Sammara

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Escapar de la custodia fue lo más fácil.

Habían pasado un mes y trece días desde que fui capturada en mi propia casa por el equipo de ese maldito Klaussen, quien mató y encarceló a mi familia, secuestrando a mi tía, Kristal.

Aunque claro, la pobre seguramente no lo vio de esa manera. No, yo la había salvado de las garras de ese imbécil que la había secuestrado, que la había forzado a un vínculo de Mates en contra de su voluntad, y la llevé con su propia familia y, ¿cómo me lo había pagado? Llamándome un monstruo, deseando como una mujer golpeada que su caballero blanco regresara y la rescatara de nosotros, como si el verdadero enemigo fuera yo. Cómo si nosotros fuéramos los monstruos.

Luego de ser capturados fuimos interrogados, torturados y llevados a juicio. Yo al igual que el resto de mi familia sobreviviente fuimos encarcelados de manera perpetua, efectiva inmediatamente. La elección se decidió en un día; la justicia de nuestro mundo no es como la humana donde hay abogados, jurados y la ley se puede torcer, doblar y sólo en pocos casos obedecer. El Consejo determina todo, sin preguntar a extraños o consultar opiniones y no les llevó mucho tiempo deliberar que toda mi familia era culpable.

¿Culpable de qué, digo yo? ¿De tratar de recuperar el poder que esos viejos decrépitos que se hacían llamar nuestros protectores nos habían sacado, aquellos miembros del Consejo que con sus colmillos afilados y manos codiciosas nos habían despojado de todo?... Entonces puede que si, podrían llamarme culpable.

Nos trasladaron a prisiones diferentes, para no poder mantener contacto. No que importara, las verdaderas mentes maestras estaban muertas como mi padre, o habían escapado. Aquellos que fueron capturados no eran más que los muchos, los más inútiles y sonsos que ni siquiera sabían de que se trataba el plan.

Bueno, todos excepto por mí.

Fue a casi mes y medio desde mi captura que llegó mi turno de ser trasladada. Esto era algo que hacían constantemente por su seguridad; mejor no dejarnos en un solo lugar por mucho tiempo, puesto que nuestra familia tenía la odiosa habilidad de adueñarse de un lugar y convertirse en el líder. Así que nos pasean de cárcel en cárcel, de un oscuro recoveco a otro, hasta que tantas idas y vueltas nos marean tanto que ya no sabemos ni en que continente estamos. Si me preguntan, es una razonablemente inteligente medida de precaución.

Pero en este día, su precaución será su debilidad.

Cuando los guardias entraron en mi celda me fui a la pared sin chistar y dejé que me esposen a mis espaldas. Desde que me encerraron no he sido nada más que el preso modelo, sin causar problemas, dando una apariencia sumisa y vulnerable con la esperanza de que bajen su guardia y funciona. Los guardias, acostumbrados a mi poca resistencia, me llevaron de la celda sin siquiera revisarme, o sin notar el sobre de shampoo faltante del baño del día anterior que llevo en la enorme manga de mi overol.

Las celdas por el pasillo se veían cerradas, eran grandes puertas de una aleación de hierro y plata forjadas con una cerradura accesible sólo por fuera y una pequeña rendija para dejar la comida; solo puedes saber quien está del otro lado al olfatear el aire, pero yo ya sabía que nadie de mi familia estaba allí por lo que dejé que los guardias me llevaran afuera.

Luego de recorrer los sinuosos caminos y escaleras de la prisión, por fin llegamos a un enorme estacionamiento donde la seguridad era incluso mayor. El olor a aceite de auto se mezclaba con el de lobo y pólvora, seguro proveniente de los rifles de alto calibre de los guardias apostados allí. Usualmente las armas no nos hacen daño, ya que sanamos más rápido de lo que nos pueden herir, pero esos rifles diseñados y aprobados por el Consejo son únicos, sólo se necesita un disparo a la cabeza para que esta explote en miles de pedazos, regando tus sesos por el suelo y la pared. Un engorre y molestia para los que tienen que limpiar después, pero no hay forma de que el Lobo que intentaba escapar o atacar a alguien pudiera sobrevivir.

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