He estado 100 veces al borde del precipicio.
De todas ellas cai al vacío, y ya no se si por voluntad o arrastrada por la necesidad de ella.
He buscado la belleza en mil detalles insignificantes y en todos me he visto reflejada redescubriendo una mirada asustada que me devolvía mi propio reflejo.
Y entonces entendí, que no somos "débiles" pero si insignificantes.
Es el tiempo quien decide aun cuando el reloj de la mesilla se para.
Y entonces un grito ensordecedor brota de mi, parece callarlo todo sin decir nada. Tan solo una sinfonía mas de mi desesperada fobia a ceder sin quererlo ni pretenderlo.
"No quiero salvarte, quiero ayudarte a escaparte..."
Un grito de vida, de ira o tal vez la melodía, de una cansada y joven existencia que se resiste y lucha contra todo lo que sabe que no puede luchar. Pero defraudar la estadística es parte del juego.
Los peones se siguen sucediendo en movimiento y a mi me parecen un bucólico desfile de reos dispuestos a ser condenados ante un destino que no alcanzan por sí mismos.
Sus agrietadas manos le delatan en una mirada que esquiva la escarpada pendiente a la que se enfrenta.
¿Ellos? ¿O yo?
Pues recito que no quiero que me veas, quiero que me sientas.