CAPÍTULO 50

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Lloré inconteniblemente sobre su hombro, por que me sentía sola; sentía que tarde o temprano así me quedaría. Sola.

Tardé unos minutos en recuperarme y vi cómo había empapado su camisa, produciendo en ella un manchón sobre su hombro.

-Perdón – murmuré mirando lo que había producido mi llorar.

-No te preocupes – me limpió con su pulgar una lágrima que caía por mi mejilla y me recordó a Austin esta mañana.

Gemí.

-No puedo creer que haya sucedido –musitó.

-Fue mi culpa.

-No – me contradijo firmemente-. No sólo ha sido culpa tuya, Austin también es culpable, y yo diría que más de la mitad de la culpa cae en él. ¿Por qué no lo evitó? Digo, tú… estabas borracha, pero, ¿el? Él estaba en sus cinco sentidos – meneó la cabeza en forma de reproche. Se quedó en silencio un momento y luego pareció darse cuenta de otra cosa. Me miró –. Pensé que odiabas el alcohol –musitó.

–Lo sigo odiando, David. Ahora más que nunca – siseé y luego gemí con dolor-. Pero es que la mente se me nubló y… fue la única estupidez que se me ocurrió para olvidar – admití.

-Prométeme que nunca más volverás a hacerlo – me pidió.

-En lo que me resta de vida – levanté la mano, jurándolo.

David volvió a abrazarme, pero esta vez fue un abrazo corto.

-¿Ya no hay vuelta atrás? – me miró, congojado.

Negué con la cabeza baja.

-Me voy, mañana en la mañana –murmuré.

-Austin es un idiota – resopló-. No puedo creer que tengas que irte, es decir, no tan pronto.

-Es lo mejor, de todas maneras ya lo había pensado. Me tardé demasiado analizándolo, ese fue el problema.

-¿Le dirás a Taylor? – me preguntó, como no queriendo la cosa.

Me tembló la boca y la quijada al contestar.

-Tiene que saberlo – tomé aire-. Pero no estoy muy segura de cómo – bajé la mirada.

-Todo va a salir bien, Selena – me tranquilizó, pero yo sabía que más allá de sus palabras, la verdad era otra-. ¿Te despedirás?

-¿De quién?

-De Ferni.

Otro pinchazo de dolor a mi corazón. Otra persona que extrañaría bastante, Fernanda.

-No me gustan las despedidas – musité, con el dolor en mi voz.

-Oh, vamos. No puedes irte sin decirle adiós. Sabes que ella te aprecia mucho.

-Pero me va a doler – dije.

-Y le va doler más a ella si no lo haces.

Suspiré.

-De acuerdo – acepté-. Ahora llévame al departamento, por favor –dije, sobándome la cabeza, que sentía explotar.

-Gracias – me hizo un cariño en el mentón y luego abrió el cajón de delante de mí-. Toma, te ayudarán un poco – me ofreció unos lentes de sol y cuando me los puse y mi vista se oscureció, el dolor disminuyó quedamente.

Arrancó el auto y condujo hasta el departamento, tenía que comenzar a hacer mis maletas.

Cuando llegamos y subimos, David me preparó una extraña malteada blanca.

-Tómatela – me dijo, dándome el vaso y me hizo recordar la noche anterior, cómo Gaspar ponía frente a mí los vasitos con alcohol.

Lo miré, recelosa.

-Si algo he aprendido de mi tía, es a hacer remedios caseros para todo, anda – me instó-. Se te quitará ese horrible dolor de cabeza.

Le di un sorbo pequeño al vaso y luego, le abrí paso a uno más grande; hasta que divisé el fondo de cristal de aquel vaso.

Aquello no sabía tan mal.

-Perfecto – sonrió, David-. ¿Qué vas a hacer ahora?

-Mis maletas – musité-. Entre más pronto termine todo, mejor.

Él suspiró con pesar, enterrando sus ojos en mí; luego, soltó una risita y meneó la cabeza.

-Tú te atreviste a hacer lo que nunca pude hacer yo – me dijo-. ¿Qué hubiera pasado si hubiese sido yo el que hubiera robado un beso a de ti? –me preguntó.

-Supongo que no me estaría yendo ahora – admití-. Pero dicen que las cosas suceden por alguna razón.

-Sí, ahora yo tengo a Ferni y…

-Y yo regreso a California – traté de sonreír.

Ambos nos quedamos en silencio.

-Tengo que ir, David – musité-.  Gracias… por todo – dije, desde lo más profundo de mi corazón.

-No agradezcas, para mí ha sido todo un placer conocerte, mi principessa – sonrió.

-No nos despidamos aun – dije-. Te veo más tarde – sonreí y salí de su apartamento hacía el mío.

Cuando me hube adentrado en él me dejé caer sobre el suelo y parecía como si las ganas de llorar no acabaran jamás.

Me levanté cansada, pero al menos evitando a toda costa derramar una gota de agua más. Me dirigí a mi habitación y saqué mi par de maletas azules que había traído conmigo, luego, comencé a llenarlas de ropa, objetos y todo lo que me pertenecía.

hay nooo...  no te vayas Sel :'(

EL MANUAL DE LO PROHIBIDO (Selena Gomez y Austin Mahone)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora