Confesión

35 0 0
                                    

Mi nombre es Rafael Feliciano, "Rafa filo", de apodo. Tengo 26 años cumplidos. Los agentes Fuentes y Mendoza me hicieron las advertencias legales. Y , me leyeron mis derechos. Y mi derecho a no incriminarme… yo mismo.  Esta es mi confesión. He sido partícipe indirecto de la muerte de Yesenia Arce y he presenciado su muerte. Nunca tuve diferencias con la difunta y, si había alguna conversación fuerte, era sobre la fecha en la que tenía que pagarme por la droga.

Me crie, de chamaquito, viéndola. Ella era modelo y, para decir verdad, todavía se veía bien, y así conseguía par de pesos para que le vendieran su “cura”. Se la pasaba de arriba para abajo, hablando sola, aunque ella decía que era con una mujer vestida de novia. Lo que daba a entender que estaba loca. Por eso, aunque el material había subido, yo se lo vendía al mismo precio... Total, si ya estaba “jodía”. Sus hijos ya no venían a verla. Un día dijo que Agustín, el don que vivía en el segundo piso, iba a morir. No pasaron  dos horas;  el viejo…  murió. Me sorprendió mucho, y más aún, cuando ella se quedó señalándolo…, hasta que él fallece. Pero, la piché. Siempre pensaba  cómo sería su muerte, y pensé cosas malas sobre ella. Pero, como dije, ya  la vida que llevaba era suficiente muerte e infierno para ella.

El día que presencié la muerte de Yesenia fue un domingo, 8 de marzo del 2014. Esa mañana, como de costumbre, fue a pedir su porción, pero, fue sin dinero. Yo le dije que sin chavos, no había “tecata”. Ella dijo: “Dale, que hoy es la última, y quiero estar bien...”  Me quedé callado un momento y le di su heroína. Contenta, se fue. Pensando, quizás, en la nota que tendrá al rato. Pero, me paré frente al callejón donde siempre se curaba. Y allí estaba ella, arrodillada, frente a la aguja, la cuchara y la heroína. ¡Orando! ¿Qué clase de persona ora antes de drogarse?  Entonces, vi a una mujer de pelo negro y traje de novia, que se acercó a ella. Yesenia se levantó,  pisó y pisó, hasta romper la aguja y la bolsita de heroína, y abrazó a la mujer vestida de novia. A todo esto dije: “¿Será que va a rehabilitarse el día de la boda de su hermana?” Pero, cuando el abrazo terminó, Yesenia cayó al piso y la mujer no hizo nada. Giró su cabeza hacia mí y comenzó a acercarse, como flotando. Casi infarto cuando vi que tenía los ojos cosidos con hilo negro. No pude moverme y, me dio las gracias por todas las almas que le había regalado por distribuir mi veneno.

Mi confesión es que, aunque no halé un gatillo, ni hundí un puñal; quité vida vendiendo lo que me daba vida a mí. Mi confesión no es que me volví loco... Quiero aceptar mis culpas y no puedo seguir vendiendo lo mismo y ver cómo se deteriora más gente.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jul 07, 2014 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Los acompañantes de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora