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Con un Jean ajustado al cuerpo, una musculosa roja, una campera de cuero color negra y botas del mismo color, salgo de casa a las nueve y media de la noche. El cielo está azul oscuro y varias estrellas están dibujadas en el mismo. La luna llena lleva la mitad grisácea, por lo que pronostica una lluvia cercana. Las luces de los postes de luz encendidas y iluminan las oscuras calles de capital. Varios autos se movilizan por el asfalto y las copas de los árboles se mueven al compás del viento. Media hora después, estoy tocando el timbre de una casa amiga.

-¡Hey! ¡Caro!- Lucas abre la puerta y sonríe feliz al encontrarme allí, del otro lado,abrazandome a mi misma.

-Hola- también le sonrió y me adelanto dos pasos para abrazarlo fuerte- feliz cumpleaños- Le susurro al oído mientras le sacudo los pelos.

-Gracias- y él me acaricia la espalda- dale, entremos que ya están todos- y cierra la puerta detrás de sí.

Lucas cumple sus veintiséis años en aquel sábado de julio. Mandó invitaciones a todos los que allí estaban a través del mail. A Lucas lo conocí en el secundario, junto a los restantes de mis amigos. Y también a Agustín, claro. Aunque este último no puede ser clasificado como amigo porque jamás lo fue. Jamás lo sintieron nuestros corazones. El patio de la casa de Lucas está ocupado por muchísimas personas, una hamaca paraguaya enganchada entre los dos árboles y una mesa larga dónde están las bebidas y la comida. El ministro componente suena a todo volumen y muchos bailan y cantan.

-¡Amiguilla!- Chiara se acerca saltarina hacia mí con un vaso de cerveza en la mano. No está borracha. Ella siempre está feliz. Me abraza fuerte cuando yo extiendo los brazos de par en par- ¿Cómo estás?

-Todo bien ¿Vos?- Le tironeo el pelo lacio y largo color rubio.

-Bien, bien. Estas linda, che. Vení, vamos con los chicos-me agarra la mano y salimos juntas hacia donde están los demás, sentados en ronda sobre el suelo.

Chiara fue a quién conocí en el banco trasero del salón de primer año. Con ella aprendí a odiar a varios profesores y ponerles apodo. Encontrarme con Malena y Ana me llenó el alma de alegría. Con ellas dos pasaba recreos eternos en el patio del colegio y compartíamos machetes en las evaluaciones de cívica e historia. Maxi llevaba los ojos más verdes que a los quince, cuando ingresó a tercer año tras cambiarse de un colegio privado y unirse al grupo de varones, y el pelo más largo, también. Él me abrazo con efusividad. Siempre tuvimos una linda relación Gastón y Michael, se contentaron que gritaron mi nombre tan fuerte que hasta los vecinos los escucharon. Michael llevaba varias copas de alcohol dentro de su cuerpo y corriendo por sus venas. Gastón, no. Candelaria aparece mostrando sus piernas de modelo y también se muestra enérgica. Ella también estuvo cuando más lo necesité. El último en aparecer fue Julián quien charlaba animado con el cumplañero y algunas mujeres en otro rincón. Me sorprendió por la espalda, como lo hacía en los viejos tiempos, en aquellas épocas de cuarto año, haciéndome girar por los aires. Estaban todos, menos Valentina y él.

-¿Cómo andas, Carito? - Lucas se sentó a mi lado, sobre el cantero en el cual tomaba un vaso de gaseosa observa cómo mis amigos bailaban enérgicos.

-Hace mucho que me me decías así- cómo a los trece.

-Si...- y viaja al pasado- ¿La estás pasando bien?

-Si. Estamos todos grandes- y él asiente escondiendo una sonrisa- el miércoles me encontré con Agus ¿sabias?

-¿Con el Negro?- y se contenta porque Agustín y Lucas siempre fueron buenos amigos, desde que se conocieron en la primaria y culminaron en la secundaria- ¿Y cómo anda?

-Bien, cómo siempre. Viste cómo es Agus- alegre.

-Si, es un genio. Lo invité pero me llamó para avisarme que no podía porque hoy a la noche tenía guardia en el hospital. Es medico pediatra.

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