Antes de leer.

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Cuando cambias de ciudad dicen que dejas todo recuerdo atrás. Se equivocan.

Tenía dieciséis años cuando me di cuenta que no necesitaba de nadie, que las cosas que yo me propusiera tenía que lograrlas, sola.

Biológicamente para estar contando esta historia tuve que haber tenido procreadores; bien, ellos me dejaron en una caja frente a una panadería cuando yo tenía cuatro meses. Al cabo de dos días tras pasar tras las manos de la vieja panadera, ya me encontraba en un centro de adopción, donde permanecí durante nueve años, la misma edad donde conocí a Charlie.

¿Qué quién es Charlie?

Un pequeño bebé que fue encontrado debajo de un puente con 8 meses de edad, estaba arañado y fue a parar al mismo centro de adopción que yo. Fue amor a primera vista. Lo amé en el segundo que me dejaron cargarlo.

 —¿Puede quedarse conmigo, madre?

—No. Claro que no, Alice, tú jugarás con él toda la noche y no dormirán los dos.

— Pero...si está conmigo, podrá saber que no está solo. Y lo dejaré dormir, lo prometo, lo prometo.

—Tenemos que ponerle un nombre para que empiece a adaptarse. Si le buscas un buen nombre, dejaré que duerma contigo, ¿está bien?

 —Sí, sí, claro.

Aquella semana encontré un libro de ciencias naturales y supe cómo llamarlo. Deberá ser un niño que cambie al mundo. Un inventor. Alguien que la humanidad no olvide. Alguien como Charles Dickens; desde allí todos llamamos Charlie a Charles.

Charlie y yo, Alice –según las monjas- jugábamos todas las tardes, claro que él no hacía mucho, solo reír. Era yo la que me disfrazaba de cualquier cosa para hacerlo feliz; solo éramos Charlie y yo. Los grandes, Isabel, Christine, Matthew, Peter y Gianluca iban a cumplir 18 este año y se podrían ir.

Siempre me llevé bien con Matthew, solía jugar conmigo a las carreras y me defendía de Christine, la chica con la que compartía cuarto. Ella se escapaba todas las noches con hombres diferentes, en ese entonces yo pensaba que eran detectives, pero ahora sé que estaban tan alejados de la ley por meterse con una menor de edad.

El 10 de febrero del 2008 cumplí nueve años. Ese día Matthew me llevó fuera, por primera vez sin las monjas; por supuesto que nos escapamos. Llegamos a una feria y él le dio un billete al de la boletería y nos dieron un rollo de tickets. Me subí a todos los juegos, nos reíamos tanto que juré que mi estómago iba a explotar.

Mi garganta me ardía por gritar tanto, luego comimos una pizza que vomité veinte minutos después. Qué vergüenza. Justo en el túnel del amor, cuando estaba a punto de revelarle mis sentimientos a él, Matthew de casi dieciocho años. Supuse que era una señal de Cupido, quizá solo debía callar, no vomitar, solo callar.

Recuerdo que al regresar, Olga, la rectora de las niñas me abofeteó y le dijo a Matthew que apenas cumpla dieciocho años...debía irse. Ese día se me rompió el corazón.

—No puede hacer esto, Olga, sólo hizo que tenga un feliz cumpleaños.

— ¡Calla, niña! Calla, lo que este muchacho quería hacer era aprovecharse de ti, Dios lo sabe, oh, ¡ya verás! Toda la justicia divina caerá, ¡caerá sobre ti!

— Pero, ¿qué dice Olga? Solo fuimos a la feria, Matthew nunca me haría daño, ¿verdad?

Lo miré fijamente mientras mis lágrimas caían, la mejilla me ardía por el golpe y pude ver que Matthew estaba igual de herido que yo. No conocía otro lugar, Matthew ¿qué podría hacer, allá, en el mundo real? Solo tenía diecisiete años y estaba solo.

Caminó hacia mí y se arrodilló para limpiarme las lágrimas; Olga, enojada, salió a buscar a la madre superiora.

 —Tranquila Alice, igual yo me iba a ir, solo quería que tengas un gran cumpleaños. Dime que lo tuviste, ¿sí lo tuviste?

 —Sí, Matthew, pero...

 —Nada. Eso es todo lo que importa. Quiero que sepas algo, Alice. Tú nunca estarás sola, no dejes que Charlie se quede solo, a partir de la otra semana ustedes solo se tendrán a sí mismos, la vida es dura, Alice, pero tú eres fuerte, ¿sabes eso, verdad Alice? Sabes que eres fuerte, ¿no?

Asentí.

 —Perfecto, Alice. Prométeme que le enseñarás a ser fuerte a Charlie.

 —Lo prometo, Mat.

 —Te quiero, Alice. Nos volveremos a ver, lo prometo.

Me abrazó tanto que yo sentí que me iba a romper, fue el mejor dolor que sentí en mi vida.

La madre superiora llegó y me mandó a mi habitación, caminé lento por el pasillo, siempre mirando hacia delante, cuando iba a cerrar la puerta, allí, en el pasillo con los ojos apagados vi a un Matthew más roto y solo que nunca.

Cabe recalcar que nunca más volví a ver a Matthew.

Dios, si existe, sabe que le pudo haber pasado, después de aquella noche Olga se empeñó en buscarme hogar; yo, de nueve años, era la peste de la cual se querían librar y por supuesto yo también quería salir de allí, así que me transformé en lo que adoptarían. Mi única condición era que al hacerlo, tendrían que llevarme junto a Charlie. No lo iba a dejar. Nunca. Su corazón y el mío estaban atados y abrazados por un lazo que nadie podía entender.

No Regrets.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora