Capítulo 1.

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Los pajaritos cantaban su común pititeo, alegres y madrugadores. Las hojas de los árboles empezaban a caer, tardaba más en aclarar, pero aún así todo se veía hermos. El primer día de aquel largo otoño.

Ese día el cielo tenía algo especial. Era una mezcla de colores: marrón, rojo, celeste, naranja, rosado, de todo un poco. Sé que suena imposible, pero así era.

Levanté mi cara lentamente de la almohada y apagué el despertador tranquila. No me había despertado, sino que directamente no había dormido. Tenía ojeras y marcas por todo el rostro, solía tener insomnio casi todas las noches.

Me encaminé hacía el espejo, saqué un poco de maquillaje, me lo coloqué y quedé como nueva.

No podía dejar que nadie me viera como estaba antes. Yo era la popular del colegio. Mi vida era típica de una mujer famosa: mi novio era el capitán del equipo de fútbol y no era que por eso, no tuviera chicos detrás. Mis amigas estaban huecas y la mayoría de las veces, sabía que hablaban mal a mi espalda. ¿Pero qué era lo que no entonaba en todo esto? Yo. En este mundo, yo era la que no encajaba pues no era la tonta chica popular. A mí no me interesaba la moda, aunque debía vestirme como si lo hiciera, no me gustaba hacer daño a las personas por debajo de mi nivel y odiaba ser el centro de atención. Pero fingía. Eso era algo que me salía natural.

Tomé un vestido de encaje azul y unos tacones negros. Dejé mis rizos sueltos, me coloqué delicadamente un poco de brillo labial y remarqué mis ojos verdes.

Agarré el bolso de diseñador que combinaba a la perfección con mis zapatos y salí del cuarto.

Bajé las escaleras tratando de pasar desapercibida. Pero eso en mi familia era pedir mucho.

—Diana —me llamó aquel hombre con restos de pelos negros y canas que comenzaban a aflorar esparcidos por su cabeza. Con traje de camisa y corbata, sonrisa de dientes blancos tan falsa como los comerciales en televisión y ojos color miel con algunas arrugas que se empezaban a notar alrededor de estos. Ese hombre al que debía llamar padre—. Ven a desayunar.

No podía decir que no. Nunca podría. Hacerlo significaría desobedecerlo. Rebelarme contra él. Y no quería eso.

Asentí con la cabeza y me sitúe en la mesa entre mis dos hermanas. Las mellizas.

Había silencio. Y no era de esos silencios de los cuales disfrutas. Era de esos incómodos, casi incapaces de soportar, que solo se usan para rellenar un ambiente cargado.

Mi familia no era de las alegres, aquellas que son pura sonrisa y felicidad. No estaban diciendo chistes ni demostrando cada vez que tenian oportunidad que se amaban a pesar de todo.

Mi familia era una farsa.

—Esta tarde correré —nos dijo cuando empecé a tomar mi leche— Y ganaré —afirmó con seguridad— Habrá mucha prensa y quiero que...

El teléfono familiar sonó interrumpiéndolo e instantáneamente éste se levantó de su asiento y atendió.

Mi padre, Derek, un corredor de autos mundialmente conocido. Tuvo una infancia dura y maduró mucho antes de lo habitual. Desde joven siempre fueron su auto y él contra el mundo, y aunque nadie lo decía... seguía siendo así.

Por la forma que tomó su cara supe que esa llamada era una de las que nunca se esperan. Lo confirmé al escucharlo decir la única palabra que salió de su boca.

—Jannete —lo pronunció con tal dureza, tanta frialdad que un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

Caminó y con un gesto brusco lo extendió hacía mi dándome a entender que era yo la destinataria.

Mi ángel caídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora