Sellados

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1

Él era el hermano del Diablo y ella una guerrera bajo el mando del Diablo. No había conversaciones, jamás solos en una habitación, el Diablo siempre presente exigía la atención, pero había miradas furtivas. Ambos detrás de la imponente figura del Diablo se miraban de reojo, a veces ella se distraía y él podía ver sus facciones con un poco de más cuidado. A veces sentía la pesada mirada escarlata sobre suyo.

A veces sus miradas se conectaban. El brillo travieso en la mirada de Arbus le ponía nervioso, la promesa de una sonrisa que no llegaba a formarse le hacía desear verla. Entonces se volvían a separar para fingir no haberlo hecho.

Sabía que tan dulce era la voz de Arbus, pero sus palabras nunca eran para él. Kcalb golpeó la mesa, sacando a todos de su estupor y alertando a sus demonios. Wodahs olvidó los brillantes ojos rojos y escuchó las palabras decididas de su hermano; un timbre tétrico y gutural.

—Que comience la guerra—.



2

La guerra fue inminente, las deidades no compartían ideales, no se veían como iguales. Pronto ciudades y pueblos fueron erradicados, pronto los ríos se pintaron de sangre y los pastizales se quemaron. Los campos se llenaron de cadáveres y las casas quedaron en ruinas.

Perdió amigos, conocidos y camaradas. Mató ángeles que seguramente tenían familia y amigos. Siguió las órdenes de su hermano y nunca dudó de ellas, fiel al bando de los demonios. Las lágrimas que derramó por sus compañeros se secaron con el tiempo, los cuerpos dejaron de ser enterrados para ser arrojados a fosas comunes o incinerados.

—Es hermoso, ¿no lo crees? —.

Arbus estaba a su lado, siempre a su lado, siempre cuidando su espalda, siempre regalandole una sonrisa al finalizar las batallas, siempre acompañándolo en su silencioso pesar. El amanecer cambiaba los colores oscuros por vividos amarillos y naranjas, el cabello de Arbus agitándose con la brisa. Wodahs miró al bosque donde una fosa común escondía los cuerpos de sus colegas.

Se fue sintiendo la pesada y melancólica mirada de Arbus a sus espaldas. Tragó la bilis en su garganta, extendió sus alas y se alejó; no fue seguido por Arbus y fue lo mejor que pudo haber pasado.



3

Lo había dicho, el Diablo dijo que su hermano menor había desertado de su bando y se había unido a Dios. Todos sorprendidos y exaltados rogaron por respuestas, pero el Diablo se ocultó en sus aposentos y no salió hasta tiempo después, sólo para continuar con la guerra que tomaba lugar. Lo sabía, todos hablaban de ello en el castillo.

El rumor se corrió como fuego siguiendo un camino de pólvora y estalló como si le hubiesen rociado con gasolina, los civiles y guerreros lo sabían por igual; el hermano del Diablo había traicionado a su gente y ahora era un enemigo más. Lo sabía, el Diablo les ordenó atacarlo como un enemigo más; sin compasión.

Lo sabía, lo sabía bien, pero dolía igual. Dolía tanto que la dejó sin palabras, la dejó congelada y Ater estaba preocupada por ella. Lo sabía y se negaba a aceptarlo, pero no pudo negarlo más cuando lo vio junto a Dios; sus enormes alas eran blancas, sus ropajes impolutos y un halo dorado sobre su cabeza. Arbus sintió ganas de llorar cuando Wodahs ni siquiera deparó en su presencia, alejándose y atacando a otros compañeros. No lo detuvo, no podía, durante esa batalla terminó herida cuando la ángel de cabellos castaños la atacó por la espalda.

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