Capítulo 5.

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Las jugarretas de los niños continuaron. A medida que iban creciendo, éstas se tornaban más ingeniosas. Además, se pinchaban continuamente para ser el mejor y el más perfecto en las actividades extra escolares, y así se pudo ver como el pueblo de Busan tuvo al mejor alumno en clase de cocina ante una furiosa Jimin, así como al excelente y más violento jugador de hockey ante un asombrado Yoongi.

Cuando los niños competían entre sí, era la guerra, pero, cuando se juntaban, resultaba asombroso ver como se compenetraban para lograr ser los mejores en aquello que estuviesen haciendo. A pesar de que en ocasiones pactaban una pequeña tregua por el bien de la comunidad, sus pillerías seguían siendo la mejor diversión ante los monótonos días en ese aburrido pueblo.

En todos los años que tenía Rosé, y ya eran muchos pues estaba cerca de los sesenta, nunca había presenciado una serenata tan espantosa como la que dedicó su nieto al vecino.

Todo había comenzado esa misma mañana, cuando había visto a su nieto de quince años correr de un lado a otro de la casa con sus ahorros en la mano.

—Abuela, ¿me prestas cinco euros? —preguntó con cara de angelito, por lo que en esos momentos Rosé supo que planeaba una de las suyas.

—Espero que no quieras el dinero para hacer alguna de tus trastadas—dijo la abuela mientras le tendía el dinero, sin poder resistirse a la mirada lastimera de esos preciosos ojos negros.

—No abuela, es para dar una serenata a un chico. Me faltan cinco euros para poder alquilar los instrumentos.

—¡Oh, qué romántico! —declaró Rosé conmovida—, tu abuelo también me cantaba al pie de la ventana cuando éramos jóvenes. ¿Y quién es el afortunado...?

Yoongi no dejó que su abuela terminara la pregunta. Rápidamente le dio un beso en la mejilla agradeciéndole su aportación y se despidió mientras salía por la puerta:

—¡Ya lo verás, abuelita!

En cuanto Rosé vio como los ojos de su nieto brillaban emocionados y una sonrisa ladina cruzaba su rostro mientras se despedía con esas palabras, supo que no era nada bueno lo que tenía planeado para ese día, y que, sin duda, el vecino andaba implicada en ello. Ojalá se equivocase, pero conocía demasiado bien a su nieto y esos ojos que le delataban cuándo estaba planeando una de las suyas.

La tarde transcurrió plácida, sin que ocurriera nada, por lo que Rosé se preguntó si por primera vez en años se habría equivocado con su nieto. Pero después de cenar Yoongi corrió a su habitación, teléfono en mano y allí se encerró durante un buen rato.

Rosé comenzó a sospechar, y sus sospechas se vieron confirmadas cuando minutos después apareció ante la puerta de su casa un grupo de cinco niños vestidos con vaqueros raídos, camisetas de calaveras y cadenas por todas partes. Uno de ellos, el que menos cadenas llevaba, preguntó amablemente:

—¿Está Yoongi?

A la abuela no le dio tiempo a contestar cuando apareció su nieto corriendo como un torbellino y vestido como los demás.

—¿Está todo preparado? —quiso saber mientras salía por la puerta hacia el jardín del vecino.

—¡Todo listo! —contestó uno de ellos.

—Bien, ¡que empiece el espectáculo!—gritó Yoongi animando a sus amigos.

Rosé, resignada a las correrías de su nieto, se sentó en la vieja silla del porche con una limonada a la espera de que comenzara la función.

En el jardín trasero de la señora Park, en el silencio de la noche, habían sido montadas una batería, dos guitarras eléctricas con amplificador, un bajo, una pandereta y un micrófono.

Orgullo entre Sábanas + yoonminWhere stories live. Discover now