Entre los hijos de Felipe IV el Hermosoestaba Isabel (llamada la "Loba de Francia"), que era la madre de Eduardo III de Inglaterra. El joven rey, de tan solo dieciséis años, pretendió reclamar su derecho al trono de Francia, consideró que la corona francesa debía pasar a su madre. Aun así, si la tesis inglesa tuviese acogida, las hijas de Luis X, Felipe V y Carlos IV tendrían mayor derecho de transmitir la corona, por sobre su tía Isabel de Francia.
Francia no estaba de acuerdo, por lo tanto invocaron la ley sálica, que impedía la transmisión de la corona a través de la línea femenina, y por ello decidieron que la corona recién abandonada por los Capetos pasara al hermano menor de Felipe el Hermoso (y tío de Luis X, Felipe V y Carlos IV): Carlos de Valois. Pero corría 1328, y Carlos había muerto tres años antes. De ese modo, correspondió según la teoría francesa coronar al hijo de éste, Felipe de Valois, bajo el nombre real de Felipe VI. Este fue el primer monarca de la dinastía Valois, que reinó en Francia sin que Eduardo III pudiese hacer nada para evitarlo. Ahora, correspondía que Eduardo rindiera (y pagase) homenaje al orgulloso Felipe por sus exiguas posesiones, las pocas que aún conservaba en Francia.
Homenajes y refugiadosEditar
A Eduardo III no le parecía lógico pagar a Felipe un homenaje por tierras que habían pertenecido a sus antepasados desde hacía siglos y que él mismo tenía el derecho de su parte para ser soberano de Francia. Se veía como un rey derrocado en Francia al que se obligaba además a pagar tributo al usurpador por el uso de sus propios territorios. La situación no podía durar.
Encontró por fin el modo de dañar a Felipe: uno de los parientes del rey francés, Roberto de Artois, se había rebelado, y Eduardo lo acogió como a un hermano en su corte inglesa. La reacción de Felipe VI fue inmediata: en un golpe de mano rápido y perfecto, invadió y se anexionó la región de Gascuña, propiedad de Eduardo. Eduardo respondió reclamando, por enésima vez, su derecho a ocupar el trono de París.
La guerra interminable

Miniatura de la batalla de Sluys, en las Crónicas de Jean Froissart.
Una vez iniciadas las hostilidades (ya en toda regla, no como simples escaramuzas), la suerte de ambos bandos fue fluctuante y pendular. Al principio, los ingleses de Eduardo efectuaron unas muy importantes operaciones terrestres en 1339 y 1340, y obtuvieron además una gran victoria naval en Sluys. Eduardo utilizaba una táctica copiada de sus enemigos (la chevauchée). Atacaba la campiña desprotegida en sitios donde las tropas francesas eran débiles o estaban ausentes, y se adueñaba de ella. Mataban salvaje y cruelmente de manera indiscriminada a hombres y mujeres, adultos y niños, religiosos y seglares, violaban a mujeres y niñas, incendiaban, saqueaban y robaban las posesiones de los campesinos. Al ser estos parte de una sociedad de tipo feudal, se sobreentendía que era responsabilidad y obligación de Felipe de Francia protegerlos contra estos salvajes ejércitos extranjeros. De este modo, además de hacerse con tierras, suministros y prisioneros, Eduardo socavaba la autoridad de Felipe ante los ojos de su pueblo campesino.
En 1346 los franceses entablaron batalla con Eduardo en Crecy y en 1356con su hijo el Príncipe Negro en Poitiers. Ambos combates concluyeron con resonantes victorias inglesas, en la segunda de las cuales los ingleses se garantizaron una mejor posición de fuerza en las negociaciones posteriores al sorprender y capturar al rey Juan II de Francia (que había sucedido a su padre Felipe en 1350), y a un gran número de nobles y caballeros. Prisionero el monarca, los franceses se vieron obligados a ceder y firmar el Tratado de Brétigny (1360), que devolvía a Eduardo III todas sus posesiones originales salvo Normandía.
El contraataqueEditar
Tras la victoria inglesa en la batalla de Sluys Francia decidió aplicar las mismas tácticas navales. Comenzaron entonces, a partir de 1360, a hacer rápidas y devastadoras incursiones contra la costa meridional de Inglaterra, que culminaron en el saqueo e incendio de Winchelsea. Pronto se aficionaron a este tipo de operaciones, y los ataques anfibios se convertirían en la pesadilla de las guarniciones y población civil inglesas costeras por lo menos hasta 1401. Descubrieron además que Eduardo comenzaba a hacer regresar sus tropas para defender sus islas, por lo que los campesinos franceses empezaban a ver disminuir las espantosas chevauchées británicas. Así, los pocos ingleses que aún recorrían la campiña francesa se vieron obligados a retroceder progresivamente en medio de las tierras secas y arrasadas que los franceses dejaban a sus espaldas. Muchos murieron de hambre y enfermedades (principalmente disentería y escorbuto), y nunca se volvieron lo suficientemente fuertes como para plantar cara a los defensores de Francia.