Nada

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Nunca decía algo. Siempre decía "nada". Y es que nadie se daba cuenta, nadie veía su sonrísa vacía, esa imperturbable sonrisa suya. Esas perlas perfectas en esa cautivadora línea curva. El brillo en sus verdes orbes cristalinos que, lejos de desvanecerse, resplandecían con más fuerza, gritando, pidiendo ayuda. Pero sus labios respondían "nada". Él siempre respondía, y siempre decía "nada". Poco a poco habían dejado de preguntar, poco a poco habían dejado de preocuparse. Poco a poco había conseguido lo que quería, no angustiar a nadie. Ellos tenían sus problemas, ellos necesitaban apoyo para superarlos, él podía darles ese apoyo, él podía estar allí cuando lo necesitasen, él podía sonreír por ellos.

No. Antonio no podía sonreír por ellos. Antonio solo mentía, él solo dibujaba una curva en su rostro con un parecido extraordinario a una sonrisa. Jamás sería una sonrisa. Mentiroso. ¿Jamás nadie se daría cuenta? Embustero.

Él sí le había visto sonreír. Él había hecho sonreír a Antonio. Y llorar. Y le había hecho amar. Y odiar. Y él también lo odiaba, y lo odiaba y lo odiaba y lo odiaba y aún seguía amándolo. Y odiaba esa sonrisa falsa, y odiaba que la gente pensase que era un idiota inconsciente. Porque Antonio era un idiota, pero no inconsciente. No en ese sentido. Porque era impetuoso y a veces imprudente, porque era pasional pero estaba hecho de cristal. Y él había pulido ese cristal, y le había hecho brillar más que las estrellas. Y él también lo había roto. Lo había roto en mil pedazos. Maldito incauto, Antonio también era eso. No podía confiar en la gente tan a la ligera, no, no podía. Y él decidió esperar, esperar a que el tiempo cicatrizase las heridas, no curarlas. No curarlas, porque curarlas... curarlas solo podría haberlo hecho él. Y él ya no podía, él no se atrevió a intentarlo antes. Seguía sin atreverse. No podía acercarse a Antonio, porque lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba, lo amaba y le dolía. Le dolía haber roto aquello tan fuerte y a la vez tan frágil, le dolía su sonrisa vacía, sus ojos gritando, sus "nada".

Idiota, Antonio era un idiota, un insensato, un imprudente. ¿Cómo se había atrevido si quiera a donarle lo más valioso que poseía? ¿A él? ¿Cómo se le había ocurrido que en sus manos estaría a salvo aquello tan preciado? Un corazón de cristal en manos de un sucio pirata.

Lo odiaba.

Lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba y, Cielos, lo seguía amando.

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