempo" y es por eso que me pagaba por el favor. Intenté rehusar ese hecho lo más que pude pero finalmente lo acepté debido a su insistencia y porque un dinero extra no me venía nada mal.

   Seguí dándole sorbos a mi capuchino y quise comprarme un croissant para acompañarlo. En esa cafetería preparaban los mejores pasteles que he probado en toda mi vida. Sin embargo, no alcancé a complacer a mi estómago. Justo en el momento en que me puse de pie para comprarlo, el "Chico Principito" hizo su aparición en el lugar. Al verlo volví a sentarme en mi sitio. Saqué mi celular para ver la hora y lo guardé en mi bolsillo. Disimuladamente observé al recién aparecido. Se paró frente al mesón y miró el mostrador indeciso. «Elige un capuchino», dije en mi mente. Él leyó en los carteles las variedades de café que se ofrecían. Su expresión demostraba que ninguno le entusiasmaba y apartó la vista de ellos. «No sabes de lo que te pierdes –murmuré al mismo tiempo que negué levemente con la cabeza– el capuchino está riquísimo». Animosamente bebí otro poco de mi espumosa bebida. El chico se paseó por el local, decidiendo qué compraría. Aparté la vista de él unos segundos y miré por la ventana hacia la calle. Cuando volví a mirarlo estaba peligrosamente cerca de los pasteles. Me fijé atentamente en cuál escogería. Amenazó con su dedo a los panquecitos, luego a los panqueques y finalmente a un croissant. Abrí los ojos como platos al percatarme de que era el último que quedaba. «Ni se te ocurra», advertí para mis adentros. El muchacho tranquilamente indicó cuál quería y luego le sonrió con alegría a quien cometería la atrocidad de venderle mi desayuno a ese individuo. Él inmediatamente se lo sirvió en una bandejita de cartón.  «Ese debió ser mío» dije entre dientes. Desilusionada, aparté nuevamente la vista del chico, apoyé el mentón en mi mano y aparté con un soplido el mechoncito de pelo que cayó sobre uno de mis ojos. Un instante después me dio la impresión de que hubo algo que no hice... No me había fijado la hora. Qué manera de distraerse. Volví a sacar el celular. Eran las 08:27. ¡Tarde, tarde, tarde! Ya estaba atrasada. Demasiado atrasada. En tres minutos debía estar en la casa de mi hermana y no había forma de que llegara en ese tiempo. Tome el vaso de café, le di un gran trago, colgué mi bolso en el hombro y caminé entre las mesas lo más rápido posible para salir de la cafetería. Pero no pude irme de ahí sin hacer desastres. La correa de la cartera se deslizó por mi hombro. Trate de colocarla nuevamente en su sitio con un movimiento rápido mientras pasaba por el lado del "Chico Principito", pero esta se estrelló justo en la mano donde él llevaba lo que debió haber sido su desayuno, el cual irremediablemente cayó al suelo.

–Lo siento –exclamé avergonzada mientras me agachaba para recoger el bollo–. Realmente lo siento –me disculpé a la vez que puse el croissant nuevamente en la bandejita vacía que tenía en su mano y, dicho esto, me retiré diplomáticamente del lugar sin voltearme a mirar.


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⏰ Última actualización: Jan 16, 2016 ⏰

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