Capítulo 1

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—¿Qué me trajiste hoy enano?

—H-hoy no me dieron dinero, ¡Perdóname por favor!

—Sabes que me da hambre a esta hora Edwin. ¿Qué me vas a dar para que no te haga nada?

—E...e...eh ¡Te daré mi sándwich!

—¿De que es?

—Mantequilla de maní.

—Edwin, ¡Sabes que odio la mantequilla de maní! —lo agarró por el cuello de la camisa y lo empujó a los casilleros—. Hoy no estoy de humor para ti así que terminaré con esto.

Abrió más la puerta del casillero de su víctima, agarró el borde de sus calzoncillos y lo colgó del borde de la puerta del casillero. Estos, incapaces de soportar el peso se rasgaron hasta dejarlo caer al suelo.

Ella, sin inmutarse se fue de ahí.

Era la rutina diaria. Molestar a los débiles, atemorizar a todos a su paso y fulminar con la mirada a todo el que se atreviese a cuestionarla. Las detenciones que había recibido eran mínimas porque hasta los profesores temían su comportamiento agresivo, brusco y altanero. Se puede decir que ella mandaba allí.

La única persona que no le temía era el director. Era un exmilitar que, aunque pasado en años, se conservaba y era atemorizante. Él no lograba doblegarla pero sabía que de todas formas si seguía así y alguien se atrevía a delatarla directamente él tendría pruebas válidas para expulsarla. Sonreía de solo pensar en liberarse de esa molesta muchacha.

Con el dinero recaudado ese día salió del instituto —cosa que no debía—, y compró una hamburguesa y una soda en una cafetería local. Volvió cuando la hora siguiente al almuerzo ya iba a mitad y sin decir nada entró al salón de clases y se sentó en su habitual salón a mirar por la ventana. Todos la miraron por unos segundos —nadie lo hacía directamente por temor a tener problemas—, y prosiguieron la clase.

Enma miraba por la ventana al club de baloncesto al que quería unirse y no le permitieron por ser mujer y porque cabía la posibilidad de que alguien saliera herido. Ella ansiaba estar ahí. Era el deporte perfecto para ella. Medía 1.75 así que no era tan bajita. Era fuerte, resistente, y aprendía con facilidad. Además no habían fórmulas ni ecuaciones, poesías de siglos que ya no importan e historias de ciudades que ya no existen. Por más que rogó y amenazó no lo logró así que, desistió y se limitó a mirar de lejos.

Con la vida que ella llevaba los días pasaban lentos, insufribles. Era tan rutinario que le cansaba. Nunca llegaba a casa sino hasta las diez de la noche, cuando estuviera segura de que su padre dormía por los efectos del exceso de alcohol. Así que simplemente deambulaba por ahí o iba a ver las carreras de carros monstruo con el dinero que le sobraba de saquear la escuela.

En esos lugares el ambiente no era para una niña como ella, y se vio envuelta en diversos problemas pero siempre salía ilesa. En el peor de los casos tenía un moretón o un rasguño en la cara. Y ese día no fue exenta de eso. Le derramaron cerveza en la playera y ella no se quedó de brazos cruzados. Le devolvió un puñetazo al hombre que cometió el error y tan fuerte fue el impacto que su nariz sangró. Este estaba bajo los efectos del alcohol y poco le importó que fuera chica o menor de edad, simplemente intentó devolverle el golpe. Estaba claro que su agilidad en esa condición no era la mejor por lo que a Enma le fue fácil esquivarlo. Así de fácil también le golpeó el estómago y le pisó un pie para marcharse de ahí.

Pero las cosas no salían fáciles y el hombre parecía tener acompañante. Un señor grande y musculoso, de espalada ancha y un dragón tatuado a lo largo del brazo derecho la agarró por el moño en el que sujetaba su cabello y la haló haciéndola caer al suelo. Levantó el pie para pisarle el estómago pero rodó por el suelo en el espacio que los espectadores dejaron entre ellos. Se puso de rodillas para levantarse y antes de que lo lograra el fortachón le pateó la cara volviéndola a tumbar en el suelo. Ahora a ella le sangraba la boca pero eso no fue impedimento. Al contrario, fue un incentivo. Se paró y se alejó unos pasos de él. Su posición era firme, como león al asecho esperando que su presa de un mal paso. Él se acercó a golpearla pero esta, aprovechando su ligero cuerpo lo esquivó y agarró su muñeca para colocarla detrás de su espalda. Sacó un puñal del bolsillo del pantalón —cosa que nadie tenía previsto— y lo colocó en el cuello del hombre esperando su reacción.

¿Las chicas rudas se enamoran?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora