Después de un largo día de mendigar por las calles, Carmela llegó a la escalera de incendios y subió rápidamente hacia la habitación secreta en la que nadie había entrado. Era polvorienta y vieja, muy parecida a su reputación. Miró en la oscuridad buscando la única cosa que termina sus días con notas de esperanza. Allí, junto al espejo roto donde Carmela vio su rostro embarrado y sus dedos sucios, yacía la obra maestra en la que envolvió su espíritu; un violín de madera. Cogió el violín y le sacudió el polvo, limpiandolo con sus sucias manos para revelar la brillante superficie que anhelaba oír gritar. Levantó el arco y lo sostuvo en su mano, tocando los vellos sedosos que completarían su secreto violín de madera. Mientras el cielo cambiaba de color y se preparaba para revelar su oscuridad interior, Carmela colocó suavemente el violín sobre su hombro, justo debajo de su barbilla. Colocó el arco lentamente sobre las cuerdas, respiró hondo, y deslizó los pelos a lo largo de las cuerdas de plata y tocó una nota profunda al sentirla vibrar a través de sus brazos y en su estómago. Luego la movió a una nota más aguda creando una melodía a través del vacío de su tesoro. Tocaba el violín en secreto, creando notas que le ponían la piel de gallina en sus delgados y frágiles brazos, y jugaba. Cambió entre notas profundas y notas que gritaban, haciendo llorar al violín. Los colores de la puesta de sol invadieron la habitación en brillantes rayos complementando las hermosas lágrimas del violín. Los rayos se atenuaron lentamente cuando sintió el agua salada comenzar a correr por sus mejillas. La música era tan fuerte como su pecho que comenzaba a levantarse y caer en respiración, hasta que sus piernas golpearon el suelo de madera, liberando las olas de agonía que desnudaba cada día a través de la vergüenza y el disgusto. Carmela suelta un fuerte sollozo mientras sus hombros brincan hacia adelante y hacia atrás, enterrando sus ojos marrones en sus manos. Y así lo hizo Carmela cada noche al atardecer, donde el cielo estaba listo para entristecer a los niños por la noche.
Poco sabía ella que había una sombra mirándola a través de la puerta floja, observando su arte, su música, admirándola sentir la música dentro, nunca interrumpiendo mientras dejaba ir su dolor. Poco sabía que había alguien que pensaba en ella día y noche, pensaba en su música, se preguntaba cómo esa belleza terminaba en las calles; Pero esa es una historia para otro día...
Se arrastró por las calles oscuras y sucias en busca del único lugar familiar que conocía: el edificio con ventanas rotas, divisiones en los paneles de madera y ladrillos manchados de negro. Una vez dentro de este lugar familiar, se tumbó en su polvoriento camastro roto y miró a través de las rendijas del techo para ver el oscuro cielo nocturno cubierto de cientos de estrellas que brillaban en sus ojos. A través de las grietas en el techo vio cada fase de la luna, noche tras noche. Carmela nunca se sintió tan hermosa como cuando la luna estaba en su punto más alto, tan llena y redonda, insinuando el color amarillo, brillando justo sobre su piel bronceada. Las noches cálidas como esta son las que terminan el día de Carmela con una fracción de esperanza. Cuando una última lágrima corrió por su piel, allí estaba, el sentimiento en su corazón que ella describió como nostalgia, recordando cada sensación cuando hacía esto con su amada niña desaparecida. Su corazón resplandeció, mostró su hermosa sonrisa a las estrellas y la luna atenuó su luz, cerrando los ojos de Carmela, haciéndola sentir amada, incluso si era solo por las noches.
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Carmela
Ficción GeneralLuna, acariciala, recuérdale lo hermosa que es, brilla sobre ella, que reconozca su talento y su arte, que aprenda amarse, sin importar el tiempo que le quede en esta vida...