—...¡Por todos los dioses...!— exclamó Jezzabell al lado de la guerrera, mientras miraban atentamente el nuevo hallazgo.
Aun estaban delante del gran baúl, el cual tras la pericia y las mañas de Jezzabell se había de abierto ante la estupefacción del par de chicas, emitiendo toda clase de efectos lumínicos como un buen artefacto mágico debe hacer.
Permanecieron unos largos instantes asombradas, pues lo que había en el interior era aun más increíble que el propio baúl. Ahí, delante de ellas, estaban nada más y nada menos... ¡que los tres objetos de poder más buscados de la historia de Ávalon!
¿Quién iba a pensar que pudieran estar escondidos junto al Tesoro de los Antepasados? ¡No desaparecieron a la vez!, se exasperó Jezzabell.
Aunque... si se pensaba bien, sólo había una forma de que estos pudieran estar ahí, en ese lugar: y es que ese rey los consiguiera en vida, ¡y el muy hijo de la gran cabra nunca dijera nada a nadie! ¡Con la de problemas que se hubieran solucionado si estos objetos hubieran estado al alcance del héroe de turno en el momento necesario!
Pero... quizás fueron escondidos por algún recóndito motivo que ahora era incapaz de indagar...
Jezzabell agravió su semblante ante tal pensamiento.
—¿Qué ocurre?— le preguntó Vic, que la observaba con el ceño fruncido.
—Nada.— se recompuso la sacerdotisa al instante. No era un asunto del que quisiera hablar en ese momento. Ahora era más importante centrarse en lo que tenían delante. —¿Sabes lo que es eso??— intentó distraerla.
—Sí, el mayor tesoro nunca encontrado. Reconozco este cetro a la perfección. Está en todos los cuadros de la familia real.
Jezzabell también sabía que ese cetro pertenecía a la Corona Avalónica desde tiempos inmemoriales. Era un claro símbolo del poder monárquico de ese importante país, y tenía su propia magia inserida. Pero a pesar de ser un objeto mágico, sólo la sangre real podía activarlo, por lo que no era codiciado por ningún sacerdote ajeno a su sangre.
Por otra parte, el cofrecito no recordaba exactamente qué era, sólo sabía que ese tipo de artefactos solían contener pergaminos muy codiciados por los alquimistas. En cambio la espada le resultaba más conocida, ya que aparecía en la leyenda más famosa de Ávalon, una también muy conocida en el resto del mundo. "Tárgasal" era su nombre, y trataba de la historia de un enorme mandoble algo particular, al que se le atribuían muchos dones y la fama de ser algo peligroso para su portador.
Por instinto, o quizás por aunar el pensamiento de un arma emblemática con un guerrero, Jezzabell miró a su compañera. Igual que ella, Vic estaba a su lado concentrada en la visión de los tres objetos. No era extraño, pues debía reconocer que había algo en ellos que les absorbía toda la atención, y cada vez les parecían más brillantes, más atractivos, más... importantes.
Vic de pronto alargó su mano hacia la espada. Luego, ante la incredulidad de la sacerdotisa y con la sensación de ser testimonio de un acto sacrílego, Jezz observó anonadada como la guerrera pasaba con suavidad un dedo sobre la superficie de la hoja de la espada. El metal pareció cantar al notar su contacto, fascinando a las dos mujeres hasta el punto que acto seguido Vic no dudó en tomarla y blandirla en el aire como si fuera ligera como una pluma a pesar de su envergadura, y cada vez que la movía la espada volvía a sonar, deleitando los oídos de ambas.
Aun así, a la sacerdotisa la ensordecían los pensamientos de alarma, hasta que al final consiguieron sacarla de su estupor.
—Vic, ¿qué estás haciendo?— preguntó con un mal disimulado asombro en su voz, y eso sacó de su trance a la guerrera.
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La leyenda de las Siete Llaves.
FantasyImaginad un mundo que no está en ninguna parte en concreto. Por no ser, ni siquiera existe como un planeta, sinó que se pierde en el horizonte y está hecho de magia y alquimia, y ocupa toda una sola dimensión. Es un mundo sin límites claros, donde l...