Capitulo 3. Sacrificio (Raoul)

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— ¡Más rápido, venga, que no estamos plantando petunias! —

Tras ese grito, Raoul se levantó del suelo con su espada y recogió el escudo que se le había caído poniéndose frente a la chica de la cual había salido semejante berrido, e hizo un puchero.

Miriam le miró con una sonrisa y le despeinó suavemente. Era su mejor alumno a pesar de no contar con un físico muy privilegiado, porque siendo francos, todo lo que Raoul tenía de guapo lo tenía de bajito.

— Llevamos dos horas con esto Miriam, yo creo que ya vale —

— Si su alteza está cansada...—

— ¡Oye! —

La chica rió mientras posaba su espada y su escudo en el tronco de un árbol y le hacía un gesto para que la siguiese por el camino que conectaba el claro con el pueblo, cosa que Raoul hizo sin dudar.

— Es broma, pero tienes que estar preparado para luchar, Raoul, no tienes tanta fuerza como el resto tienes que ingeniártelas de otra manera, ser astuto, conocer l —

— Los puntos débiles de mis enemigos y aprovecharlos, ser más rápido, más letal que el resto... ya lo sé, Miriam, me lo llevas diciendo desde que nos conocemos — le interrumpió el chico mientras la cogía de las manos y la miraba sonriendo.

Adoraba a Miriam. Era todo lo que cabría esperar de una guerrera y más. Guapa, fuerte y con el pelo naturalmente rizado poseía un espíritu que pocas personas llegaban a tener nunca; te atrapaba y no querías  despegarte de ella.

Huérfana desde pequeña, había conseguido ser quien era a base de dedicación, esfuerzo, a muchas horas en el bosque golpeando árboles y a Raoul, porque si, el joven estuvo con ella en todo su  camino. Entrenaban desde primera hora en un claro del  bosque donde habían colocado  una diana y un pequeño  e improvisado banco. Desde que tiene uso de memoria Miriam y él pasaban las horas lanzando flechas y luchando con palos de madera, que años más tarde se convertirían en espadas de verdad. Nadie sabía nada de esto, y menos su padre. Eran de mundos opuestos y a pesar de que su cultura no fuese tan estricta en cuanto a con quién puedes hablar o no en función de la clase, su amistad era tensar la cuerda demasiado. Así que entrenaban en secreto, día tras día, año tras año incluso aunque estuvieran recibiendo la instrucción "oficial" que todos debían recibir. Ese lugar era su pequeño santuario donde poder ser quienes eran sin miedo a nada. Su refugio.

Con el tiempo Miriam comenzó a destacar por encima del resto: ágil, calculadora y letal, verla era como ver a una valquiria* en combate; sencillamente impresionante. Raoul muchas veces había deseado ser como ella. No es que Raoul no fuese bueno, que lo era, pero no a su nivel.

Incluso su padre, un hombre muy estricto  con las diferencias de clases, había caído rendido ante ella y, muy sabiamente, decidió ponerla al frente de la instrucción de los más jóvenes, con la esperanza quizás de que se les pegase algo de su espíritu. El día que se enteró, Raoul no hizo otra cosa que abrazarla y decirle que orgulloso estaba de ella. Porque lo estaba. Había conseguido lo que siempre quiso: que los dioses la vieran.

Sin embargo, estar a cargo de la instrucción no era fácil: los jovenes son muy soberbios;  todos se creen que son los mejores, los más rápidos y los más astutos... hasta que aparecía Miriam y sin ningún tipo de miramientos les machacaba. Era un poco humillante verlo, la verdad, pero a partir de entonces todos la miraban con una admiración y un respeto inigualable. Lo que merece pensaba siempre Raoul.

— Es la primera vez que no voy contigo, si te pasase algo... — suspiró la chica mientras bajaba la mirada.

— No me va a pasar nada, no seas dramática sé cuidarme solo, tú me has enseñado como. Además, mi hermano también se viene, y Ricky y todos los demás — le dijo Raoul sonriente. — Y Christopher también viene, así que no te preocupes de verdad, en el peor de los casos puedo contar con ellos —

El Norte | RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora