Capítulo 2

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Enma creía en el amor, como cualquier chica. Pero decía que solo se enamoraría de alguien que pudiera ganarle en una pelea. Algo casi imposible según ella. Poco imaginaba ella lo que pasaría pero no se debe negar algo con mucho énfasis o las cosas salen al revés.

Terminó de atarse los tenis para ir a correr. Los sábados a las cinco de la mañana no había nada mejor. Transcurrían pocos autos así que el aire en el parque estaba limpio, puro y fresco. De una manera tenía ella que mantenerse en forma, y esa era una. No solo corría y jugaba baloncesto —sola—, también practicaba boxeo una vez a la semana y tomaba clases de defensa personal los viernes en la noche. Ella tenía habilidades para eso, no sólo por su fuerza sino por sus muy desarrollados sentidos del oído y la vista. Aunque todo cuesta un precio y se podría decir que su sentido del olfato era muy pobre.

Corrió esa mañana cinco kilómetros seguidos, y se detuvo en un banco a tomar agua. Eran ya las siete y las calles se habían contaminado con el odioso y ruidoso tránsito y sus motores.

Se fue a casa, sus padres estaban en lo que ella le llamaba «reconciliación de fin de semana» así que tenía la casa para ella. Limpió y organizó, para sentir que podía respirar aire limpio dentro de su casa. Solo ella se encargaba de limpiar, porque aunque odiaba hacerlo no soportaba ver su casa como un chiquero. Sus padres no la ayudaban porque su rutina era: trabajar, comer, discutir, dormir. Y su hermano... bueno, ya imaginan.

Luego fue a ducharse, descubriendo que la mejilla golpeada se le estaba inflamando peligrosamente, pero ignoró eso. «Al fin que al rato se sana.» se decía a si misma. Eran las tres de la tarde cuando salió a ver el partido de baloncesto de una escuela cercana. The Strong Ghost era como se llamaban. Se sentó en un banco donde casi no había gente a mirar silenciosa el espectáculo. Ella veía tanto ese deporte que conocía todas las reglas y tácticas posibles. Era mejor árbitro que el mismo árbitro, pero no es como si se parara a vocear «¡Eso fue falta!» como hacen otros.

Al final del primer tiempo, los SG estaban celebrando el llevar la ventaja. Uno de los jugadores la miró con seriedad y se sintió incómoda con esa cortante mirada. Luego le sonrió y continuó celebrando con el grupo.

—¿Qué... fue... eso? —frunció el ceño—

Los ojos avellana del muchacho parecían extrañamente oscurecidos al principio, como si la odiara y le dijera «lárgate», pero luego cuando sonrió sus ojos adquirieron brillo y era como si dijera «es broma».

Varias veces descubrió ella que el muchacho la miraba, pero era más como analizándola. Era como si intentara recordar algo o como si la hubiera visto antes y no se acuerda. Pero ella no sabía eso, y por alguna razón creyó que la miraba con algún significado especial, lo que la hizo alborotarse por dentro.

Al final del partido las personas despejaron el lugar, pero ella fue de las últimas en salir para evitar el gentío. Casi al cruzar la puerta alguien la agarró del brazo deteniéndola. Volteó a ver y se encontró con esos ojos avellana que la miraban apaciblemente.

—¿Qué quieres? —la pregunta sonó como una queja, lo que ella no quería—

—¿Eres Enma?

—¿Cómo sabes mi nombre?

—¿No te acuerdas de mí? Soy Dylan.

Intentó rebuscar en su cabeza ese nombre y a su memoria llegó la imagen de un flacucho muchacho muy débil hijo de «aquel hombre». Ellos poseían los mismos ojos avellana, y al pensarlo el miedo recorrió su cuerpo. Quiso huir, pero el no lo permitió.

—Y-yo... —Tartamudeaba, algo difícil de ver en ella— Me tengo que ir.

—¡Espera! ¿Me tienes miedo?

¿Las chicas rudas se enamoran?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora