Primeras veces

53 7 1
                                    

Cuentan que la primera vez que tocamos la tierra las voces del viento enmudecieron, dejando el cuidado de la tormenta a la infinidad de oídos que cantarían para ella. Cuentan que las aves volvieron al cielo; dejándonos el lugar en el suelo a aquellos que no podíamos volar.

Dicen que la madre tierra les mandó cuidarnos desde arriba. Desde aquel lugar donde nuestros ojos torpes no podrían protegernos.

Ella también mandó llamar a la Luna, que vino tras el Sol. Les separó. Uno a cada lado del horizonte, para jamás dejarnos en la oscuridad, y tras ese cambio de papeles, Tierra dejó a la creación enojada contra sus hijos más débiles. Siempre lo hemos sabido.

Esta historia es una de muchas otras que versan sobre primeras veces.

La primera vez que alguien pidió perdón.

La primera vez que alguien preguntó.

La primera vez que una lágrima tocó el suelo.

La primera vez que vimos el fuego.

La primera vez que una madre le cantó a su hijo.

La primera vez que alguien amó.

¿Cuál sería la historia sin esas primeras veces?

Sentada bajo la luna, una niña de ojos grises le daba vida al universo más allá de su galaxia. Contaba estrellas que llegaban a playas desiertas de corales de plata. Veía caballos de mar surcando la inmensidad del océano de bruma en Andrómeda.

Detalles de cristal en su piel anunciaban la mañana que precedía al torrente de historias en que Luna le cantaba a Sol en el ocaso, y al amanecer se olvidaban, como ella de los cuentos nacidos en labios ajenos, que a veces la llenaban de dudas y otras veces de vacíos.

Escuchó la voz de esos labios llamarle a su espalda. En un suspiro, seguida de sus sueños y su red de telarañas en amapolas corrió a buscarle.

La niña de ojos grises envejecía cada paso un millón de años. 

La luz le abandonó al tocar por primera vez después de mil veces un picaporte azul. 

Y ahora, sus ojos negros.

Y ahora, el mundo gris.

Esa era su primera vez de muchas veces.

Él contaba leyendas de las constelaciones en sus lunares. La niña lloraba dentro de la mujer en la que tuvo que convertirse. Para él, era solo otra de sus noches.

Para ella, cada noche estallaba en sí un nuevo universo. Cada estrella estaba llena de versos, en búsqueda de un lector bien instruido. Encontraba catarsis en el sueño, donde rompían a su alrededor olas de espuma sabor a miel.

Otra de esas miles de primeras veces, donde un tal Halley rompe la noche sin matar el silencio estridente de una niña perdida de ojos grises. 

Cuentos de amor y otras desgraciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora