capítulo treinta y dos.

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Algo me estrujó el estómago cuando dijo su nombre.

—Bueno, ¿y qué quieres que haga? Matt se ha vuelto un amigo excelente y Froy es una persona grandiosa. A Valerie la conozco por que trabaja en el laboratorio de fotografía y es una chica sensacional. Así estoy bien, no ocupo tener tantas personas en una vida que pronto dejaré. No voy a quedarme a vivir en Venecia por siempre —dije.

—Ya lo sé, Emilia. Lo que trato de decir es que disfruta el tiempo que estés aquí.

—Eso lo hago, créeme.

—Pero...

—¡Tu pizza está lista! —canté al oír el pitido del horno—. Me voy a dormir, te quiero, buenas noches —le lancé un beso y me fui a paso apresurado a mi habitación.

Me sentía culpable, porque la verdad era que no me entusiasmaba tanto la idea de pasar el día con Kourtney, al menos no si lo veía de la perspectiva de que no vería a Dylan, o mejor dicho, de que no estaría yo sola con él. Me revolqué entre las sábanas de mi cama hasta que la apenas cálida luz del sol me llegó a los ojos.

—Bestia —los golpes en la puerta no fueron tan intensos, pero sí molestos.

—Ya estoy despierta —farfullé.

Salí de mi habitación y miré a Kourtney sonreírme. Me sentí mal de nuevo.

—¿Cuáles son los planes de hoy? —pregunté, totalmente desganada.

—Conseguir un vestido elegante —me dijo.

—¿Elegante? ¿Qué celebramos? —inquirí, confundida.

—El próximo domingo es el cumpleaños del señor Vittore y, ya sabes cómo son todas esas personas —puso los ojos en blanco—. Gastan hasta el último centavo para darle lujo al ambiente.

—¿El señor Vittore? —traté de pronunciar el apellido con el acento que Kourtney había utilizado.

—Sí, el dueño del Hospital, Roberto Vittore —explicó.

—Oh... ¿y...?

—Estamos invitados —sonrió ampliamente.

—¿Invitados? —quería saber a quiénes se refería.

—Sí, tú, yo y Dylan. Quien por cierto ya debería estar aquí —divagó, mirando el reloj de su muñeca.

—¿Dylan nos acompañará? —hice una mueca.

—Claro, ¿y luego quién nos dirá que nos vemos lindas con los vestidos? —bromeó.

—Pero Dylan es... hombre. Sabes que no les gusta eso —intenté encontrar una excusa creíble para que Dylan no fuera, yo no debía siquiera estar cerca de él.

—Pero es mí Dylan —dijo y me dolió—, él está dispuesto a acompañarnos.

Entonces el timbre sonó. El corazón me latió ansioso, presuroso y... angustiado.

Kourtney corrió animosa hasta la puerta, mientras que yo me quedé parada allí, con ganas de correr en dirección opuesta. Después de la pequeña discusión que tuvimos ayer no sabía qué sentir. Pero entonces Kourtney abrió la puerta y la luz apareció en mis ojos, allí estaba él, tan deslumbrante como siempre, usando una camisa en color azul a cuadros, desabotonada, y un jeans del mismo tono, ajustado a sus despampanantes piernas. Hizo que el mundo se me volteara en un segundo cuando me miró.

—¡Amor! —dijo Kourtney, sin duda feliz. Pero esta vez en darle un beso en los labios, se lo dio en la mejilla.

Agradecí aquello, aunque la fierecilla igual se sintió celosa.

—Hola —musitó Dylan.

La saludé con la mano.

—Ve a cambiarte, Emilia —me dijo Kourtney y sólo entonces caí en la cuenta de que estaba en pijama, de nuevo—. Nos espera un largo día.

Sonreí y sin decir nada me fui a mi habitación, haciendo una mueca mental por el adjetivo que Kourtney acababa de usar para calificar al día... largo.

Me puse un blusón negro combinándolo con un jeans en tono gris y até mi cabello en alto, luego salí al encuentro con ambos.

—¿Lista? —preguntó Kourtney.

Asentí. Era raro, como si me hubieran quitado la voz, pero lo cierto es que me sentía realmente incómoda al recordar la discusión de ayer. Y al parecer no era la única, Dylan tampoco hablaba mucho.

Nos fuimos en su Hybrid negra, Kourtney en el asiento del copiloto, claro, y yo acurrucada atrás, mirando a través de la ventana polarizada. Recordé cuando íbamos solos los dos, yo en lugar de Kourtney, y deseé fervientemente que ahora, Kourtney se borrara de la escena y al instante me sentí mal, traicionera. Suspiré, empañando el cristal negro.

—Emilia, ¿tienes alguna idea para el vestido? —me preguntó Kourt.

—¿Ah? —musité, encerrando mis pensamientos en algún cajón de mi mente.

—Sí, algún color que tengas ya en mente —me miró.

—Oh, bueno... no, en realidad —me encogí de hombros.

—¡Yo sí! —anunció—. Creo que escogeré uno en tono tinto —me dijo, pero luego miró a Dylan—. ¿Te gustaría? —le preguntó.

—Te verías hermosa con ese color —respondió.

Algo me picó cerca del pecho, como si una aguja se me enterrara en el corazón: me giré de nuevo a mirar hacía la ventana, tratando de ignorar la situación.

Dylan condujo hasta una calle que estaba repleta de tiendas de vestidos de gala, como si fuera alguna calle de Nueva York, así me pareció.

Al bajar, Kourtney me tomó de la mano y me hizo apresurar el paso, emocionada; mientras que Dylan nos seguía detrás.

Entramos a una tienda que en sus vitrinas exhibía tres preciosos vestidos en maniquís blancos y sin cabeza. Al instante, la calefacción del lugar me abrigó el cuerpo, ya que afuera estaba frío.

—¡Mira esos vestidos, Emilia! —Kourtney señaló hacía su derecha, mostrándome tres vestidos en tono negro.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó una señora amable, que tenía el cabello color caoba acomodado en un peinado de estética, con un acento italiano apenas reconocible.

—Sí, estamos buscando vestidos para una fiesta elegante —dijo Kourtney y luego le sonrió.

—¿De noche?

—Sí.

—Síganme —dijo ella y caminó más al fondo de la tienda.

Kourtney me hizo seña de que la siguiera y luego volvió a girarse para seguir a la señora. Apenas iba a dar el primer paso, su mano me ató del antebrazo, con fuerza pero sin causarme daño alguno, no hizo falta que me girara para comprobar que era Dylan, conocía sus manos muy bien.

El manual de lo prohibido. »dylan o'brienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora