Capítulo 4

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A la semana de Enma visitar al director se metió en una pelea donde se partió la cabeza. Ganó pero tuvo una visita asegurada al doctor. ¡Oh cuanto miedo tenía Enma a las agujas! La obligaron entre dos, J y otro muchacho a ir. Pero no podía evitarlo, estaba sangrando peligrosamente y debían cerrar la herida hecha detrás de la oreja izquierda.

Aún al llegar ella ya planeaba escapar, porque ella se había jurado «¡Ninguna pinche aguja me va a tocar!» Y aquí estaba ella, esperando a que le cerraran la herida con una. El doctor que la atendió fue muy amable y mantuvo una conversación con ella mientras le cosía para que se distrajera. J se ofreció a acompañarla a casa pero como ella misma dijo: «Ni que fuera barbie, por fin tendré una cicatriz que lucir, aunque sea detrás de la oreja. No moriré así que ofrece tu ayuda a una princesa que se le haya roto un tacón, no a mí.»

Y con toda esa arrogancia fue a casa. Le pareció una lástima que el cabello le cubriera la herida hasta que su celular sonó.

“Enma ¿podemos vernos luego?”

“¿Cuando?"

“El sábado ¿te parece?"

“Ok. Dime la hora y lugar."

“3:00 pm, El Creppy Lovers del centro comercial :) "

Una sonrisa lució en su cara, y entonces le pareció conveniente que el cabello cubriera los puntos que le dieron.

Al día siguiente miró su guardarropa y todo le parecía feo. No tenía nada que ponerse, según ella. Aún estaba el «lado prohibido» del armario. Pero ni loca iba a ponerse eso. Eran faldas de colores rosa, verde, azul... jeans ajustados, blusas de tirantes... Todo lo que ella no pensaba usar. ¿Porqué tenía eso? Porque su madre se empeñaba en comprarlo pero ella no lo usaba.

Al fin que aún quedaban cinco días así que tomó lo que encontró y se fue a la escuela. Allá se enfrentaba a un mortificante problema: no podía seguir de bravucona. Ya le habían advertido que si un profesor la encontraba abusando de alguien, estaba autorizado a bajarle la nota y no podía arriesgarse. Estaba hastiada. Sentía que en cualquier momento explotaría de tanto reprimirse. Pero eso no era lo único que la detenía.

También pensaba en Dylan. Él la odiaría si la conociera. Los dos habían sufrido acoso, pero en el caso de él fue mucho peor. A él le hacían todo lo que ella ahora hace. Hasta la típica y cliché escena de tirarlo en el inodoro de la escuela. Eso la detenía, y J no se cansaba de decirle que lo decepcionaba cada vez que se comportaba así.

Desde que dejó de robarle el dinero a los débiles —más o menos seis días— ya no tenía que comer. Sus padres se olvidaban siempre de darle dinero. Por eso solo se iba a un lugar apartado en el patio a pensar. Varias veces recibió la visita de su fiel amigo mincy —aquel gatito negro que aún seguía por los alrededores y hasta nombre le puso— pero quien siempre iba a verla era J. Como sabía que ella no estaba comiendo se encargaba de darle algo siempre, aunque ella no agradecía. Seguía ayudándola con las tutorías tres o cuatro veces a la semana, y era su alumna estrella, porque aprendía tan rápido que se extrañaba de que ella tuviera tan malas notas.

A las cinco, puntual como siempre estaba J en la casa de Enma. Lo que le extrañó fue lo mucho que tardó en salir. Pero no iba a preguntar, solo recibiría un «vete al demonio, no te importa.» así que no tenía sentido preguntar.

Estudiaban inglés cuando ella salió con una extraña pregunta que le hizo sospechar.

—¿Como les gusta a los hombres que vistan las mujeres?

—Mmmh, depende. Un mujeriego preferiría que se vistan provocativas pero un hombre que respeta le es suficiente con que se vea bien. ¿A qué viene la pregunta?

¿Las chicas rudas se enamoran?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora