Guardián

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Capítulo Único

Abrió sus ojos con dificultad, solo para encontrarse recostada sobre una amplia cama helada. El cielo estaba gris y la nieve caía lentamente sobre su cuerpo. ¿Qué había pasado? No pudo deducir con claridad la situación.

Se incorporó para observar a su alrededor.

Un manto blanco ya había cubierto gran parte del auto destrozado. Se levantó tambaleante, para ponerse a buscar a sus padres entre los escombros.

—¡Papi! ¡Mami!— Hurgó entre los asientos y el equipaje que estaba esparcido en el lugar del accidente, hasta que los hubo encontrado. Fue un trauma enorme para la pequeña de tan solo seis años ver los cuerpos inertes de sus progenitores.

Las lágrimas cayeron de sus hermosos ojos, mojándole las mejillas.

Con tristeza se recostó sobre el pecho de su padre y tomó la mano de su mamá, permaneciendo largos instantes en esa posición, las bajas temperaturas le hacían sufrir tanto que sus extremidades dolían.

—¡Ayúdenos!— Gritó suplicante observando con detenimiento toda el área para ver si venía alguien a su rescate.

Sus orbes estaban tan nublados por el llanto, que se le imposibilitaba enfocar correctamente a sus alrededores.

Se levantó y caminó hacía un claro del bosque donde había un gran lago congelado. Se quedó breves instantes abrazándose a sí misma mientras tiritaba por el frío.

Fue entonces que diviso un gigantesco perro de color blanco que se camuflajeaba con el entorno. Los ojos rojizos de aquel ser, parecían mirarle. Él se acercó con andar pausado y la chiquilla tuvo miedo por lo que dio varios pasos hacía atrás amedrentada por las dimensiones de aquel animal. Pero al parecer no pensaba dañarla, pues pasó de su lado y se recostó junto a un árbol.

—No tengas miedo— Le dijo, mientras una marca con forma de media luna aparecía en su frente.

—N-no...—

—¿Cómo te llamas?— Cuestionó a la niña de cabellos negros y ojos azules como el cielo.

—Kagome— Respondió con timidez.

—No llores más, tus padres están en un lugar muy lejos de aquí, pero siempre te protegerán...—

—¿Quién eres tú?—

—Soy Yako, el guardián de la puerta del Inframundo—

—¿El guardián?—

—Si. Cuando me necesites, llamamé y no importa qué tan lejos este, siempre vendré a salvarte. Y cuando el tiempo llegue, iré a ti, para que estemos juntos.—Estiró una de sus patas delanteras para que esa pequeña se refugiara en su calor, hasta que llegarán los demás humanos a rescatarla.



—¡Corre!— Dijo para sí misma mientras se desplazaba por aquel escarpado lugar.

—¡Más deprisa!— Instó a su espíritu y a su cuerpo a continuar con la huida, aunque estaba al borde del desfallecimiento. Sus músculos pronto comenzaron a resentir los estragos de aquella carrera.

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