Recuerdos

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Tras días de 48 horas y semanas que duran todo el mes, los pies que siempre suspenden bailando en el aire, andan a tientas buscando rastros de amor desperdigados por las habitaciones. Llenas de suspiros rancios y caricias que hace años ya están muertas.

Como en una fotografía, a veces solo quedan los recuerdos de pequeñas tormentas que arrasan con la calma de un lugar en decadencia. La mujer de rizos grises, cual niña, busca entre las sábanas blancas estelas del paso de breves cometas que usualmente abandonan muy pronto su bóveda celeste, cuando deciden volver a ser mortales en una ciudad que solo duerme.

Encuentra besos regalados en forma de rosas marchitas, que más pronto que tarde pasaron a ser parte de un cuadro que admiraba el espectáculo de una danza mil veces vista, dejando de ser el paisaje para convertirse en la razón de la belleza.

Le gustan las joyas perdidas, caramelos a la vista de un oportunista cualquiera. Pero claro, ella no lo era. Guardaba con recelo en una caja de madera bajo el mostrador cada baratija. Sin importar el precio, sus tesoros inoportunos le contaban historias de piratas en barcos de papel y sirenas con alas de ángel y voz de trompeta.

Cada una tenía sus ficciones, y unas que otras guardaban viciosas aficiones. A ellas las guardaba aparte. Rabiosas, les inyectaba besos de jabón y con un toque en la barriga imaginaria; le sonreían agradecidas. Y volvían al montón, donde; entre todas, armaban el jolgorio.

A veces le gustaba soñarse con un par de pendientes carmesí que sacaba de la encimera.

Bailaba con los ojos de la dueña que; perdida, dejaba los sueños de aquellos adornos a un lado de la cama, olvidando tras de sí secretos que las joyas no olvidaban, susurrados despacio a la nueva confidente; que con una sonrisa traviesa y el corazón desbocado, las devolvía a su lugar.

En otros tiempos encontraba restos de amor poco menos especiales, y con un resoplido agradecía la curiosidad de gato que tenía.

El secreto que a las paredes les gusta guardar, es uno que gritan sus ojos. Suspira mientras su falda negra alza el vuelo al ritmo de una mente que quiere olvidar. Ella se deja llevar cuando la música le inunda el alma. Escucha los ecos de noches mejores, y le erizan la piel. Gira la cabeza, la echa hacia atrás. Un reguero de besos se desborda en sus labios; inundándole el recuerdo.

Las sabanas de satén lloran escenas de un trajín del que aún quedan rastros; y sin importarle nada más que el tiempo perdido, se sienta a su lado. Escucha sus súplicas y ellas escuchan su corazón. Apelan a un dolor guardado hace muchos años, uno que sus labios no se han atrevido a contar.

Acelerada, olvida la soledad de las almohadas y las aparta, repasando con la punta de cada dedo el fantasma de dos figuras que en algún momento fueron una. Fundidos en alma, y un poco menos que el cuerpo.

Se tira sobre ellas, robando un calor que nunca le ha pertenecido.

Una lágrima silenciosa se resbala por su mejilla.

Y las manecillas del reloj siguen girando.  

Cuentos de amor y otras desgraciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora