4 Thoras 7:10 p.m

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Al llegar a casa, Mintu no encontró a su padre en la cocina, ni en su alcoba, ni en ningún otro lado; por lo que dedujo que se había ido a trabajar donde las cosechas, las cuales estaban dando bueno frutos esa temporada. El chico sintió alivio, pero también una punzada de preocupación, porque al fin y al cabo siempre existía la posibilidad de que Garses pasara por el establo.

Sin perder más tiempo, Mintu se encaminó hacía la alacena y tomo lo primero que encontró que podría ser del gusto de la chica y al mismo tiempo ser de fácil digestión: Galletas saladas, una manzana roja, agua (mucha agua), pan tostado y mermelada de frutos rojos. Tal vez no era la comida más elaborada del mundo, pero Mintu dudo mucho que a la pequeña le importara; mientras fuera comida estaría bien.

Una vez guardado todo en una cesta salió disparado hacia el establo con esperanzas de que ella aun siguiera viva y que nadie la hubiese encontrado.

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Cuando Mintu se adentró en el establo, sintió un silencio alarmante, y al no vislumbrar ni por asomo a Heiza, su corazón comenzó a latir muy, muy fuerte.

-¿Heiza?- La llamó con indecisión luego de haber inhalado profundamente.

No hubo respuesta.

-Heiza ¿Dónde estás?- Volvió a preguntar; esta vez, con un dejo de angustia en su voz.

Esperó unos segundos, pero al no conseguir respuesta corrió deprisa hasta la montaña de paja en donde ella jugó felizmente antes de que él se marchase. En principio, no vio nada más que hierba seca, pero conforme iba  rodeando el montón distinguió un piesito emanar de entre la paja. De nuevo, a Mintu se le paró el corazón.

-¿Cuántas veces vas a asustarme de esa forma?-. Dio paso a un largo suspiro y sin más, la saco con extremo cuidado  del interior de aquella montaña de paja.

Recostó a Heiza en el suelo y apoyó levemente su mano en el cuello de la niña, cerca de la yugular. Seguía viva. Débil, pero viva. Con cuidado, Mintu la recargó sobre su pecho, sacó la jarra con agua de la cesta y con un pequeño  vaso de cerámica vertió un poco del líquido sobre los agrietados labios de la niña.

Heiza, notando una sensación fría resbalando sobre su boca entre abrió los ojos sin tener una imagen clara de lo que estaba sucediendo, pues suponía para ella un gran esfuerzo el si quiera entre abrir los ojos. Sin embargo, distinguió aquella sensación. Ya la había olvidado; el tacto fresco del agua limpia por su boca, el saborearla con la lengua, tragarla y sentir con cada milímetro de su garganta como caía hasta el estómago. Eso era sin duda algo que no solo Heiza había olvidado hace mucho, mucho tiempo; sino que también era algo de lo que su familia se privó desde casi antes de su nacimiento. Y ahora se lo estaban regalando sin pedir nada a cambio, un niño desconocido de Tharos que hasta ahora no había intentado ni por asomo lastimarle. Separó despacio los labios y dejó entrar el precioso líquido dentro de su boca sin poder evitar derramar lágrimas de alegría por su mugrienta carilla mientras con cuidado levantó sus brazos para sostener el vaso por sí misma. Mintu era realmente como se decía de los habitantes de Tharos. Casi un Santo. O al menos para Heiza así lo era, ya que no se parecía en nada como los pintaban los rumores de como trataban a la gente de Akthar.

Tragó toda el agua a una velocidad inhumana y al separar sus labios del vaso jadeo unos momentos por el esfuerzo, al tiempo en el que acercaba el mismo a Mintu para servirle más agua. El chico obedeció a la petición.

-No la tomes tan rápido o te vas a atragantar-. Advirtió Mintu con más cariño del que él había planeado expresar.

Heiza asintió y moderó la velocidad con la que tragaba a un ritmo más neutral.

Folium (el comienzo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora