Introducción

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Intentaba que sus movimientos fueran suaves, casi naturales, aun si no supiera exactamente lo que estaba haciendo. Mantuvo su respiración un momento, sin dejar de mover la mano con la que sujetaba el lápiz, pero al final terminó frustrándose, como siempre hacía cada vez que intentaba dibujar desde su operación, y con un gruñido tiró las cosas que había sobre la mesa, entre ellos su cuaderno y su bote de lápices y pinceles. No sólo se sintió frustrado, sino también inútil y desesperado, dejando que sus emociones tan negativas lo controlaran.

Como alma que llevaba el diablo, Jin vino rápidamente en su ayuda, totalmente asustado, con un vaso de agua en las manos, esperando que nada malo le hubiera pasado. Sin embargo, al verificar que se encontraba bien, pudo respirar con tranquilidad y, después de dejar el vaso sobre la mesa más cercana, se acercó hacia el chico y le tomó la mano, mientras él tenía la cabeza baja, como si se tratara de un pequeño regañado.

—Lo lamento, Jin —se disculpó, sin levantar la mirada —. Es solo que no puedo ni siquiera imaginar qué es lo que estoy haciendo —le dijo, y el otro, al escucharlo, rápidamente pudo detectar dolor y desesperanza en su tono de voz.

Jin sólo se le quedó mirando por un momento, sintiendo que su corazón dolía un poco, mientras Jimin miraba hacia la nada.

Con un pequeño suspiro, el más alto caminó hacia las cosas que el chico había tirado y las comenzó a acomodar de nuevo sobre la mesa, siendo ésta la quinta vez en la semana. Al mirar lo que el cuaderno tenía dibujado, no pudo evitar voltear hacia Jimin y sentirse mal por el chico. Lo cierto es que él tenía un gran talento para dibujar y pintar; talento que se había ido al caño cuando el chico quedó totalmente ciego. En efecto, sus hermosos ojos marrones no podían ver nada, y según los doctores, no había nada qué hacer al respecto, un asunto bastante trágico teniendo en cuenta que de esa manera ni siquiera podía ver las líneas y garabatos bien definidos que había hecho sin siquiera mirar cómo lo hacía.

Al terminar de poner las cosas sobre la mesa, fue hacia donde había dejado a Jimin y se sentó a su lado, tomando sus manos.

—Necesitas salir —le dijo, casi en tono de súplica, esperando a que accediera.

—¿Para qué salir si no puedo ver a dónde iré? —se quejó, con el ceño fruncido, volteándose hacia donde se encontraba Jin.

—No lo pongas de esa forma —le pidió —. Tan sólo será para que te relajes un poco. El psicólogo dijo que no podías quedarte en casa para siempre.

—Él también dijo que eras guapo, pero no quiere decir que sea cierto —replicó el menor, en tono molesto.

—No te hará ningún bien estar aquí —siguió diciendo, ignorando sus palabras, aunque en el fondo le había emocionado, ya que a él también le había parecido guapo el psicólogo personal de Jimin —. Además, hace tiempo que no hablas con tus amigos —añadió.

—Yo no tengo amigos —murmuró.

—Claro que tienes. ¿Y Tae?

Como si su mención fuera un detonante, Jimin hizo una mueca de desagrado y rápidamente le soltó las manos a Jin.

—Tae me odia y lo sabes —le dijo.

—No te odia —insistió —. Él tan sólo está un poco herido por lo que le dijiste. Estoy seguro de que si hablas con él todo se arreglará, ya verás.

—No quiero, Jin —lloriqueó —. No quiero hablar con Tae ni con nadie, ni quiero salir a que los demás vean lo torpe que soy siendo un maldito ciego —expuso, con la respiración un poco agitada.

—Nadie verá tu torpeza —le aseguró, intentando calmarlo —. Te pondremos unos lentes de sol y nadie notara la diferencia, ¿de acuerdo?

Jimin se quedó en silencio, como si estuviera sopesando la propuesta. Al final, como si pensara no tener ninguna otra opción razonable, accedió, y quince minutos después ya estaban rumbo al parque más cercano de la casa, tomados del brazo, y caminando tranquilamente.

—¿No crees que el clima es bueno hoy? —le preguntó Jin, intentando entablar una conversación con él.

—¿Cómo está el cielo? —cuestionó el otro, volteando hacia arriba.

—Ligeramente nublado.

—Sería un día perfecto, si sólo pudiera verlo —murmuró Jimin.

—Vamos, no digas eso —le dijo, no queriendo que el buen humor desapareciera —. ¿No quieres un helado? No hace tanto calor pero quizás algo dulce nos venga bien —propuso.

—Por lo menos aun puedo sentir el sabor de las cosas —dijo, resignado.

—No seas tan pesimista. ¿Por qué estás excesivamente malhumorado hoy?

—Tal vez sea porque me sacaste de la casa a la fuerza.

—No seas exagerado. Además, no te saqué a la fuerza, tú accediste a venir, o es que... —En ese momento se interrumpió, pues Jimin se detuvo de repente, como si algo lo hubiera pegado al suelo —. ¿Jimin? —lo nombró, sin saber qué le pasaba.

Sin embargo, él no parecía escuchar, ya que se había quedado estático, mirando hacia la nada, como si intentara descifrar algo.

—Jim...

—Llévame hacia esa voz —le dijo rápidamente, apretando su brazo.

Jin no entendió al principio a qué se refería, hasta que puso atención a lo que sus oídos escuchaban y, en efecto, no muy lejos de donde se encontraban, sonaba una melodía cantada por una persona con una voz realmente buena. Buscó con la mirada y a algunos metros miró a un grupo de personas arremolinadas en algo que no podía ver.

Sin esperar más, se dirigió hacia ahí, con Jimin a su lado, quien caminaba con más energía de lo usual, algo inusual para alguien que temía caminar sin alguien a su lado.

Siguieron caminando hasta que finalmente llegaron al lugar, uniéndose al grupo de personas que se encontraban alrededor de un chico con una guitarra y el estuche de ella abierta a su lado, quien cantaba con un verdadero sentimiento aquella canción tan tierna, como si la vida se le fuera en ello, como si las personas que lo vieran no importaran, sólo su voz sonando en el aire, al compás de su guitarra, la que tocaba ágilmente.

Jin, a pesar de sentirse atraído por su voz, no pudo evitar inspeccionar su aspecto: cabello castaño, el cual le caía sobre la frente y un poco sobre uno de sus ojos, casi tapándolo; ropa casual: una camisa de cuadros sobre una camiseta blanca, jeans rotos y unos Converse negros. A primera vista era guapo, reamente atractivo, cualidad atrayente para todo aquel que quisiera tener una segunda impresión a pesar de su espléndida voz.

Al terminar su observación, el mayor miró de nuevo a Jimin, quien solamente estaba parado ahí, mirando hacia enfrente, sin decir o hacer nada; e incluso podría jurar que tampoco respiraba.

—¿Jimin? —le habló, intentando hacer que reaccionara.

No obstante, el susodicho no le contestó, ni hizo nada tampoco; lo que pasó fue que una lágrima se deslizó sobre la mejilla del chico, alarmando a Jin.

—¿Qué sucede, Jimin? ¿Algo te duele? —le preguntó rápidamente, mirándolo de pies a cabeza, intentando encontrar la razón de aquella solitaria lágrima; aunque otra cayó segundos después, justo cuando él volteaba su cabeza hacia Jin.

—Es lo más hermoso que he escuchado —le dijo, sonriendo.

El mayor no pudo evitar fruncir el ceño, para voltear nuevamente hacia el chico cantando, quien tenía un gesto en el rostro que expresaba totalmente la canción.

Jin no se lo cuestionó, porque realmente era una de las primeras veces que sonreía tan sinceramente desde que su vista se había ido; entonces se dijo a sí mismo que sería genial poder verlo así de feliz siempre, porque él realmente brillaba cuando lo estaba. 

Falling In Your Voice [Kookmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora