Capítulo 4

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Alexander:

Caminaba a paso lento. Miré hacia los dos lados y comprobé que nadie me veía, de hecho, nadie estaba por allí. No volaba una mosca.

Todos estaban en sus clases, estupidos humanos. En mi casa, los alumnos nunca iban a las clases, no sirvían para nada. Éramos poderosos de nacimiento e inteligentes por naturaleza, teníamos una belleza incalculable, ¿Qué más? No necesitábamos que ancianos con alas rotas nos enseñaran cosas que ya adquiríamos por nuestros propios meritos nosotros.

Hay algo que siempre me llamó la atención de los mortales: Hacen todo lo posible por no romper las reglas, por hacer caso a las peticiones de los mayores; en la tierra los felicitan por ello. Siempre quise ver a alguno al cual no le importase en lo absoluto los demás. Había visto intentos de ellos, personas que fingían no les importaba, pero siempre terminaban cayendo, siempre se tropezaban con algo que los hacía cambiar. Casi siempre era el amor. Idiotas.

Sí, los insulto seguido. Pero tienen tan poca mentalidad como una roca.

Diana. Un claro ejemplo de su incompetencia, una clara imagen de lo que es fingir, de lo que es ser un humano. Puedo asegurar que era tan humana como que alguien esta respirando en este preciso momento en algún lugar del mundo.

Debería haberme mantenido alejado de ella, y lo sabía. Pero, por una vez en la vida, mi tío se equivocaba. No podía acabarla de lejos.

¿Nunca escucharon la frase: "Ten a tus amigos cerca, y a tus enemigos aún más cerca"?

Sin importar lo que él pensara, me arriesgué. Quizá éso tendría consecuencias. Pero era mi misión, y la haría a mi parecer.

Ya estaba fuera de la escuela. Había sido tan fácil como entrar en los sueños de alguien.

Seguía caminando, sin prestar atención y...

Alguien tocó la bocina, la siguió un grito:

— ¡Mira por donde caminas, estúpido!

Y sin fijarme en el semáforo.

Sabía con certeza que ma habían gritado a mi.

¿Hice algo? No.

Allá no hay semáforos, no hay autos. Tú pasas cuando se te canta.

No le dí importancia, y crucé la calle.

Llegué a mi destino y me senté en un banco de madera enfrente del lugar.

Me acomodé y esperé. Tardaría en llegar.

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Tenía razón. Tardó una hora y cuarenta y cinco minutos.

Sonreí al verla caminar con el ceño fruncido y algo molesta.

No percibió mi presencia hasta llegar a la puerta, cuando decidí regalarle el placer de oír mi voz.

— ¿Enserio? ¿Viniste con ese vestido? —Observé como se volteaba, aún más molesta de lo que había venido—. ¿Acaso planeas provocar un accidente de autos?

— ¿Enserio? ¿Viniste sin invitación? —respondió, imitandome.

Reí.

—Tú me invitaste.

—No lo hice —exclamó.

Me levanté del banco y me acerqué a ella a una distancia prudente.

—Sí lo hiciste.

Estaba a punto de contestar, pero del lugar salió alguien, quien la tomó por lo hombros, tan molesto como ella.

— ¿Se puede saber dónde estabas? La carrera empieza en quince minutos —dijo el hombre y luego me miró—. ¿Y éste?

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⏰ Última actualización: Jul 06, 2014 ⏰

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